Benito Taibo
11/05/2014 - 12:00 am
Escribir por ejemplo…
Me impresiona que algunas personas piensen que los que se dedican al arte y la cultura (y existen, lo juro), sean una especie de “huevones con algún talento”. Esto es, que existe la falsa y retrógrada creencia de que los artistas están todo el día rascándose los desos (como dice mi amigo Trino) y de […]
Me impresiona que algunas personas piensen que los que se dedican al arte y la cultura (y existen, lo juro), sean una especie de “huevones con algún talento”.
Esto es, que existe la falsa y retrógrada creencia de que los artistas están todo el día rascándose los desos (como dice mi amigo Trino) y de repente, en un rapto de inspiración creadora, tocados en la cabeza por la musa, realizan algo asombroso en cuestión de segundos, y luego, vuelven tranquilamente a la hamaca, a cosechar los laureles, la aprobación y por supuesto, el dinero que llega a raudales. Y el resto del tiempo lo usan para vanagloriarse con sus éxitos.
Y no es, por supuesto, cierto.
Viví un caso singular que ejemplifica esta percepción errónea que se tiene, y que cada vez es más acendrada. Hace algunos años, en el Museo Picasso de Barcelona, frente a la famosa paloma de la paz, magistralmente realizada con cinco vibrantes, emocionadas, inteligentes líneas, un círculo y un puntito, una señora de la clase dominante de Monterrey (y fue así, ni más ni menos, con lo cual no pretendo demeritar por ningún motivo al resto de los habitantes de esa ciudad) dijo en voz alta a su marido empresario, que tenía cara de harto y que sin duda preferiría estar en cualquier otro sitio:
– Mira Eugenio… ¡Esto lo hace cualquiera!
Y Eugenio, aunque no estuviera de acuerdo, movía afirmativamente su amodorrada cabeza.
Se disponían a irse cuando la alcancé.
–Disculpe usted, distinguida dama. Por casualidad y esperando no pecar de entrometido, escuché su comentario…
Se puso tan roja como un camarón que meten a la olla burbujeante. Empezó a balbucear disculpas que nadie le pidió.
–Permítame decirle que (dije interrumpiéndola), eso no lo hace cualquiera. Acompáñenme unos instantes para que lo entienda a cabalidad.
Volteó a ver a su esposo (que se había despertado súbitamente al escuchar mi obvio acento mexicano) y éste le indico que sí, que me siguiera.
Y la llevé frente a otro cuadro, un par de salas más lejos.
–Se llama “Ciencia y caridad”. Mírelo bien.– Le pedí en amable tono.
Y en sus ojos, iba apareciendo lentamente un viso de razón. Como si dentro de una caverna, alguien hubiera encendido una hoguera.
–Picasso pintó este cuadro a los 15 años. La paloma que cualquiera podría haber dibujado, es del año 1961. Don Pablo tenía ochenta. Tuvieron que pasar sesenta y cinco para lograr, con tan poco, con unas cuantas líneas, una maravilla.
Y me parece que le quedó bastante claro.
Los dejé, a ella y a Eugenio mirando boquiabiertos la paloma.
Lo que estoy queriendo decir es que para llegar a publicar “Crimen y castigo”, Dostoievski garrapateó incansablemente cientos y cientos de cuartillas. “Los miserables” no fueron paridos en un fin de semana. La Sinfonía número 5 en do menor, Opus 67, de Ludwig van Beethoven fue compuesta en cuatro largos y difíciles años. Y así, podría dar infinidad de ejemplos de cómo el proceso creativo es arduo, agotador, pero también magnifico.
No cualquiera es poeta, escultor, director de cine, bailarina, o pintor.
Pero, mucho menos, cualquiera es Quevedo, Rodin, Buñuel, Isadora Duncan o Picasso.
Para acercarse a sus pantorrillas, si acaso, hay que trabajar mucho todos los días. Empezar cada mañana como si fuese la primera o la última. Dejando en el lienzo, el celuloide, la duela o el papel, un trozo de la vida.
Y a veces, ni siquiera así, partiéndose el alma, se logra un solo atisbo de la genialidad ni de la gloria. Y sin embargo, lo intentan. Y hay que agradecerlo.
No, los que hacen arte y cultura, no andan rascándose los desos.
Esa curiosa tarea, se la dejan a los políticos que no tienen ni idea de cómo hacer una paloma con cinco trazos, un círculo y un puntito…
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