El monasterio es un símbolo de resistencia, construido en Hoshiv tras la Independencia de Ucrania a principios de la década de 1990.
Por Renata Brito
HOSHIV, Ucrania (AP).- Entre los bosques de hayas de los Montes Cárpatos, un tranquilo monasterio se transformó para albergar a familias con niños desplazadas por la Guerra en Ucrania.
Las religiosas de la Congregación Católica Griega de Monjas de la Sagrada Familia, ubicada a 100 kilómetros (60 millas) de Lviv, les ha dado refugio a unas 40 personas que le escapaban a las fuerzas invasoras rusas en el este y el centro de Ucrania.
El canto de los pájaros y el suave sonido de las oraciones son un alivio para Ryma Stryzhko, de 59 años, que huyó de Járkiv.
“Sentías que los aviones volaban adentro de tu casa. Escuchabas el estruendo de los bombardeos”, relató la mujer. Muchas veces tuvo que refugiarse entre automóviles cuando iba a comprar pan o medicinas.
“Después de lo que vimos, [el monasterio] es un paraíso”, manifestó.
El monasterio es un símbolo de resistencia, construido en Hoshiv tras la Independencia de Ucrania a principios de la década de 1990. Otro monasterio más viejo de la zona fue cerrado por las autoridades cuando era parte de la Unión Soviética. Sus monjas fueron enviadas a Siberia.
“Rogamos por que vuelva la paz a Ucrania, por nuestros soldados, por las personas inocentes que murieron o fueron asesinadas”, dijo la monja principal, Dominica.
Antes de la guerra, 17 monjas llevaban una vida tranquila en el monasterio. Además de sus tareas religiosas y de su trabajo caritativo, cultivaban hongos, preparaban su propia pasta y pintaban íconos para decorar la capilla. Ahora corren detrás de los niños, ofrecen apoyo y terapia a sus madres y cocinan a diario para decenas de comensales.
“En el monasterio todo gira en torno a las oraciones y la orden”, declaró la monja Dominica. Pero cuando comenzó la invasión rusa, les dijeron a las autoridades locales que podían dar albergue a unas 50 personas desplazadas.
“Ajustamos las oraciones y las tareas para poder atender a la gente”, manifestó.
Muchos de los niños que se ríen y abrazan a las monjas llegaron traumatizados.
“Al principio se mostraban un poco reacios. Este es un sitio nuevo para ellos. Venían de ciudades donde hay tiroteos y se escuchan constantemente las sirenas” anunciando bombardeos, señaló.
Pero incluso en este rincón tranquilo de Ucrania, las monjas escuchan las alertas de bombardeos en sus teléfonos. Avisan a los desplazados haciendo sonar las campanas del monasterio, un sonido menos traumático que el de las sirenas, y los llevan a los sótanos.
En un sótano improvisaron una capilla decorada con pinturas de María y el niño Jesús, una vela y una gran cruz hecha con ramas. Hay colchones, mantas y bancos en el sótano. En uno de los muros había pasajes de “The Prodigy” (El Prodigio), un posible homenaje a la banda de música electrónica bailable británica.
Incluso cuando no suenan las sirenas, los chicos juegan en el cavernoso sótano.
“Jugamos y rezamos”, dijo Rostyslav Borysenko, de 10 años, quien escapó de Mariúpol con su madre. “Eso ayuda”.
Su madre espera ansiosamente noticias de sus familiares y amigos que no pudieron irse de Mariúpol o que fueron evacuados a zonas orientales controladas por separatistas pro rusos.
A pesar de estar a miles de kilómetros del frente de combate, en la cena se habla mayormente de la Guerra.
Mientras las familias cortan el pan en la mesa durante la cena, las monjas comen separadamente en la biblioteca, en una larga mesa debajo de un cuadro de La Última Cena. Entre ellas está la monja Josefa, de 44 años, evacuada de un monasterio de Kiev en el primer día de la guerra.
“Cuesta irte del sitio donde vives”, declaró. “Puedo vivir aquí, pero mi corazón está allí. No veo la hora de volver”.