Nadie escribe mejor que Eusebio Ruvalcaba que su hijo, Alonso. Hay que dejar una herencia y a ello vino, este hombre que murió tan joven y que vivió tan mucho, que se llamaba un creador que escuchaba sólo música y que de vez en cuando escribía algunas líneas.
«El único sentido que tiene escribir es tener algo que corregir», escribió Julián Herbert en Twitter y mucho tendrá que haber corregido la novela Todos tenemos pensamientos asesinos (Plaza & Janés), que fue la última vez que lo entrevisté.
Había nacido en 1951 y había escrito Un hilito de sangre (la que fue llevada al cine en los ’90, con un joven Diego Luna como protagonista). Había sido hijo del violinista Higinio Ruvalcaba y como tal decía: “Incluso en el peor momento de soledad y desfalco económico, o la cruda más fatal, la música no nos abandonará”.
Había nacido en Guadalajara y vivía en Tlalpan. Murió el mismo día en que hace cinco años moría Luis Alberto Spinetta y ahora tengo dos duelos, para dos seres que amaban la música, uno de los cuales consideraba que la literatura de los “ninis” de La Condesa y La Roma llamaba “literatura-espuma y abyecta”.
“La literatura mexicana está amordazada por los propios escritores, que sólo piensan en ellos”, decía.
Eusebio Ruvalcaba es narrador, poeta y ensayista. Ha publicado también Desde la tersa noche, Jueves Santo, Una cerveza de nombre derrota y El silencio me despertó. Amaba a José Revueltas: “Mi referencia es José Revueltas. Sus personajes siempre son jirones, son personajes desgarrados, maltrechos, que vienen de la ignominia. Hay que escribir sobre eso, es inevitable”.
El escritor Jaime Garba lo recuerda así: “Hace algunos años, me encontraba en Bellas Artes visitando la exposición de Magritte junto a un grupo de estudio, transitábamos las salas cuando una amiga me dijo «mira, ese de allá es Eusebio Ruvalcaba», yo comenté que no podría serlo, ¿qué estaría haciendo ese connotado autor en solitario con los brazos detrás, serio, caminando de una obra a otra en absoluta parsimonia? «Que sí es» aseguró, y ante la imposibilidad de que alguien se adjudicara la razón, decidimos seguirlo por cada rincón del palacio, él se dio cuenta casi de inmediato y se puso incómodo, nos miraba de reojo y nosotros tratábamos de ocultarnos entre la gente y las paredes; así siguió el juego hasta que abajo, en la librería, no resistí y terminé por preguntarle: «¿es usted Eusebio Ruvalcaba?»
Reconociéndome como uno de sus perseguidores contestó un tanto molesto «sí, yo soy» Una inyección de nervios me recorrió y le pedí una foto para mi amiga, aceptando quizá con la seguridad de que así lo dejaríamos de molestar, tomé la cámara y disparé tembloroso dos veces, las fotos salieron borrosas pero don Eusebio se veía verdaderamente incómodo por lo cual no me atreví a pedirle otra. Nos despedimos torpemente y él con un aire de alivio se adentró a la librería; pero no nos marchamos, apenas unos pasos seguimos siendo sus sombras hasta tuvimos que irnos”.
¿Cuántos escritores serán tu sombra en estos días? Tan joven que moriste, tan lleno de vida y al mismo tiempo tan resignado frente a una muerte lenta, que primero te sacó la razón y luego el pulso de tu corazón.
Alguna vez te pregunté si habías tenido miedo de matar a alguien. Me respondiste: “Sí. Incluso el arma me temblaba en las manos. Sólo terminé disparando contra el espejo que reflejaba mi imagen”. Adiós, Eusebio. Tan grande, tan solitario.