Lee las primeras páginas de Marcel antes de Proust, una compilación de los artículos publicados por el célebre escritor francés en la revista y cuando apenas tenía 19 años y todavía ni soñaba con realizar su obra cumbre, En busca del tiempo perdido.
Ciudad de México, 12 de marzo (SinEmbargo).- “En Proust siempre hay sol, hay luz, hay matices, hay sentido estético, hay alegría de vivir”, dijo Jorge Luis Borges. Más de 20 años antes de empezar a publicar En busca del tiempo perdido, Marcel Proust daba sus primeros pasos como escritor.
Su colaboración con la revista Le Mensuel, entre noviembre de 1890 y septiembre de 1891, constituía hasta 2012 un aspecto inexplorado de su trayectoria literaria. En ese año se publicaron en Francia, por primera vez, los 11 textos firmados allí por Proust, recobrados por el bibliófilo francés Jérôme Prieur, autor de un extenso estudio introductorio.
“Cada nuevo lector, es cierto, inventa a Proust, pero hace falta decir que a través de los años, las épocas, las generaciones, las circunstancias e incluso los países, las culturas, los años luz, es él el que nos inventa a nosotros, el que nos observa. Después de un siglo, nos hemos ubicado bajo su mirada. ¿Acaso lo había comprendido todo este diablo de hombre recostado en su telaraña? ¿Lo había visto todo, registrado todo, descifrado todo? ¿Supo antes que yo eso que ni sé formular sobre el tiempo, el amor, los celos, el sufrimiento, el deseo, la tragedia de cada vida, la comedia humana y su ronda de máscaras? Proust lo había experimentado todo y hemos tardado tanto en entenderlo nosotros, en creerle” (Jérôme Prieur)
La argentina Ediciones Godot (www.edicionesgodot.com.ar) da a conocer la primera traducción de estos textos al español, realizada por Matías Battistón, para su colección “Exhumaciones”.
Se trata de textos coyunturales sobre moda, poesía y arte en general, a menudo echando mano de seudónimos pintorescos como “De Brabant” o “Pierre de Touche”.
“Pierre de Touche” figura como el autor de esta ficción sobriamente titulada “Recuerdo”. Firma muy maliciosa y título muy modesto para un texto capital. Aquí encontramos un argumento con mucho futuro por delante, el argumento emblemático de una historia de amor imposible, como se representaría más tarde a lo largo de En busca del tiempo perdido. Amor prohibido, amor culpable: aquí ya va gestándose un esquema que desarrollará en 1893 con Antes de la noche (La Revue blanche) y en 1896 con El indiferente (Los placeres y los días).
El narrador de “Recuerdo” visita a una joven enferma, que vive en la casa de su familia al borde del mar. Ahora bien, la joven se llama Odette. Vaya, vaya… En esta casa, donde había vivido “horas profundamente dulces”, “las horas más felices de mi vida”, como él aclara, el narrador es recibido con frialdad por “un muchacho, un joven bastante apuesto […]”, que “siguió leyendo su periódico, sin dejar ni por un momento de fumar su pipa”. Es el hermano de la chica. Más tarde uno descubrirá que vive sin prestar atención a los demás, porque nada puede consolarlo o distraerlo del drama que ha destrozado su espíritu. En cuanto al padre, “su mirada vacilante teñía su expresión de una gran indiferencia”.
El narrador (anónimo) se presenta varias veces, en vano. No lo reconoce. “Mi nombre no evocaba en él recuerdo alguno […]. Nos miramos a los ojos, sin saber muy bien qué decir. Me esforcé en darle pistas, pero fue en vano: me había olvidado por completo. Yo era un extraño para él”. La incomodidad del momento no podría ser mayor. Lo que Freud va a teorizar dentro de poco bajo el término Umheimlich, mal traducido por el concepto de “inquietante extrañeza”, encuentra aquí su versión intimista. El amigo de la familia es un intruso, un cuerpo extraño. Las mismas personas que antes le eran tan cercanas ya no logran descifrar quién es. Salvado gracias a la intervención de la hermana menor de la heroína, al narrador se lo deja ingresar, in extremis, al jardín encantado. Uno diría que es un lienzo de Vuillard: verano, la casa con torres, como un castillito, la muchacha que descansa en una chaise longue, cubierta por un manto escocés… Pero en ese momento se produce otro giro brusco, otra desilusión no menos cruel. Odette -sí, se llama Odette- no sabe cómo agradecerle a su visitante por no haberla olvidado durante todos esos años. “Está bien que lo diga, ¿no? Ya que fuimos tan buenos amigos”.
