La noticia no alcanzó los encabezados principales (ni la atención debida) porque se trata simplemente de dos muertes de dos bebés pertenecientes a la pequeña comunidad indígena de La Pimienta, en Chiapas, quienes murieron luego de ser vacunados por personal del Instituto Mexicano del Seguro Social, durante una jornada de vacunación.
Se habla que hay entre treinta y cincuenta más con reacciones adversas, seis de los cuales se encuentran en estado grave.
En realidad no se sabe nada muy bien. La información de una nota a otra varía (en un lado se dice que son veintinueve los que están graves, en otro que son treinta, en otro más que son cincuenta), como si las muertes de los bebés fueran un mero rumor inventado por alguien y no una realidad contundente que debe lastimarnos a todos.
Las notas esquivas parecen decirnos que en estos casos no debemos alarmarnos demasiado: sólo se trata de dos niños indígenas, habitantes de una comunidad olvidada de Chiapas, cuyas muertes por neglicencia médica debemos acostumbrarnos a escuchar.
Sin embargo, el sacerdote de la comunidad, Marcelo Pérez, declaró que “hay mucho dolor” entre los padres agraviados, pero como tal dolor nos viene de mexicanos de cuarta, indígenas marginados que vemos más como ganado que como seres humanos, no importa mucho saber qué es lo que pasó y si hay responsables que deban pagar por su irresponsabilidad.
Los familiares, por lo pronto, ruegan justicia, pero la autoridad, sin inmutarse mucho, parece calmarlos con el mismo paliativo de siempre: “se están haciendo las averiguaciones pertinentes”.
Si así se hizo con los 43 estudiantes de Ayotzinapa, ¿por qué no hacerlo con dos bebés indígenas?
Ya el mismo secretario de la Asociación Mexicana de Vacunología, Rodrigo Romero Feregrino, entrevistado por el diario Reforma, aseguró que “aún no sabemos cuál es la causa del problema. Tenemos que esperar el resultado de las investigaciones”. Y, luego, adelantó: “ creo que fue un error humano”.
Un error humano, seguro eso será.
Luego entonces, ya conoceremos el desenlace: se cierra el expediente y se manda a los dolientes a su casa, con una mano por delante y, como ya es costumbre, la otra por detrás.