Rocío y David están enfermos y son personas de la tercera edad, pero necesitan salir de casa para vender las figuras de papel aluminio que hacen. Si la muerte llega, dicen, se irán juntos.
Ciudad de México, 11 de mayo (SinEmbargo).– Es una tarde de 2017. Rocío camina por calles del Centro Histórico de la Ciudad de México cuando un sujeto se aproxima para robarle. La avienta contra el suelo para arrebatarle una bolsa y huye. El impacto provoca una hemorragia interna en la cabeza de la mujer, quien es trasladada hasta el Hospital Balbuena. Ahí permanece 28 días, de los cuales cuatro los pasa en estado de coma. Sobrevive y sale, pero los días no vuelven a ser iguales.
Tres años después, en plena Fase 3 de la pandemia, Rocío se encuentra en una silla de ruedas en la calle 16 de septiembre. Ahí sostiene una caja de zapatos que sirve de aparador para las figuras de papel aluminio que hace David, su esposo. Ofrece elefantes, zorros, tortugas, unicornios, cerdos, toros, colibríes y hasta gatos. Los que se animan a llevarse una de las piezas artesanales dan una cooperación voluntaria.
David y Rocío ocupan el dinero para pagar la renta de un cuarto y comprar alimentos y medicamentos para ambos. Ella toma pastillas para frenar las convulsiones que sufre; él para fortalecer el corazón que le quedó debilitado después de sufrir un preinfarto. Ambos pasan las 24 horas del día juntos. Llevan más de cuatro décadas casados. Sólo tuvieron un hijo, cuentan.
“Para la edad de uno, pues no se encuentra fácilmente trabajo. Como a Rocío le dan convulsiones, pues no puedo dejarla solita. De repente está bien, pero de repente se pone bien mala. Por eso siempre traigo sus medicinas. Yo estoy malo del corazón”, dice David, quien empuja la silla de ruedas de Rocío cada vez que necesitan ir a algún lugar.
La Jornada Nacional de Sana Distancia redujo el flujo de personas en la 16 de septiembre, calle que hoy encuentra su única aglomeración en la famosa Pastelería Ideal. La ausencia de gente ha provocado “días horribles” en los que David y Rocío sacan menos monedas para continuar.
“Cuando nos va bien podemos sacar 200 o 300 pesos. Por ejemplo, el día de hoy llevamos muy poquito. Llevamos como 80 pesos. Ha habido días horribles en los que no hay nada de gente. No pasaba ni una alma. Hay que andarle buscando”, cuenta David. Sus jornadas en el Centro Histórico capitalino inician, dice, a las 13:00 horas y concluyen a las 19:00 horas.
“Ha estado muy difícil para nosotros que somos vendedores ambulantes. Ha estado muy difícil. Gracias a Dios y a la gente estamos levantándola. La venta que tenemos es muy poca. La gente no quiere que la toquen, entonces menos van a estar comprando figuritas”, cuenta David.
Rocío, de 72 años, no tiene fuerza en los brazos y piernas. David la baña, la peina, le da de comer. La adora, dice el hombre de 77 años. “Antes sí me la llevaba hasta el Zócalo y estábamos por todos lados. Pero desde que me quiso dar un infarto”, relata el hombre. “Ya no se puede”, agrega ella.
“Un desgraciado le jaló la bolsa, le quiso robar y la aventó. Estaba yo de volantero en Tacuba. Promocionaba lentes. Me fueron a avisar que estaba tirada. Cuando llegué ya la habían subido a la ambulancia. Nos la llevamos a Balbuena. Ahí me la atendieron. Eso fue hace 3 años”, recuerda David. “No puedo aliviarme porque me operan y es malo, no me operan y el malo”, añade Rocío.
“No la pueden operar. Ella es muy delicada para la anestesia. Tuvimos un hijo, tuvo que ser cesárea, se puso muy mal por la anestesia. Por eso no le pueden poner anestesia. Yo he sentido que dan palos de ciego porque no saben ni realmente qué es (lo que tiene). Gracias a Dios ha evolucionado, porque las convulsiones ya casi no le han dado. No puede andar solita”, cuenta David.
Rocío es la musa para hacer las figuras que les dan de comer, asegura el hombre. Y aunque tienen que estar en las calles, trata de cuidarla. Le pone un tapabocas, la tapa y procura que su higiene se mantenga. “Un virus no aguanta ante la limpieza”, dice.
Ambos están enfermos y ambos son personas de la tercera edad. Esas características los vuelven más vulnerables ante la COVID-19, pero necesitan salir.
“Yo a la gente que conozco pues no veo a que se haya enfermado. ¿Creer a las noticias? A mí me dijeron que una televisora andaba con los indigentes del Teatro Blanquita, y que les ofrecieron dinero para que dijeran que tenían el virus. Hay casos de verdad y hay casos de mentira. Dice uno: Que sea lo que Dios quiera. A ella la cuido, trae tapabocas, solo que le molesta y se lo quito. La traigo bien cubierta y limpieza ante todo”, dice David. Rocío sonríe.
“Estamos enfermos los dos. Ya estamos grandes. Si vamos a morir, que Dios nos ampare. Que nos lleve juntos y ya”, añade el hombre. Rocío asienta con la cabeza.