El pasado 8 de marzo, instituido como el Día de la Mujer, me propuse mantenerme al margen del festejo. Veía no sin cierto asombro cómo muchas de mis amigas se empeñaban en atacar la conmemoración con argumentos atendibles y memes muy divertidos, según el caso.
La musculosa Linda Hamilton, por ejemplo, con ametralladora en ristre, amenazando a todos aquellos que osaren felicitarla por semejante fecha.
La verdad es que como mujer no me siento nada especial. Es el azar. Si pudiera haber elegido, seguramente me hubiera inclinado por ser hombre. No tendría así que gastar dinero en maquillajes, revolver el clóset hasta el caos cada vez que tengo que salir y, sobre todo, no debería conformarme con un salario inferior a mis colegas masculinos cada vez que consigo una chamba.
No debería escuchar la cosificación permanente a que son sometidas las mujeres cada vez que se habla de alguna de ellas que no está presente y cuando digo cosificación me refiero a la que ejercemos todos, más allá del género.
No debería en particular aguantar el machismo de las cientos de mujeres que me rodean, ni leer cosas horribles como las que relata el francés Michel Houellebecq en cada una de sus novelas.
Es uno de mis autores favoritos, a quien he conocido en persona y por tanto tengo para mí las grandes dificultades de socialización que expresa en cada una de sus apariciones públicas. Leerlo es un goce y cada vez que denigra a las mujeres –hábito contumaz en su prosa- me sale una sonrisita irónica, de subestimación –no lo negaré-, como quien mira de soslayo a aquel que reniega de aquello que está vedado para él.
No soy ingenua y no me tomo a la ligera semejante discriminación, pero no censuraría sus novelas ni haría nada para que sus libros no se difundieran. Prefiero la indiferencia, el pasar por alto sus miserias y seguir en el camino, luchando, viviendo, que no es poco.
No dije una sola palabra sobre el Día de la Mujer, porque es difícil pertenecer a un género que cuando entra en contacto con los hombres del poder percibe lo peligroso que resulta para ellos comunicarse con seres que muchas veces resultan marcianos a sus ojos.
Las estigmatizaciones sobre las mujeres en el trabajo, la denigración, la condena, el juicio, al menos según mi experiencia, siempre vienen de los hombres. Las mujeres, en esa descripción tal vez de cliché pero que nos honra, peleamos frente a frente, a la par, como en un ring.
Es difícil vivir como mujer en el mundo de hoy. También como hombre. Por eso no divido la existencia con una perspectiva de género. Pero no soy tonta ni insensible. Sé que todavía hay muchísimos sitios donde el ser mujer se paga con la vida, con los golpes, con las torturas, con las humillaciones.
Y a eso me interesa dedicar mi energía: a pelear siempre que pueda en nombre de mis compañeras agredidas y atacadas, para tratar de cambiar esas situaciones de horror a que en mayor medida que los hombres las mujeres se ven enfrentadas.
Por eso, el Día de la Mujer para mí no tiene ningún significado. No me interesa. No lo menciono ni para criticarlo ni para condenarlo. Hice como si ese día no existiera. Y me sentí poderosa, victoriosa.