Hace unos días, Reynosa amaneció con bloqueos y enfrentamientos entre grupos del crimen organizado, hecho que recordaron la peligrosidad en la que viven los ciudadanos desde hace más de una década. Corrieron ríos de sangre, se dispararon miles de balas. Y aunque la ciudad no se detuvo, el Presidente Enrique Peña Nieto sí decidió postergar una visita planeada para la siguiente semana.
Para las fuerzas armadas, enfrentamientos con los cárteles representan enormes desafíos; el principal, de acuerdo con sus elementos, es proteger a la ciudadanía y distinguir entre civiles y agresores, pues estos últimos se «mimetizan» con la población.
Por Martí Quintana
Reynosa (México), 12 feb (EFE).- «Uno es el cazado y ellos son los cazadores», así define el capitán Juan Carlos Sánchez el papel que asumen las Fuerzas Armadas ante los brutales choques con miembros de los cárteles de las drogas en la fronteriza Reynosa, una de las ciudades más violentas de México.
A bordo de un Sandcat, un vehículo fuertemente blindado y con un arma de alto poder en el techo, Sánchez realiza, junto a dos compañeros y acompañado por Efe, un patrullaje por algunas de las zonas más conflictivas de este municipio ubicado en el estado de Tamaulipas.
Desde hace unos días, esta ciudad, un importante motor económico por sus maquilas, amanece en relativa calma. Pero antes de esto, enero cerró con una serie de sucesos que recuerdan la peligrosidad que la acompaña desde hace más de una década.
En distintos choques entre fuerzas federales y narcotraficantes, en los que abundan armas de fuego de alto calibre, fallecieron al menos diez personas, entre ellas un militar.
También hubo decenas de los llamados narcobloqueos, cuando miembros del crimen organizado paralizan calles y avenidas atravesando e incendiando vehículos pesados.
Días después, en un operativo de la Marina perdió la vida el capo Humberto Loiza Méndez, alias «Betillo», uno de los delincuentes más temidos de la zona y presunto líder del cártel del Golfo, que controlaba esta plaza, pero con fuerte pugnas internas.
Corrieron ríos de sangre, se dispararon miles de balas. Y aunque la ciudad no se detuvo, el presidente de México, Enrique Peña Nieto, decidió postergar una visita planeada para la siguiente semana.
«El grueso de la unidad se encuentra siempre trabajando sobre el terreno en áreas urbanas o rurales», cuenta a Efe el Coronel de Caballería Luis Andrés Gutiérrez, comandante del 19 Regimiento de Caballería Motorizada, en la Octava Zona Militar de Reynosa, donde hay desplegados unos 600 efectivos de esta unidad.
Los recorridos con tropas de la Secretaría de la Defensa Nacional (Sedena), que se coordinan con las demás instancias públicas en una base de operaciones mixtas, se realizan cada día en distintos turnos, a modo de disuasión o para repeler ataques.
El convoy de hoy se conforma por cuatro vehículos, un oficial y 25 elementos de tropa.
El silencio en el vehículo es sepulcral, y el encargado de controlar el sistema FN Defender no despega la vista de la pantalla en la que observa el exterior y mueve el arma de alto calibre remotamente.
«Es impredecible saber, o deducir, cuándo nos vamos a enfrentar con ellos», apunta el capitán, que lleva un año y tres meses destacado en esta ciudad y realiza habitualmente patrullajes.
En Reynosa -que junto con el municipio vecino de Río Bravo suma un millón de habitantes-, estos enfrentamientos con los cárteles representan enormes desafíos.
«Es la mayor situación de riesgo, porque ellos sí nos tienen identificados, y prácticamente uno es cazado, y ellos son los cazadores», remarca el capitán.
La mayor dificultad es proteger a la ciudadanía y distinguir entre civiles y agresores, pues estos últimos se «mimetizan» con la población.
Habitualmente, estos momentos de máxima intensidad, en los que suele haber bajas de un bando y otro, se dan cuando los criminales se sienten acorralados.
«Es un ejemplo burdo. Pero sucede lo mismo cuando un perro se siente acorralado, ladra y quiere morder», remacha.
Es en este contexto cuando surge un lenguaje más propio de una guerra, que es lo que, en ocasiones, parece convertirse esta ciudad separada por Estados Unidos por el Río Bravo.
«El actuar de las tropas es quirúrgico. Toda actuación de las Fuerzas Armadas se debe hacer evaluando que ni un civil salga herido, que no se tenga un daño colateral», afirma este capitán originario del sureño estado de Guerrero.
Además, es indispensable mantener la cabeza fría. «Todas las personas tenemos ese miedo, pero sí es controlable gracias al adiestramiento que se nos da a las Fuerzas Armadas y el equipo con el que contamos», razona.
Lo que peor se asimila, relata, es la muerte de otro soldado, como aconteció a finales de enero. «Ellos son los héroes, los compañeros caídos», señala.
Y en este campo de batalla intermitente, el capitán primero de caballería, que lleva la mitad de sus 36 años en el Ejército, hace una última reflexión antes de llegar de nuevo al cuartel general.
¿Duele matar? «Sí pega, porque es una vida humana, somos humanos y no nos podemos estar matándonos entre nosotros, pero si se tiene que neutralizar es porque pone en peligro la vida de terceras personas o del individuo que se defiende. Es en defensa propia», asegura.