Nadie sabe para quien trabaja. Y menos Enrique Peña Nieto, quien podría estar haciéndolo para Andrés Manuel López Obrador. ¿O cómo interpretar el hecho de que Los Pinos esté impulsado una ley, la de Seguridad Interior, que amplía las atribuciones del Presidente para invocar la participación del Ejército en la vida política y social del país. Se entendería que todo mandatario busque al inicio de su gestión dotarse de mayor poder, pero hacerlo a menos de un año de entregar el mando parece ingenuo o, por el contrario, absolutamente perverso. O son irresponsables con sus propia narrativa dar poder adicional a su archienemigo o bajo ninguna circunstancia están dispuestos a ceder Los Pinos al líder de Morena.
Si de veras están convencidos de que López Obrador es un peligro para México, alguien que podría convertirse en un dictador populista de corte chavista, según sus profecías, abrir las llaves de la armería resulta una actitud contradictoria. Por más que confíen en su maquinaria electoral, los priistas tienen que contemplar la posibilidad de que el tabasqueño sea el próximo Presidente de México, considerando que lidera todas las encuestas de intención de voto a menos de siete meses de los comicios.
En alguna ocasión conversé con Felipe Calderón cuando este llevaba poco más de dos años en Los Pinos. Le expresé mi extrañeza de que no hubiese aprovechado el tiempo para impulsar una batería de acciones que ayudaran a fortalecer las instituciones democráticas y permitieran desmontar el sistema autoritario que el PRI había instalado a lo largo de las décadas. Nunca he comulgado con la mayoría de las tesis del PAN, pero era consciente de que durante años la maquinaria del poder se había cebado en contra de Acción Nacional, y los había hecho víctima de despojos y fraudes en muchas elecciones regionales.
Bajo esa lógica uno habría esperado que lo primero que hiciera el PAN al llegar a Palacio Nacional hubiera sido fortalecer el papel de la vida pública en la sociedad civil y blindar de manera irreversible el proceso de democratización del país. Por desgracia sucedió todo lo contrario. El propio PAN saboteó las instituciones incipientes y el impulso democrático que habían permitido que en 2000 el voto desplazará al PRI del poder de manera pacífica y ordenada. En lugar de profundizar tales tendencias, el PAN llegó a la presidencia y comenzó a actuar como si pensase instalarse los siguientes treinta años en Los Pinos.
En aquella ocasión Calderón me dijo que para impulsar la democracia primero tenía que fortalecer su papel como presidente y dotar de botones y palancas poderosos a su tablero de mando. Pero al hacerlo lo que logró fue debilitar las instituciones y preparar el terreno para el advenimiento del PRI con la misma vocación autoritaria que en su versión anterior. Entre otras cosas, convirtió a su propio partido en una extensión de la oficina presidencial, lo mismo que habían hecho durante años los mandatarios priistas.
El PAN nunca entendió que su paso por el poder podía ser pasajero y que en algún momento volvería a ser oposición. Tendría que haber aprovechado la ocasión para asegurar que el IFE (ahora INE), el Trife, la Secretaría de la Función Pública, los diversos comités de regulación y competencia, la Suprema Corte y todo un tejido de instituciones vinculadas a la rendición de cuentas y al equilibrio de poderes, se blindaran para impedir que la clase política pudiera neutralizarlos y someterlos, como ha sucedido.
Supongo que ahora Enrique Peña Nieto, como antes Felipe Calderón, opera como si su grupo político nunca fuera a dejar el poder; por su cabeza jamás pasa la posibilidad de que en algún momento volverán a ser oposición. Espanta que lo crea y espanta aún más lo que se verá obligado a hacer para conseguirlo.
@jorgezepedap
más leídas
más leídas
entrevistas
entrevistas
destacadas
destacadas
sofá
sofá