Jesús Robles Maloof
11/03/2015 - 12:00 am
Mi amigo de Honduras
En la infancia yo siempre arruinaba las fotos. Todas las fotos. A los tres años empecé a desarrollar esta patología extraña, perversa… Hernán Casciari. Hace unos días hice un amigo en La 72 Hogar Refugio Para Personas Migrantes en Tenosique Tabasco. Viene de Honduras. Colochito, alegre de interminable energía. Descubrí que compartimos el dudoso […]
En la infancia yo siempre arruinaba las fotos. Todas las fotos. A los tres años empecé a desarrollar esta patología extraña, perversa…
Hernán Casciari.
Hace unos días hice un amigo en La 72 Hogar Refugio Para Personas Migrantes en Tenosique Tabasco. Viene de Honduras. Colochito, alegre de interminable energía. Descubrí que compartimos el dudoso mérito de avergonzar a la civilización humana al mostrar los caninos cual fieras salvajes cuando se aproxima una cámara fotográfica. (Las chicas hacían algo más provechoso, claro). Se los presento.
Sus caras me recordaron el entrañable libro de Hernán Casciari “El pibe que arruinaba las fotos”. Aún hoy sigo haciendo esos gestos sin poder evitarlo. Nos divertimos mucho tonteando, bailando y molestando a la banda migrante. Lo malo vino más noche cuando recibimos un tremendo abucheo al intentar cantar una canción en las tardes de karaoke que el loco de Fray Tomás González Castillo organiza, como una de las muchas actividades que hay en ese libre y extraño lugar. Me despedí ya tarde, agotado de contento.
Al dormir aquel día pensé en que mi nuevo amigo debería poder llegar a mi casa sin problema alguno. Lo normal sería que pudiera pasar por mi país y recibir un trato humano, como el que yo recibí en Honduras hace unos meses. Se supone que México es hospitalario por lo que este suelo debería recibirlo con los brazos abiertos y aunque no es que estemos en la abundancia, le hiciéramos como le hacen los cocineros de La 72, donde comen dos, comen tres. (O cerca de 150 como hace unos días.)
Pensé en que yo regresaría en avión al DF y llegaría a mi hogar con los míos en solo unas horas ¿Y mi amigo? ¿Qué hará? ¿A dónde lo buscaré después? ¿Va a estar bien? No puedo responder a ninguna de estas preguntas. No puedo.
Me encabrona pensar que el canijo colochito tenga que subir a La Bestia que tantas vidas se ha llevado o por la persecución que el gobierno de Peña Nieto ordenó vaya por rutas aún más peligrosas. No puedo ni pensarlo. Quisiera invitarlo a mi casa, a conocer a mi familia y que tonteáramos igual que el pasado sábado. Que cuando se vaya a donde quiera que vaya, pudiera escribirle y visitarlo de vez en cuando para cotorrear chido como el sábado.
En cambio este niño con su familia debe pasar por mi país a escondidas. Como si fuera un espectro o un criminal y yo les puedo asegurar que no es nada de eso, es mi amigo. No sé qué va a pasar con él, con su mami, y su hermanita. Miles de kilómetros les esperan y docenas de policías municipales, estatales y federales que les perseguirán, o que buscarán robarles. De la misma manera que criminales que les extorsionan o secuestran. No quiero ni pensar que se vaya a caer de La Bestia, por el cansancio de días, por el hambre, el frío o el calor. Me angustia mucho.
Pienso que en vez de apachurrarme y estar todo triste (como cuando te vas de esas fiestas que están bien divertidas y que tus papás te llevan a fuerza), debo hacer algo. Por eso abro mi computadora y escribo esto para pensar con ustedes algo. ¿Por dónde empezar? Un buen lugar sería apoyar al mismo lugar que me permitió conocer a mi amigo. De tiempo ayudo en lo que sé hacer, soy abogado, pero la situación está tan complicada que creo que puedo/podemos hacer más y estos gobiernos créanme que no lo van a hacer porque están empeñados en ser la Border Patrol en suelo mexicano a costa del sufrimiento humano.
Vale la pena apoyar a La 72, ahí han tratado súper chido a mi amigo, como a toda la persona que tras un día o dos en la selva, logran llegar a Tenosique. “Bienvenidos” se escucha al llegar. No solo les dan cobijo, comida y reconocimiento, están a su lado frente a los abusos, por ello a Tomás a Rubén y a los voluntarios también los persiguen. Al oponerse al abuso, le dan sentido concreto a la palabra dignidad.
En todo este desasosiego por lo que ahora siento, estoy seguro que el cambió vendrá de lugares como el de esa lomita junto el inmenso árbol de mango nutrido por quienes resisten alegre a las políticas hechas desde un escritorio en el DF o en Washington donde se creen con el derecho de decidir quien vive y quien muere. De frente les dicen NO. Ahí hay amor del real, del concreto. Entre el calorcito sureño y el sopor de la tarde se construye algo entrañablemente humano, territorio liberado como dicen ellos.
¿Danos chance de ayudar? Le dije Tomás el domingo antes de irme. Sé que hay muchos que buscan una oportunidad para solidarizarse con personas como mi amigo. Pensé que iba a meditar mi pregunta pero Fray Tomás es un hombre práctico. “Como puedes ver, el Plan Frontera Sur ha militarizado la frontera y con ello los abusos han crecido”.
En efecto en esta visita vi a muchas más personas que de costumbre, muchos son perseguidos, otros buscan visas humanitarias que tardan meses y meses. Otros están días mientras recuperan la fuerza, por el excesivo control. “Hay que conseguir más alimentos” no dudó. Como vi en twitter., luchar contra la injusticia puede sonar a frase hueca, o puede como en el caso de La 72, un ejercicio de todos los días. Nada más cotidiano que comer. Empecemos por ahí
El lunes llamé a la gente del colectivo @PazRevolucionMx, del @ContingenteMx y pensamos en una campaña de micro donativos para La 72 que nos permita a ti y a mí, ejercer el deber humano por excelencia, la solidaridad.
Aquel sábado en La 72 me despedí de mi amigo. Le mostré las fotos que habíamos tomado un día antes y pegó unas risotadas, después se alejó. Dice Casciari que, las anécdotas son mejores cuando no tienen nada del otro mundo. El colocho se fue sin despedirse, porque algo más divertido llamó su atención. Normal, como un niño de su edad.
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