Una muestra más de literatura erótica, para calentarse los pies ahora que viene el invierno. Yo soy Eric Zimmerman, vol. I es el trabajo de la alemana Megan Maxwell, conocida por la novela romántica Pídeme lo que quieras. No te pierdas este spin-off de Pídeme lo que quieras, la saga erótica más morbosa.
Ciudad de México, 11 de noviembre (SinEmbargo).- Me llamo Eric Zimmerman y soy un poderoso empresario alemán. Me caracterizo por ser un hombre frío e impersonal, que disfruta del sexo sin amor y sin compromiso.
En uno de mis viajes a España para visitar una de mis delegaciones conocí a una joven llamada Judith Flores. Ella me hizo reír, me hizo cantar, me hizo incluso bailar, y yo no estaba acostumbrado a eso. Cuando me di cuenta de que sentía más de lo que debía, me alejé de ella, pero regresé, pues esa mujer me atraía como un imán.
A partir de ese momento comenzamos una relación plagada de fantasía y erotismo, en la que disfruté enseñando a Judith a gozar del sexo de una manera que ella nunca había imaginado. Y tú, ¿te atreves a descubrir el lado sumiso, dominante y voyeur que todos llevamos dentro?
Fragmento del libro Yo soy Eric Zimmerman, volumen I de Megan Maxwell (Esencia), © 2017, Cortesía otorgada bajo el permiso de Grupo Planeta México.
1
Rubias…
Morenas…
Pelirrojas…
Altas…
Bajas…
Delgadas…
Rellenitas…
Todas… Me gustan todas las mujeres activas en el plano sexual. Adoro sus cuerpos, sus curvas y su manera de disfrutar del sexo, y enloquezco cuando se entregan por completo a mis deseos.
Mientras tomo una copa en el Sensations, un local de ambiente liberal en Munich al que acudo con regularidad, soy consciente de cómo me observan todas.
¡Soy un macho alfa!
Todas quieren que las desnude.
Todas desean que me meta entre sus muslos.
Todas se mueren por ser las elegidas esta noche.
Los asiduos al Sensations sabemos muy bien por qué estamos aquí. Nos gusta el sexo caliente, exaltado y morboso, y deseamos disfrutarlo de mil maneras. Y yo soy uno de ellos.
A mi derecha, hablando con un grupo de gente, está la preciosa mujer con la que disfruté hace un par de noches. No me acuerdo de su nombre… ¿Qué más da?
A pocos metros a mi izquierda veo a una amiga de Björn, una ardiente mujer dispuesta a todo con la que hemos pasado muy buenos ratos. Tampoco recuerdo cómo se llama.
Sus ojos y los míos se encuentran y sonreímos. Sin duda ambos somos depredadores sexuales y nos reconocemos con la mirada.
Pero mi noche se tuerce cuando veo aparecer a Rebeca, mi ex.
¡Joder!
Pillé a esa maldita zorra en la cama con mi padre meses antes de que él falleciera y, aunque al principio me dolió el despropósito por parte de los dos, reconozco que, sin Rebeca, a la que yo llamo Betta, estoy mejor.
En cuanto a mi padre, prefiero no pensar en él. Lo que hizo no estuvo bien. Betta estaba conmigo, él no lo respetó, y si nuestra relación ya era mala, a partir de aquel momento pasó a ser nula. Es más, ni siquiera me afectó su pérdida. Él nunca se comportó como un padre conmigo, y no se puede añorar lo que nunca se ha tenido.
En cuanto me ve, Betta camina hacia mí. ¡Joder!
Llega a mi lado junto a su acompañante y nos saludamos con frialdad.
Instantes después, cuando el hombre que va con ella se aleja para charlar con unos conocidos, Betta me mira y murmura:
—Por Dios, Eric, cambia esa cara.
Le dirijo una mirada de desagrado, su presencia me incomoda.
—Ni me hables —siseo.
—Pero, Eric…
—Aléjate de mí —la corto—. ¿Cómo he de decírtelo? Rebeca me reta con la mirada; la conozco y es capaz de poner nervioso hasta al más tranquilo.
