Alejandro Páez Varela
11/01/2016 - 12:05 am
Misión cumplida, sí señor
Todos contentos: contentos los que hacen las armas, los que ofrecen protección a los capos, los que ayudan a lavar las fortunas; contenta la DEA con sus presupuestos multimillonarios, contentos los policías y los militares que tienen armas como nunca.
Joaquín Archivaldo Guzmán Loera se ve resignado en las dos primeras fotos posteriores a su captura. Reflexivo, con la mirada perdida.
En la primera está sentado en la cama de hotel con la camiseta hecha un trapo sucio; en la segunda está en un vehículo, viendo hacia la nada o viendo hacia adentro.
Luego de esas tomas, “El Chapo” pasó unas seis horas en el aeropuerto del Distrito Federal. Y luego lo presentaron en esa nueva manera que tiene el Gobierno de México de presumir a sus presas: simula un traslado de una aeronave a otra para que la prensa pueda fotografiar a prisioneros que todavía están bajo proceso y que, por lo tanto, son presuntos culpables de algo. (No es, esto último, el caso de “El Chapo”, quien ha recibido sentencias).
Posteriormente, cuando llevaron a Guzmán de un helicóptero a otro, hay un momento en el que el militar que lo conduce con la mano en el cuello lo hace voltear hacia la prensa, y después lo obliga a continuar el paso.
“El Chapo” hace todo lo anterior con obediencia y resignación. Si pienso en la presentación de Édgar Valdez Villarreal, alias “La Barbie”, nada qué ver; la sonrisa del asesino norteamericano es un reto al Estado. O si pienso en Abimael Guzmán (¿lo recuerdan?), el guerrillero peruano, pues hay grandes diferencias; aquél levantaba el puño, gritaba, daba vueltas en su celda, vestido a rayas. Amenazaba.
El capo mexicano parece jugar el papel que le toca en ese momento. Y lo juega con precisión.
Como allí, durante su arresto y presentación, Joaquín Archivaldo ha dado muestras una y otra vez de ser un hombre “responsable” y un aliado de fiar.
En ninguno de sus arrestos ha puesto (ha entregado, ha denunciado) a sus presuntos cómplices (políticos, servidores públicos, banqueros, empresarios, militares, policías), que son “presuntos” gracias a que él no los ha delatado.
Como una liebre en manos del cazador, “El Chapo” se agacha, se mueve, se acomoda, se muestra para la foto.
Se queda quiero, como liebre lampareada.
A diferencia de casi cualquier otro capo, Guzmán Loera es un rey en la escena. No reta, no discute. Asume su papel dentro del espectáculo.
En el fondo, el narcotraficante más famoso del mundo tiene razón al menos en una cosa (si no es que en varias más): “El día que yo no exista, no va a mermar nada lo que es el tráfico de drogas”, como dijo a Rolling Stone, en esa entrevista polémica conducida por Kate del Castillo y Sean Penn.
Entonces, ¿para qué tanto escándalo?
***
Cuando lo detuvieron por primera vez, estuve a unos cuantos metros de “El Chapo” Guzmán. Era junio de 1993. Al saber de su arresto, un colega y yo que trabajábamos para El Diario de Juárez hicimos contacto con Comunicación Social de la Presidencia de la República y luego nos acreditamos en Los Pinos y de allí nos llevaron al Centro Federal de Readaptación Social No. 1.
Era otro, “El Chapo”. Lanzaba miradas retadoras, respondía torciendo la boca. Otro muy distinto a la liebre lampareada.
Pienso que el mejor ejemplo de que las capturas de capos, incluso su muerte, no sirven de nada, está en el mismo Joaquín “El Chapo” Guzmán.
Tres capturas en distintos momentos de su vida no han hecho la diferencia. El Cártel de Sinaloa, que se impone en el macrocosmos del crimen organizado, se ha fortalecido con él en prisión. Son los años en los que él ha permanecido encerrado cuando más ha crecido.
En cambio, cada uno de estos arrestos, golpes mediáticos, fortalecen la imagen pública del grupo gobernante. Permiten justificar la estrategia fallida. No tienen un efecto concreto en el tráfico internacional de drogas aunque benefician a muchos en el poder y no ponen en riesgo a nadie arriba.
La captura de “El Chapo” sirve al Gobierno de México y le sirve a la DEA; les permite rendir cuentas y obtener más recursos para una guerra que año con año resulta más insostenible. Pero no sirve ni para detener las matanzas, los secuestros, las extorsiones; tampoco sirve para frenar el tráfico de drogas.
La estructura financiera del Cártel de Sinaloa sigue funcionando, y los números así lo confirman. Dependiendo la oficina y el ánimo del momento, el Gobierno de Estados Unidos habla de un negocio anual de 20 mil millones, de 30 mil millones o hasta de 40 mil millones de dólares. Pero tres capturas no han llevado al dinero que, se supone, tienen Guzmán Loera y sus asociados.
