Jorge Alberto Gudiño Hernández
11/09/2021 - 12:05 am
Callar las voces incómodas
Nunca me ha pasado que haya querido conseguir un libro y que éste no se encuentre disponible pues alguna clase de censura ha detenido su tránsito entre la editorial y las librerías.
Muchas veces he querido conseguir un libro y he fracasado. En la mayoría de los casos ha sido por impaciencia, por lentitud o por torpeza. Me ha sucedido que, enterado de la publicación de determinada novela, corro a la librería sólo para descubrir que aún no llega. Lo opuesto también me ha pasado al dejar que transcurran las semanas sólo para toparme con que la edición se ha agotado. Las más, sin embargo, son en las que apunto mal los títulos y, entonces, pierdo la oportunidad de adquirirlos. Hablo, es preciso aclararlo, de libros recientes, de novedades editoriales.
Nunca me ha pasado que haya querido conseguir un libro y que éste no se encuentre disponible pues alguna clase de censura ha detenido su tránsito entre la editorial y las librerías. Supuse, ingenuamente, que eso ya no sucedía. Al menos no en un mundo occidental que presume de ciertas libertades que no hubo en otras épocas. No es momento de hacer resúmenes que enumeren las razones por las que determinados libros han sido bloqueados para que no alcancen a sus lectores. Si acaso, baste recordar ideologías, religiones, regímenes autoritarios o la simple censura de la moralidad. Algo que, insisto, parecía ya no tener cabida en el mundo que habitamos aunque éste esté circunscrito a nuestra particular visión.
Desde hace décadas, Nicaragua suscribió un acuerdo con la ONU y la UNESCO para garantizar el libre tránsito de libros dentro de su territorio. Esta semana nos enteramos de un par de noticias relacionadas con ello. La primera es la más grave. Sergio Ramírez ha sido acusado por el Gobierno de Daniel Ortega. Hay una causa penal en su contra y, aunque aducen algunas razones, lo cierto es que es una clara persecución política. Por fortuna, Sergio había salido del país previendo algo similar. Por desgracia, se sigue utilizando la fuerza de Estado para cometer atropellos. La segunda noticia es que su nuevo libro, Tongolele no sabía bailar, está retenido en la aduana.
El libro es la tercera entrega de una saga policiaca protagonizada por Dolores Morales (El cielo llora por mí y Ya nadie llora por mí). Por razones de procesos editoriales, sus libros se editan e imprimen en España o México antes de enviarlos a Nicaragua y, en general, a Centroamérica. Es ahí, en la frontera, donde se presenta el problema. ¿Cuál? El de la censura disfrazada de burocracia. Estrictamente hablando, el libro no está prohibido. Tan sólo lo están revisando. ¿Qué cosa le revisan? Ni idea. ¿Cuánto tiempo demorarán estas diligencias? Ni idea. El asunto es que, a diferencia del resto de los libros que se importan en Nicaragua, éste ha sido seleccionado para, digámoslo con cautela, revisiones de algún tipo. No se requiere de mucha malicia para ligar los dos eventos: el de la denuncia contra el autor, el de el lento tránsito de su libro por la frontera. Las razones: las más simples y, en cierto sentido, las más puras: la disidencia de Sergio Ramírez.
Es una disidencia que surge de la palabra, el más contundente de sus recursos. Como él mismo lo menciona en un video que se puede consultar en su cuenta de Twitter (@sergioramirezm): “Soy un escritor comprometido con la democracia y la libertad y no cejaré en este empeño desde donde me encuentre. Mi obra literaria de años es la obra de un hombre libre. Las únicas armas que poseo son las palabras y nunca me impondrán el silencio”.
Ojalá así sea. Mientras tanto, sirva incluso de ejercicio de rebeldía buscar sus libros, esos libros. Podrán parecer cosa menor al lado de la amenaza contra la libertad de su autor pero, como él mismo lo sugiere, es en éstos donde descansa aquello que incomoda al tirano. Sirvan pues para sumarse a su reclamo.
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