Antonio María Calera-Grobet
11/06/2022 - 12:04 am
El centro muere en 2022
En otras palabras: han hecho del Centro Histórico un lugar de paso, y de un paso cada vez más rápido. No de paseo y descanso. Y no para todos. Sólo para valientes.
(UN ATISBO CON TODO RESPETO Y PARA AUTORIDADES NO PEREZOSAS SINO INTERESADAS POR LEER LO QUE PASA EN UN TERRENO DE SU RESPONSABILIDAD TOTAL).
Fui estudiante en una institución del Centro Histórico. Mis compañeros y yo tuvimos mucha suerte por haber caído ahí y en ese tiempo, por todo lo que aprendimos dentro y fuera del aula. Luego de estudiar mi universidad, trabajaría, por una suerte que no comprendo, toda mi vida ahí. Y hasta ahora. En ese entorno desde varias instituciones: el Museo de la Ciudad de México, la ahora Secretaría de Cultura (para Cuauhtémoc Cárdenas, Rosario Robles, Andrés Manuel López Obrador cuando dirigieron los rumbos de la ciudad y sus ciudadanos), la Fundación del Centro Histórico, específicamente, la Casa Vecina (para Carlos Slim), y desde hace casi ya dos décadas, desde mi centro cultural: Hostería La Bota, que hoy dirijo codo a codo con Melisa Arzate.
Han pasado más de 30 años desde que recorrí, conscientemente, por primera vez, el Centro Histórico. Y aún, así, aún en verdad, pienso, que el Centro Histórico es inabarcable e irreductible. Que nadie lo conoce. Lo conocemos una parte cada uno de nosotros y acaso aspiramos a conocerlo entre todos aportando nuestras ideas, como si a un retrato cubista me refiriera. Yo no lo conozco, por ejemplo, y dudo seriamente que alguien lo conozca. Y generalmente, quien dice conocerlo lo hace con soberbia, como una estúpida competencia, y olvida que los entornos cambian gradualmente, que la cultura, a pesar de ser un magma que va más con aquello que permanece, también se transforma gradual o violentamente con el tiempo. Y, además, ¿quién sino un ególatra diría conocerlo si lo hermoso justo, día con día, es descubrirlo?
Por eso es doloroso y triste verlo así. Se le ve como un cuerpo enfermo cuyo diagnóstico presenta un cuadro de decaimiento, de falta de aire, si no es que de podredumbre. Ya sea con conocimiento de causa o por pura muerte asistida. Por desdén de las autoridades no creo que pueda hablarse de una eutanasia. Es que se asfixia, no le dan aire. Es que se muere de hambre porque no le dan orden. Lo veo, lo vemos quienes aquí viven o trabajan, como nunca lo imaginamos: con su dignidad por los suelos. Inimaginable porque siempre fue gallardo y popular, bravo y elegante al mismo tiempo. Y vamos, por supuesto, siempre sabio, decano. Macizo como una pirámide. En ruinas, pero no arruinado. No me refiero a que haya cambiado con el paso del tiempo. Lleva quinientos años cambiando. Sería esa noción una cosa que nos obligara de hablar de un cambio natural. Porque da nostalgia, claro, que muchos de los comercios tradicionales hayan fenecido o se hayan transformado en otra cosa, en esa idea de que los tiempos pasados fueron mejores. Pero sucede que lo que ha cambiado no es tanto su semblante sino lo que lleva por dentro: su torrente sanguíneo. Y no me queda claro cuándo comenzó a enfermarse, tal vez esto lleva ya un buen tiempo. Habría que preguntar a los moradores. Ellos acaso sepan más que nadie lo que es este espacio de nuestra realidad.
Sé de seguro, eso sí, que salvar su vida no depende de maquillajes. No de pintarlo por arribita, hacer algo superficial con bombo y platillo para unos cuantos, darle pastillas para la jaqueca, en fin, dormirse en los laureles de haber cerrado algunas calles, remozado algunas plazas. Eso resultaría bueno para los diarios amañados, escaparate falso como casi siempre para los reporteros comprados, pero no para los periodistas (qué digo periodistas, ¡políticos de verdad!). Digo que eso sería magnífico para cuidar su apariencia, pero: ¿qué hay de sus adentros, lo que todos saben que pasa ahí cuando le caen sobre la espalda las maneras de un antiprograma social?