—He pensado que quizá te apetecería jugar esta noche conmigo —dice entonces. La observo boquiabierto. Después de lo que me hizo con mi padre, yo a ésta no la toco ni con un palo.
—No —respondo simplemente.
—Siempre te gustó ofrecerme… —insiste. Resoplo. Esos tiempos ya pasaron.
Doy un trago a mi bebida y, a continuación, le escupo:
—Tan sólo pensarlo me repugna.
Ella se retira el pelo del rostro, mueve el cuello con coquetería y cuchichea:
—Eric…
—Betta, ¡basta ya!
—Eric…, tú y yo… Sexo caliente, morboso y sucio, si quieres…
Asqueado, maldigo para mis adentros y sentencio negando con la cabeza mientras la miro con dureza:
—No volveré a tocarte en la vida.
Acto seguido, cuando es consciente al fin de que no va a conseguir su propósito, da media vuelta y se aleja.
Malhumorado, miro a mi alrededor y observo a las mujeres de la sala. Me deleito contemplando sus cuerpos, pero entonces mis ojos se dirigen hacia el lugar donde está Betta y veo cómo una mujer sube la mano delicadamente por su pierna hasta perderse bajo la falda.
Rebeca me mira, busca una complicidad que en otro tiempo existió pero que nunca recuperará y, cuando se muerde el labio inferior, sé que es porque los dedos de la mujer han alcanzado su sexo y juguetea con ella. La conozco bien, y sus gestos son como un libro abierto para mí. Dejo de observarla, no me interesa, y me encuentro con la mirada de otra mujer que hay al fondo de la sala. Grandes pechos, trasero prominente, bonito rostro y, sin duda, ganas de pasarlo bien. Clavo los ojos en ella y la invito a acercarse.
Si algo tengo claro es que no soy de los que van detrás de las mujeres. Yo elijo. Selecciono. Tengo la suerte de poder hacerlo.
Estoy bebiendo cuando la mujer de grandes pechos se aproxima hasta la barra y se presenta:
—Me llamo Klara. Mis ojos recorren su cuerpo, sus pezones están erectos.
—Eric —la saludo.
Iniciamos una conversación absurda sobre el local y, de repente, ella coge mi mano y la coloca sobre su tentador escote. Sonrío, meto la mano bajo el vestido, le acaricio los pechos y siento sus pezones erectos y listos para mí.
Sin decir nada más, la agarro de la mano y nos dirigimos a una habitación colectiva.
Al entrar, hay gente practicando sexo de mil formas distintas. Placer, morbo y jadeos… Es la habitación rápida del local, un lugar para satisfacer deseos sin necesidad de desnudarse.
A mi derecha veo a dos mujeres y a un hombre sobre unos sillones y, a mi izquierda, a dos hombres. Diviso un sillón libre, me encamino hacia allí y, tras sentar a la mujer, no digo nada y ella baja la cremallera de mi pantalón.
En cuanto me lava el pene con agua, siento cómo ella lo envuelve con su húmeda y caliente boca y comienza a chuparlo y a succionarlo.
¡Qué placer…, es completamente embriagador!
Le agarro la cabeza con las manos, cierro los ojos y disfruto. Sólo disfruto.
El goce que me proporciona es intenso, sin duda sabe muy bien lo que se hace.
Bien…, me gustan las mujeres experimentadas. Estoy disfrutando de la increíble felación cuando nuestros ojos se encuentran y decido que quiero más. Sin hablar, la levanto y le doy la vuelta. A continuación, le subo el vestido, le bajo las bragas, lavo su sexo y, tras ponerme deprisa un preservativo, me introduzco en ella con fuerza y decisión mientras el vello de mi cuerpo se eriza.
Disfrutamos…
Jadeamos…
Follar es lo que más me gusta en el mundo, y en el momento en que nuestros cuerpos tiemblan y ambos gritamos al llegar al clímax, sé que le he proporcionado el mismo placer que ella a mí. Cuando terminamos, sin hablarnos ni besarnos, nos lavamos y salimos de la habitación. Nos despedimos con un guiño y luego ella regresa al fondo de la sala y yo a la barra. Estoy sediento. Estoy pensando en mis cosas cuando oigo:
—La noche parece animada. Al levantar la mirada me encuentro con Björn, mi mejor amigo. Es un hombre como yo, soltero y sin compromiso, que acude al Sensations para disfrutar del sexo sin más.