La estructura de protección tampoco ha sido tocada. Si el Gobierno norteamericano quiere presionar, habla de políticos, policías y militares mexicanos involucrados directamente en auxiliar a la organización y al capo. Lo dicen hasta los corridos en las cantinas de Culiacán. O las series de televisión. Pero, ¿en dónde están ahora mismo esos políticos, empresarios, banqueros, policías y militares que protegen a los grandes narcotraficantes de la empresa? ¿Por qué no están presos? ¿Por qué tres capturas de “El Chapo” no han servido para dar con ellos? Eso nos dice que tener a Joaquín Archivaldo preso no garantiza que acabará la impunidad que gozan los que están detrás de él, en la estructura de protección.
La infraestructura de la empresa, como la fortuna personal del capo, sigue intacta. ¿Cuántas mansiones; cuánto dinero en efectivo; cuántos aviones, helicópteros o avionetas; cuántas fábricas; cuántos ranchos; cuántos bancos o casas de cambio o empresas han sido decomisados por el Estado mexicano a Joaquín Archivaldo Guzmán Loera? ¿Por qué puede disponer de dinero para comprar abogados, arquitectos, ingenieros, celadores, policías y servidores públicos en general cuando está preso o cuando está libre? Lo que nos dicen la evidencia (pagar un túnel de un kilómetro y medio, por ejemplo) es que siempre tiene dinero para corromper o simplemente para operar.
La estructura que opera el tráfico de drogas no se detiene tampoco con su captura. Habrá caído el precio de la mariguana como efecto de la regulación en algunas entidades de Estados Unidos, pero a “El Chapo” y a otros les siguen comprando cocaína, harta heroína, montones drogas químicas como el cristal o metanfetamina. En Estados Unidos nadie se queja de desabasto; nadie se ha quejado jamás mientras “El Chapo” pasa temporadas en prisión.
Y finalmente, lo más importante: tampoco se detiene la fiesta de sangre. Más que eso: justo cuando más soldados y policías hay en las calles de México buscando criminales, hay más muertos, desaparecidos, secuestrados y desplazados. Las cifras se confirman con creces en estos últimos ocho años de guerra: de Felipe Calderón a nuestros días, con Enrique Peña Nieto, el combate al crimen organizado ha sido un fracaso tras otro mientras arrecia la crisis de derechos humanos, sobre todo entre las poblaciones más alejadas y empobrecidas.
¿De qué sirve, pues, la captura de “El Chapo”? Para dar espectáculo, seguramente. Para que México y Estados Unidos digan que su guerra contra las drogas no fracasó desde hace décadas.
***
Como las capturas de Joaquín Guzmán (van tres y dos fugas escandalosas) no arrojan ningún resultado puntual (aunque sí se utilizan como golpes mediáticos por los gobiernos de México y Estados Unidos), entonces vale la pena hacerse una sola pregunta obvia: ¿Es “El Chapo” el criminal más poderoso de México, o sólo una fachada para esconder a otros que siguen operando la estructura sin obstáculos?
Si las capturas de “El Chapo” no desmantelan al Cártel de Sinaloa, ¿las autoridades de ambos países han estado cazando, todos estos años, “al hombre equivocado”?
A estas alturas, la captura de Guzmán Loera suena más a un truco de cazador que a una estrategia para acabar con el narcotráfico. Cazas la liebre viva y la sueltas; cazas la liebre herida y la dejas ir, una y otra vez, cada vez que es necesario. Y da lo mismo que esté fuera o esté preso. Lo mismo.
Ya nadie se siente amenazado por él, por “El Chapo”. Nadie. Ni los militares que lo llevan: en esta última ocasión, nadie se cubrió el rostro con pasamontañas, como solían hacerlo. Saben que la liebre no muerde, o aúlla, o patalea, o delata, o da información que lleve a algo.
Mañana lo van a extraditar a Estados Unidos. Y allá llegará a algún acuerdo con las autoridades, como lo han hecho otros antes que él. Y soltará algo de sopa, dirá algunos nombres, contará algunas historias y esas historias y esos nombres y la sopa completa formarán un expediente de la DEA que se quedará en eso: en expediente de la DEA.
Y todos contentos: contentos los que hacen las armas, los que ofrecen protección a los capos, los que ayudan a lavar las fortunas; contenta la DEA con sus presupuestos multimillonarios, contentos los policías y los militares que tienen armas como nunca.
Contentos los funcionarios que hacen carrera (como Miguel Ángel Osorio Chong) con la liebre que se escapa y que atrapan, de cuando en cuanto (y qué mejor si es cuando el dólar se dispara y se hunde el precio del petróleo y la economía no arranca).
En ese sentido, pues sí: Misión cumplida. Todos contentos.
Pero ahora falta parar la matanza, los secuestros, las desapariciones. Ahora falta cumplir la otra misión: la de dar paz a todos los mexicanos y parar de una vez esta guerra sin sentido que, a juzgar por Sean Penn, Kate del Castillo y otros, sólo sirve de espectáculo.
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