Es ella la que está casi irreconocible, condenada a no moverse desde su “terrible enfermedad”. “No la habría reconocido, por así decirlo, de lo cambiada que estaba. Sus rasgos se habían alargado, y sus ojos, rodeados de círculos oscuros, parecían perforar su lívido rostro. De su belleza, que tan deslumbrante había sido, ya no quedaban ni rastros”. ¿Lo que Proust describe es una enferma o un espectro? Mientras habla, “el color cadavérico de su tez” se esfuma. Empieza a embellecer, al punto que el narrador siente ganas de estrecharla entre sus brazos y decirle que la había amado. Pero no sucede nada. No hay gestos ni palabras. Los dos “buenos amigos” se convierten en dos extraños, a pesar de lo que saben uno del otro, a pesar de lo que han atravesado, a pesar de los sentimientos y de la pena. “Vivo de sentimientos y de dolores”, murmura Odette. No es una declaración menor. Luego el narrador debe retirarse. “Las lágrimas me sofocaban”, dice. “Recorrí ese largo vestíbulo, ese jardín delicioso, con alamedas cuya grava, lamentablemente, nunca volvería a crujir bajo mis pies”: estas son casi las últimas palabras del relato. Suenan a despedida. Abandonamos la casa de los fantasmas, para nunca regresar. ¿Pero cuál es ese “recuerdo”, ese dulce recuerdo, ese recuerdo encantador que vincula a los dos protagonistas y a pesar del cual nunca volverán a verse? ¿Será una pista que Odette le haya recordado al narrador sus partidos de tenis? ¿Quiénes juegan en este extraño partido?”, escribe Prieur en un hermoso texto introductorio.
A 92 años de su muerte, Proust es todavía un autor fundamental y por tanto inevitable. Las nuevas generaciones se aproximan con cautela aunque también con decisión a las 3 mil páginas de En busca del tiempo perdido. En 2012, apareció en cómic y en español el II volumen de “A la sombra de las muchachas en flor”, una novela gráfica ilustrada por el francés Stéphane Heuet que pertenece a un proyecto que comenzó a publicar la editorial Sexto Piso en 2006 y 2008, cuando lanzó “Por el camino de Swann” y la primera entrega de “A la sombra de las muchachas en flor».
Se trata de un clásico que el Premio Nobel peruano destacó como un motivo de “enriquecimiento” en su vida y al que pide que se vuelva porque con él Proust trabajó por la libertad, ya que su lectura proporciona una mayor sensibilidad al ser humano y llena el vacío espiritual.
El compendio de sabiduría sobre la condición humana que supone En busca del tiempo perdido, hecho viñetas, consta de 17 tomos y en Francia, donde ya han salido cinco de ellos, ha sido galardonado con el premio Marcel Proust, otorgado por el Cercle Littéraire proustien de Cabourg-Balbec destinado a recompensar una creación literaria o cinematográfica que incite a la lectura de la obra de Marcel Proust.
Quién es Marcel Proust: Valentin Louis Georges Eugène Marcel Proust nació el 10 de julio de 1871 en Auteuil, Francia y murió el 18 de noviembre de 1922 en París. Después de la muerte de su madre, en 1905 padeció una profunda depresión, a raíz de la cual se mantuvo aislado del mundo exterior. En ese año comenzó a escribir la que es considerada su obra maestra, En busca del tiempo perdido, publicada entre 1913 y 1927 en siete partes. Sus textos escritos para la revista Le Mensuel, firmados casi todos con seudónimo, eran hasta hoy desconocidos en lengua hispana.