Tras chocar las manos, Björn le pide algo de beber al camarero y luego apoya los codos en la barra. A continuación, dice dirigiéndose a mí:
—Hoy he recibido los cómics de coleccionista del Capitán América por los que pujé en aquella subasta que me indicó Dexter y que gané.
Al oír eso, sonrío. Björn es un fanático de los cómics y los discos antiguos de vinilo.
—¿Son los que estabas esperando de México? —pregunto. Él asiente, y entonces yo levanto mi copa y la hago chocar con la suya—. ¡Enhorabuena, colega! Sonríe, da un trago a su bebida, al igual que yo, y pregunta:
—¿Algo interesante esta noche? Lo miro y cuchicheo bajando la voz:
—Betta está aquí…
—¡Qué horror! —se mofa, lo que me hace reír. Björn está al corriente de lo que sucedió entre ella y mi padre. —
¿Todo bien hoy en la lectura del testamento? —quiere saber entonces. Al pensar en ello, respondo:
—No. Mi amigo me mira. Nadie me conoce mejor que él.
—Eric…, intuyo lo que ha ocurrido, y es normal. Él era tu padre y…
—Un padre que se acuesta con la chica de uno no es un buen padre —protesto.
Björn asiente, entiende lo que digo.
—No, no lo es —afirma—. Pero en cuanto a Müller…
—No sé si me interesa su empresa.
—Pues debería interesarte —insiste—. ¡Müller es tu empresa! No seas tonto, no dejes que la rabia por lo ocurrido te haga tirar por la borda todos tus años de trabajo allí.
Sé que tiene razón, pero replico:
—No quiero seguir hablando de ello. Björn asiente y no dice más. Pasados unos segundos, murmuro:
—Hervie ha venido con una prima suya sueca de grandes pechos que parece muy caliente. Gerard está con las amigas con las que nos fuimos a Belgrado aquel fin de semana, y Ronald nos ha invitado a participar en un gangbang con su mujer. Veo que él sonríe, complacido con lo que acabo de decir.
—¿Recuerdas a mi amigo Sam Kauffman? —me pregunta entonces.
—Sí. —Se ha casado.
Nada más oír eso, resoplo.
—Pobre…, lo acompaño en el sentimiento. Ambos sonreímos. Si algo tenemos claro es que el matrimonio no entra en nuestros planes.
—El caso es que está aquí esta noche con su mujer —prosigue Björn—, en la habitación 3, y ambos quieren jugar… Miro a mi amigo. No sé cómo es la mujer de Sam Kauffman. Al entender mi mirada, Björn se apresura a afirmar:
—Buenos pechos, perfecto trasero dilatado que yo he probado, y muy caliente.
Me gusta oír eso. Me fío de su criterio.
—¿Has dicho habitación 3? —pregunto.
Él sonríe, asiente, y nos ponemos en camino. Mientras recorremos el Sensations, son muchas las mujeres y los hombres que nos paran y nos saludan. Aunque esté mal decirlo, Björn y yo somos dos machos alfa con los que todos quieren jugar, y nosotros, que somos conscientes de ello, disfrutamos eligiendo. Tan pronto como cruzamos la cortina que separa la sala de las habitaciones, llegamos frente a la número 3. Abro la puerta y, nada más entrar, distingo a una mujer que no he visto en mi vida desnuda sobre la cama redonda. Como ha dicho Björn, sus pechos son colosales y tiene buen cuerpo. Entonces Sam, su marido, camina hacia nosotros y, tras saludarnos, murmura:
—Me gusta mirar mientras se follan a mi esposa. Björn y yo observamos a la mujer, que, con una sonrisa, nos indica que está de acuerdo. Sin dudarlo, nos desvestimos en busca de juegos y morbo. Una vez desnudo, me subo a la cama y, mientras Björn se acerca a ella con su miembro en la mano para paseárselo por el rostro, yo la miro y exijo, tocándole las piernas:
—Ábrelas.
Excitada, ella hace lo que le pido.
