Ana Clavel, maestra en letras latinoamericanas por la UNAM y autora de textos ganadores de premios, habló sobre el corazón, la violencia, la muerte y la vida en entrevista para Puntos y Comas.
“Hay que encontrar dentro de toda la locura, dentro de todo el caos, dentro del abismo, lo que dé sentido, lo que vuelva a recapturar un equilibrio que permita no sólo la muerte, sino también la vida”, señala la autora de Breve tratado del corazón.
Ciudad de México, 11 de mayo (SinEmbargo).– Los mexicanos viven la peor novela negra que pudieron imaginar. Los asesinados y desaparecidos se cuentan por miles. En ese contexto, la literatura continúa buscando el equilibrio: sí, dar espacio a la muerte, pero también a la vida, señala Ana Clavel, escritora e investigadora mexicana.
“Hay que encontrar dentro de toda la locura, dentro de todo el caos, dentro del abismo, lo que dé sentido, lo que vuelva a recapturar un equilibrio que permita no sólo la muerte, sino también la vida”, explica Clavel.
En entrevista para Puntos y Comas, la escritora habla sobre la fuerza del corazón, protagonista de su último libro, y sobre el encuentro de la realidad y la ficción.
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En Breve tratado del corazón, la más reciente novela de Ana Clavel, “se entrecruzan los destinos de una mujer que a punto de suicidarse se detiene al pensar que no ha visto el Taj Mahal, de un hombre sometido a una operación del corazón que al salir del hospital descubre que ha dejado de ser el autómata que era, de una joven descuartizada que deambula como alma sin rumbo y de un sicario caníbal, dueño y señor de legiones que habitan en su interior”, reseña Alfaguara. Aquí la charla con la autora:
–¿Cómo prefieres pensar tu libro? ¿Como un conjunto de historias o una novela?
–Son voces. Cada una narrativamente es diferente. Es diferente la manera en la que se articulan. Conforman una suerte de mosaico, de collage de lo que implica el tema del corazón contemporáneo como símbolo en nuestro días. En realidad el gran protagonista de la historia es este músculo cardiaco que tiene sus razones propias para latir o para dejar de hacerlo. Uno no va deliberadamente diciendo “es que voy a escribir una novela con un desarrollo convencional de 300 páginas”, sino que la historia te va pidiendo que tú vayas armando. Uno suelta por ahí, con un azar deliberado, esas provocaciones, anzuelos que se van entretejiendo. Por un lado yo tengo un par de personajes que en un principio responden a una esfera individual, a una esfera ficticia, y trabajando esos personajes, el hombre que entra al quirófano y la vida le cambia o la chica que está a punto de suicidarse pero se da cuenta que no puede hacerlo si no ha visitado el Taj Mahal. De pronto se te revela un jirón de realidad, y por eso me desvío hacia este personaje, la enmaletada del Metro San Antonio… Yo vivo muy cerca del Metro San Antonio y no pude acallar este latido delator, ese latido dramático y violento. Se me ocurrió que al incorporar este otro personaje, el tema encontraba una actualidad feroz, pero también una actualidad para desarrollar el asunto. Era una oportunidad para enlazar esta realidad sangrienta. De pronto se convierte en una imagen feroz de lo que vivimos. La chica que aparece en las noticias en 2014, aparece desmembrada. Yo añado el asunto de que le sacan el corazón por la relación con la trama de Breve tratado del corazón.
–¿Por qué decidiste usar documentos de la realidad para complementar la ficción?
–Tenía mucha información. Se me ocurrió que podía ironizar un poco sobre el tema si deliberadamente lo transformaba en un tratado que tuviera la base novelística, la base narrativa. Se trasformó así en un instrumento crítico. En la páginas se recurre a la información médica, a la información histórica, información que me saco de la manga, que me invento yo. Se va creando una red alrededor de las voces narrativas de la trama de Breve tratado del corazón. Cuando empiezas a escribir, dices: “quiero escribir sobre esto”, pero no te imaginas hasta qué punto el reto de trabajar un tema tan tratado en la literatura, en las artes, en nuestro imaginario, en la historia, no te imaginas que es meterte con Sansón a las patadas. De pronto te preguntas: ¿de qué manera puedes dar un sesgo diferente? De pronto se da toda esta estructura para adaptar la temática. De pronto se simula, con los recuadros, con las imágenes, un tratado médico sobre el corazón.
–La semana pasada platicamos con Francisco Haghenbeck. Él nos decía que los escritores no pueden darle la espalda al México resquebrajado y filoso. Tú no lo haces…
–Acá. En esta historia se me reveló de una manera brutal. No lo pude evitar. No siempre tengo esa relación tan cercana con la realidad. Este México contemporáneo tan dolido nos está golpeando mucho en la cara, en el corazón. No puedes evitarlo. Pero no quiere decir que todo el mundo lo deba hacer, creo que también el trabajo de la ficción puede convertirse en un reto para mostrar que no nada más es la realidad violenta, para eso está la capacidad de escribir historias. A la hora en la que incorporé personajes de la realidad sangrienta, en la segunda parte de la novela, está la cuestión de la forma en la que los abordó. En el caso de la enmaletada, pues se queda en calidad de personaje fantástico, deambulando por la ciudad, aprendiendo a flotar como si fuera un alma. En el caso del sicario, pues armar esta voz colectiva, megalómana… Tiene relación con la imaginación, como si estuvieras en la mente de un criminal. Pero acá se trata de inaugurar territorios de imaginación. No importa si es verídico, lo importante es que te la creas, que de alguna manera enriquezca tu perspectiva para ver este universo tan violento y tan feroz. Hay una parte en la que a uno le roza, y a mí me pasó: también te reconoces con la violencia interior, esa es la parte rica de lo literario, que te ilumina espacios de sombra.
–No tienen que hacerlo los escritores [el escribir sobre la realidad violenta], pero sí…
–No lo había trabajado de este modo. Eran personajes en su mundo, en su forma de disfrutar su imaginación, del cuerpo. En mi primera novela, por ejemplo, la Ciudad de México fue muy importante, pero como es otra ciudad la de los años ochenta con la actual, pues no había ese tipo de desnudos porno–criminales. En cambio había metáforas. La Ciudad se veía como una mujer que despierta en las mañanas, había historias más fantasiosas. Ahora es una realidad que se está imponiendo. Nos está perturbando [esa realidad]. Nos está invadiendo el imaginario, pero no creo que sea una exigencia que para escribir buena literatura, tengas que tocar esos temas. Si el espacio de la creación artística no es un espacio de libertad absoluta, pues estamos peor de lo que imaginábamos.
–¿Por qué elegir historias próximas al corazón?
–Históricamente, literariamente, legendariamente se le ha atribuido al corazón una carga importante. Estamos escuchando a David Bowie… Es el corazón el que recuerda. Yo no conocí a David Bowie, pero le tengo un afecto, una pasión que me acerca a él. Se lo atribuyes a la capacidad de empatía, a la capacidad de imaginación, con el personaje… Nosotros lo guardamos en el corazón. Ahí está el simbolismo. Por más que lo deconstruyas, el simbolismo del corazón responde a esa narrativa que nos es propia de contarnos historias, de adjudicar valores, de dar sentido. Así como hacemos del corazón una metáfora de nuestra existencia, está también la idea con la que arranca Breve tratado del corazón: la verdadera lámpara del deseo, es siempre el propio corazón. Hay que encontrar dentro de toda la locura, dentro de todo el caos, dentro del abismo, lo que dé sentido, lo que vuelva a recapturar un equilibrio que permita no sólo la muerte, sino también la vida.