No es cosa de brillantes aseverar una cosa: hay que trabajar mucho por él, desde varias disciplinas, áreas de gobierno, cadenas de mando que puedan operar en su fondo y forma. Esa es una verdad incuestionable. Hay que trabajar y mucho por él. Porque está muriendo. El Centro Histórico de ahora, por ejemplo, es el más violento de los últimos 20 años. Sobre todo si uno piensa que el Centro Histórico no es solamente comer en “El Cardenal” o en el “Casino Español”, “El Danubio” (o “La Bota”, en donde por cierto hay que decir, no con petulancia, pero sólo porque las cosas son así, han sido y son reportadas por cientos de notas de fortuna periodística, que pudiera no haber lugar más visitado por nacionales o extranjeros que “La Bota”, sobre todo en los últimos 10 años, y de ahí mucho el motivo de esta petición de claridad), visitar el Museo Nacional de Arte o el Palacio de Bellas Artes. Esa visión del Centro es un reduccionismo de turistas y no de sus caminantes, paseantes de veras, residentes y huéspedes reales de sus entrañas más verdaderas.
Dos puntos: no está bien el Centro es un decir, es una bomba de tiempo y quien diga lo contrario miente. Ahí están los diarios, las estadísticas, los relatos acumulados entre vecinos viejos y nuevos. Yo los poseo. Podemos decir que se le ha olvidado sobre todo de noche. No se ve a la policía cumplir con su trabajo eficazmente y es cosa habitual, por ejemplo, constatar que hay asaltos, robos, decenas de negocios corruptos, coludidos con el gobierno (no solamente digamos la falacia otra vez de “tolerados”, lo que sería propinar a este estado de las cosas un eufemismo cínico, grosero, cómplice y por ello culpable de lo que acontece), espacios, en verdad, coludidos con el hampa (por todos sabido, comentarios hay incluso de gobernantes que lo han aceptado), que terminan por tirar a la basura el esfuerzo de tanta gente trabajando para tantas instituciones, y que han sabido(centenares de veces y lo puedo comprobar), por vecinos, locatarios y paseantes, de los graves problemas del entorno, y lo que han hecho es dejar pasar las cosas, dejarlas para la siguiente administración, y al parecer nunca se han empeñado, porque así no lo parece, en acotarlos, legalizarlos y hasta, cuando sea el caso, ojalá, desaparecerlos por el bien del entorno.
No se entiende de otra manera que haya piqueras (“Chelerías” les llama el mismo gobierno de manera oficial), a tope de menores de edad, que expendan bebidas adulteradas, que abunden arrabales no pintorescos plenos de color local, sino en verdad peligrosos para ser de pronto “descubiertos” o ya bien conocidos por un turismo del tipo pernicioso, grupos que saben a lo que van (y pueden porque se les permite: beber y drogarse a bajo costo, hacer constantemente conciertos y bacanales hasta el día siguiente), gracias a espacios que viven al margen de la ley, y que a lo más son suspendidos o hasta clausurados una noche, pero al par de días están de nuevo abiertos ya, a pesar de que cuentan con un historial de innumerables faltas (casos de abuso al visitante en cuanto a precios, violencia, ataques de género, riesgo de salir golpeados, robados, secuestrados de manera rápida o más o menos prolongada, sin más), y que su permanencia en la palestra de visitantes deja ver claro que la corrupción los blinda, y no busca acabar con ellas sino, por el contrario, explotarlas al máximo.
Hay autoridad sí, pero, para decir las cosas como es debido, de membrete o simbólica, no en el grado en que necesita, no a la altura de la historia del entorno. No pueden hacer mucho la Autoridad del Centro Histórico o el Fideicomiso del Centro Histórico (instituciones que brindado un apoyo somero según lo verdaderamente fáctico y no simbólico de sus poderes), sin un apoyo real para aumentar sus facultades de discernimiento en cuanto a cómo se vienen dando las cosas en este ecosistema cultural.