Paseo mis manos por sus piernas; son suaves. Cuando llego a los muslos, los separo con decisión y, cuando su húmedo sexo queda abierto ante mí, miro al marido, que nos observa.
—Lávala para mí —le pido. Sam le echa agua en la vagina y luego la seca con una toalla blanca y limpia. En cuanto termina, abro los pliegues del bonito y caliente sexo de su mujer dejando su clítoris expuesto y le doy toquecitos con la lengua.
Ella enloquece. La respiración de Sam se acelera y, a partir de ese instante, todos disfrutamos de un juego caliente, morboso y excitante.
Pensando en mi propio disfrute, tras ponerme un preservativo, introduzco mi dura erección en su hendidura. Ella se mueve bajo mi cuerpo y, cuando la miro, sus ojos me piden que la bese, pero no lo hago. Yo no beso a cualquiera. Si algo he tenido siempre muy claro es que me gusta el sexo caliente y, en ocasiones, animal. Me gusta dar y recibir placer de las mujeres, pero mi boca y mis besos son algo muy mío, algo excesivamente íntimo y personal.
Björn vuelve a asaltar la boca de la mujer con su miembro, mientras el marido de ella se masturba viendo lo que ocurre. Durante unos minutos, cada uno busca su propio goce, al tiempo que ella, del todo entregada, chilla, jadea y se abre para nosotros.
Placer…
Morbo…
Diversión…
Disfruto con lo que ocurre, lo paso bien, y cuando llego al clímax y luego me retiro, el marido se apresura a lavarla de nuevo, dispuesto a que sea ahora Björn quien ocupe mi lugar y ella vuelva a gemir enloquecida.
Cuando, minutos después, mi amigo llega al orgasmo y se sale de ella, Sam, satisfecho con el juego, coge un bote de lubricante. A continuación, besa a su mujer en la boca y, tras cruzar unas palabras con ella, le da la vuelta en la cama y, separándole las nalgas, le unta lubricante. Björn y yo miramos. Nos resulta morboso.
Sam introduce entonces un dedo en su ano, después dos…, tres, y de nuevo la mujer jadea cuando él le da un azote en su redondo trasero.
—Está preparada para vosotros —susurra el hombre mirándome. Dispuesto a disfrutar del manjar que me ofrece, me pongo un nuevo preservativo, me sitúo de rodillas detrás de ella y, en el momento en que el marido le separa las cachas del culo para darme acceso, coloco mi duro pene en su ano y poco a poco me introduzco en ella.
¡Uf…, qué delicia!
La mujer grita, se revuelve y jadea satisfecha mientras yo la sujeto y me la follo.
Una…, dos…, tres…, doce veces me hundo en ella y ésta disfruta de mi posesión. Sintiendo su entrega, le doy un azote en su ya rojo trasero, al tiempo que su marido le pide, le exige, que se abandone a mí por completo.
Ella obedece, y siento cómo su cuerpo queda laxo entre mis manos mientras yo me hundo en ella una y otra vez y Sam nos mira y le susurra cosas al oído.
Deseoso de unirse al juego, Björn repta bajo el cuerpo de ella, que está a cuatro patas en la cama. Con destreza, mi amigo se coloca en posición y, tras mirarme, segundos después la mujer es penetrada anal y vaginalmente por ambos, a la vez que el marido se masturba observándonos.
Jugamos a sexo duro, sexo fuerte, sexo sin miedo.
Nos gusta el sexo caliente y, en particular, tras lo ocurrido con Betta, he decidido que solo se está mejor que acompañado y que las mujeres son un mero entretenimiento para mí. Durante horas, mi buen amigo Björn y yo gozamos del placer consentido entre adultos, hasta que, pasada la medianoche, doy la fiesta por terminada, me despido de él y regreso a casa.
En el camino, disfruto de la sensación de libertad que me proporciona ir en moto. Cuando llego a la casa que comparto con mi sobrino Flyn, subo a mi cuarto, me ducho y, acto seguido, me meto en la cama sin pensar en nada más.
El sábado a última hora de la tarde, cuando Flyn y yo estamos jugando en el comedor con la Play, se abren las puertas del salón y aparecen mi hermana Marta y mi madre, Sonia. Nada más verlas, sé que toca discutir. Tras parar el juego, Flyn las mira y gruñe:
—Jolines… ¿Qué queréis?
