Jorge Alberto Gudiño Hernández
12/03/2016 - 12:00 am
El viento
Ya habían caído varios árboles, es peligroso salir a las calles. Lo que no había conseguido la influenza lo ha logrado el viento.
Escribo esto mientras mis dos pequeños juegan a los superhéroes. Están aburridos y con razón. Las clases se suspendieron y no podemos salir a la calle, a un parque, a pasear. Además, yo tengo trabajo.
Las dos semanas anteriores escribí sobre la influenza, sobre la gran cantidad de enfermos cerca de nosotros. También, de la nula respuesta del gobierno ante lo que, a todas luces, parece una epidemia.
El miércoles de esta semana tuvimos un día más raro que los acostumbrados. Los minutos de sol se alternaban con otros tantos de lluvia. Una y otra vez. De forma tal que la chamarra estaba algunos minutos sobre nuestros cuerpos y luego daba paso a las camisetas de manga corta. Era la exageración de nuestro clima cotidiano.
Por la noche avisaron en los noticieros y los portales informativos que el jueves no habría clases. Los niños de preescolar, primaria y secundaria deberían permanecer en sus casas. La causa: el viento. Ya habían caído varios árboles, es peligroso salir a las calles. Lo que no había conseguido la influenza lo ha logrado el viento.
Y sí, el viento es fuerte pero no se puede comparar con el de otras ciudades, con el de otras circunstancias. Escribo esto y me asomo por la ventana: las nubes se desplazan rápido, las ramas de los árboles se mueven, el sol resplandece. Hace unos minutos llovía.
Supongo que es más peligroso el viento que la influenza. Doy por bueno el argumento. Agradezco a las autoridades que se preocupen por el bienestar de los pequeños. Los adultos, por su parte, deberán ser víctimas potenciales de la furia de la ventisca. Debe ser que, si cae un árbol o un espectacular, el adulto puede evitarlo, cacharlo o resistir su golpe con mucho mayor solvencia que los niños.
El problema va más lejos. Si los pequeños no van a clase deben estar en otro lugar. ¿La casa? Recordemos que sacarlos al parque es un sinsentido. ¿Quién los va a cuidar? ¿El viento?
En verdad, es difícil entender a una autoridad que suspende las clases pero no las actividades laborales. Me imagino ahora al padre o madre de familia, angustiado, caminando por la calle con sus dos hijos a cuestas, los ojos entrecerrados por la tolvanera, con la esperanza de que lo dejen entrar a su trabajo con ellos.
Para no ser del todo pesimista o crítico, aplaudo a los luminosos paisajes que nos ha regalado la ciudad estos días. Lástima que no basten para entretener a los pequeños.
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