Por Marcos Merino/TICbeat
Ciudad de México, 31 de julio (SinEmbargo/TICbeat).- Se cuenta que entre 1800 y 1830, varios grupos de obreros liderados por un tal Ned Ludd realizaron sabotajes contra máquinas textiles como protesta a los empleos que los obreros estaban perdiendo a manos de las mismas. Y aunque no existen pruebas de la existencia real de Ludd, su apellido pasó a la Historia a través del término «ludita», usado desde entonces para designar a los enemigos del progreso tecnológico.
Desde entonces, la preocupación por los empleos que pudieran perderse a manos del mismo ha sido una constante en el debate social del Primer Mundo. Estados Unidos se encuentra ahora en pleno renacimiento de este debate, con la reciente publicación de varios libros (como La carrera contra la máquina, de los investigadores del MIT Erik Brynjolfsson y Andrew McAfee) o artículos académicos (Máquinas inteligentes y miseria a largo plazo, de Jeffrey D. Sachs y Laurence J. Kotlikoff).
TAREAS RUTINARIAS
Empecemos señalando que la mayoría de los economistas reconocen que plantear esto como un «juego de suma cero» (partir de que sólo hay una cantidad limitada de trabajo a realizar, por lo que cualquier mejora de la productividad a consecuencia del cambio tecnológico conlleva necesariamente una reducción de los puestos de trabajo) es una falacia, del mismo modo que lo sería si cambiáramos «máquinas» por «emigrantes»… o por «mujeres», si estuviéramos debatiendo esto hace ya un siglo.
La realidad es que las máquinas no pueden hacerlo todo, y sólo destacan en la realización de tareas rutinarias: almacenar, organizar, recuperar la información, o realizar tareas físicas predefinidas. Así, muchos analistas señalan que son los empleos de cualificación media (tareas de oficina o producción) los que más podrían verse afectados por la tecnología: los empleos que requieren una alta cualificación y capacidad de análisis abstracto siguen vetados a las máquinas… y por debajo, algunas tareas de baja cualificación como cocinero o trabajador de la limpieza de un hotel siguen requiriendo unas capacidades de adaptación e interacción que sólo los humanos pueden proporcionar
LOS NUEVOS ARTESANOS
Esto, a futuro, podría traducirse tanto en una polarización de los ingresos (creciendo las clases baja y alta a expensas de la media), como en un cambio del modelo productivo que favoreciera empleos menos automatizados. Recordemos que Ludd tenía razón: las máquinas generaron un claro descenso de los puestos de trabajo dedicados a la producción textil… pero falló al predecir qué pasaría después: el descenso de los precios de la ropa aumentó exponencialmente el consumo de la misma (como bien recuerda Matt Ridley, los pobres son los grandes beneficiados de la automatización, al poder consumir bienes de consumo cada vez más baratos) y, así, aumentó el número de empleos en el sector servicios: las obreras se convirtieron en dependientas, dejando afortunadamente atrás un trabajo que resultaba tan peligroso como deshumanizante.
David H. Autor afirmaba en el New York Times que seguirá habiendo nuevas oportunidades de trabajo de cualificación media en lo que él llama “los nuevos artesanos”: profesiones que capaces de combinar conocimientos técnicos con interacción personal y flexibilidad, como pueden ser los auxiliares de enfermería y asistentes médicos, formadores en todos los campos de la educación formal y no formal, diseñadores de cocina, jefes de obra, técnicos de soporte y reparación, fisioterapeutas, etcétera.