En otras palabras: han hecho del Centro Histórico un lugar de paso, y de un paso cada vez más rápido. No de paseo y descanso. Y no para todos. Sólo para valientes. Ahora cae la tarde y se vacía. Ni apenas cierra el metro y se ve a los caminantes dirigirse a sus casas. Porque hay miedo. Es una tristeza que todos aquellos que han trabajado por él, que siguen tejiendo relaciones afectivas y laborales en sus coordenadas, luego de los empeños de tantos creadores, pensadores y empresarios de cualquier gremio y peso, sientan que se le ha abandonado, dejado a su suerte, muchas veces hasta en sus servicios elementales, algunas veces por negligencia y, la mayoría, por mera corrupción. Algunos de los amigos que lo vivieron en años más mozos (ni imagino lo que fue vivirlo setenta años atrás), ya no viven aquí o viven de su nostalgia. Los más pocos, sin mucha brújula, se empecinan en su supervivencia: que siga con brío, no muera. Muchos pensadores, artistas, antropólogos, sociólogos, cineastas, poetas, periodistas, gestores culturales que aún se dejan ver por aquí.
Y es que el Centro Histórico ahora al menos tiene dos caras, como los políticos que han dicho lo protegerían y por esto la vehemencia de este comunicado. Por un lado, presume una cara limpia, pero por otro esconde decenas de plazas y calles llenas de basura acumulada, pintas sobre sus piedras sean de basalto, tezontle o cantera, un sinfín de fachadas deterioradas, que sumadas hablan de su falta de identidad. Para fines comerciales, publicitarios o turísticos, se dice que hay diariamente un hervidero de peatones, pero oculta que muchos son asaltados en el transporte, sus plazas y callejones, a veces dentro de sus mismos edificios comerciales. Pregona a los medios que hay cualquier cantidad de restaurantes tradicionales y nuevos de gran calidad, pero oculta que muchos de sus locatarios sufren a diario el estropicio provocado por decenas de changarros de quinta, absolutamente ilegales, con el volumen reventando los sesos de los residentes para beneplácito de ningún visitante sea de donde sea. Chelas a 15 pesos, frituras como comida en restaurante, y todo esto porque no se pagan impuestos, Seguro Social, enseres en la vía púbica, ley ambiental, licencia, protección civil: nada. ¿De qué ganan?
En fin, cada vez que escribo un texto sobre el Centro (pongo a su disposición todo mi almanaque de entrevistas, notas, relaciones tejidas con la ciudadanía que ahí vive y ha vivido de generación en generación, sobre todo los centenares de querellas interpuestas ante decenas de disfuncionarios públicos), pienso en un viejo Centro de tantos, el que me tocó vivir a principios de los años noventa. Recuerdo a un indigente que vivía en las calles del Centro. Una noche me preguntó que si quería ir a su casa a unas cuadras. Me extrañó, pero acepté. Tomamos por Mesones, cruzamos por 5 de Febrero y enfilamos por 20 de Noviembre. Ahí, hace tanto tiempo, cuando observamos el basamento que existió bajo la asta bandera, mi próximo anfitrión se apresuró volteándose hacia ella (estábamos ahí, en el centro de la Plaza de la Constitución), para este mi nuevo amigo, extender los brazos y decirme, presentarme a gritos y con una reverencia, la plaza y los edificios que la rodeaban frente a nosotros: el Ayuntamiento, la Suprema Corte, el Palacio Nacional. Me dijo entonces, en verdad extasiado este indigente: “Bienvenido a mi casa”. Nos sonreímos. Era otro Centro Histórico. Vivo.
Post Scriptum: Hay por delincuencia organizada, ataques constantes a ciudadanos locales o no, problemas de genero graves: sinfín de enfermedades que acusan deterioro de la escultura social. Es una emergencia.
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