—Dame un beso ahora mismo, sinvergüenza, y cambia esa cara —le reprocha mi madre—. Cada día te pareces más al gruñón de tu tío… ¡Por el amor de Dios…, pero ¿es que todos los hombres de esta familia tenéis que ser unos zopencos?!
—Mamá… —protesto. Flyn me mira con orgullo. Entre él y yo hay una conexión estupenda que ninguno de los dos permite que nadie rompa.
—Mamá, ¿qué pasa? —le pregunto en tono molesto. Mi hermana Marta tira su bolso sobre el sofá y cuchichea:
—Ah…, hermanito, tú siempre tan simpático.
—¡Marta, ¿te quieres callar?! —replico.
—¿Callarse, ella…? —murmura Flyn. Marta, que es un torbellino de locura desenfrenada, se acerca al niño y, tras darle una colleja, sisea:
—A ver si te callas tú, renacuajo. Flyn refunfuña. Me pide ayuda con la mirada y, cuando ve que no digo nada, se dirige a mi madre:
—Abuela, estábamos jugando una partida muy importante, estamos de torneo… ¿Qué es lo que pasa? Mi madre sonríe. Adora a nuestro pequeño coreano alemán y, dándole un beso en la cabeza, explica:
—Flyn, tu tía y yo tenemos que hablar con Eric.
—¿Ahora? —protesta el niño. —Sí.
—Pero, abuela, te he dicho que estamos de torneo…, ¿no puede ser en otro momento?
—No. No puede ser. Tiene que ser ahora —afirma mi hermana.
Flyn maldice por lo bajo. Lo conozco mejor que nadie y sé que, como no lo detenga, dirá algo inapropiado, por lo que le pido:
—Flyn, ve a tu cuarto.
—Pero…
—Te avisaré para seguir cuando se marchen. Es nuestra noche de hombres y nadie nos la va a jorobar. ¡Te lo prometo! Él refunfuña, le molesta que nos hayan cortado nuestro momento, y sin muchas ganas, sale del salón para ir a su cuarto. Una vez a solas con mi madre y mi hermana, esta última se mofa:
—¿Noche de hombres? Lo que le faltaba al puñetero renacuajo.
—Marta…, hija… —protesta mi madre. Mi hermana se revuelve, nos mira e insiste:
—Quiero a ese niño tanto como vosotros, pero es un maleducado y, o lo metemos en vereda, o dentro de unos años se convertirá en un adolescente insufrible.
No digo nada. Mejor me callo. Por todos es sabido que Flyn, por lo que sea, sólo me respeta a mí.
—Eric, ¿hasta cuándo vas a seguir retrasando tu visita al médico? —me pregunta entonces mi hermana. Resoplo. Pensar en eso es lo último que me apetece. Por desgracia, padezco una dolencia heredada de mi maldito padre, un glaucoma, que no es otra cosa que una enfermedad del nervio óptico que me produce visión borrosa, náuseas, vómitos y terribles dolores de cabeza. «¡Gracias, papá!» Nunca quiero hablar de ello. Es algo que sólo me incumbe a mí y odio dar pena.
—Cariño, has de ir a hacerte esas pruebas —murmura mi madre a continuación.
Megan Maxwell es una reconocida y prolífica escritora del género romántico. De madre española y padre americano, ha publicado más de treinta novelas, además de cuentos y relatos en antologías colectivas. En 2010 fue ganadora del Premio Internacional Seseña de Novela Romántica, en 2010, 2011, 2012 y 2013 recibió el Premio Dama de Clubromantica.com. En 2013 recibió también el AURA, galardón que otorga el Encuentro Yo Leo RA (Romántica Adulta) y en 2017 ha resultado ganadora del Premio Letras del Mediterráneo en el apartado de novela romántica.
Pídeme lo que quieras, su debut en el género erótico, fue premiada con las Tres plumas a la mejor novela erótica que otorga el Premio Pasión por la novela romántica.
Megan Maxwell vive en un precioso pueblecito de Madrid, en compañía de su marido, sus hijos, sus perros Drako y Plufy y sus gatas Julieta, Peggy Su y Coe.