“…Él construye un lugar, una figura de escritor, que es muy atractiva. No va a congresos, no participa en las formas habituales de la vida cultural, o por lo menos, si lo hace, es muy secundario…” (a propósito de Onetti, Ricardo Piglia).
Cien años de laboratorios sistematizados a escala planetaria contra unas pocas incubadoras aisladas, inconexas y para peor vanidosas no es una competencia justa. Así nunca ganaremos. Debemos cambiar la estrategia.
Cien años de fijación de una cosmovisión pesada con múltiples factores de poder social interesados en su desarrollo contra un bando de francotiradores verbales intentando casi como payasos de circo poner en marcha sus ideas y apenas consiguiendo lo contrario, que es ser deglutidos por las burocracias del ecosistema, no es tampoco una competencia justa, pero sobre todo es una competencia torpe. Así nunca ganaremos. Debemos cambiar.
Ni hablar de la desigual pulseada entre nuestros miles de libros hinchando anaqueles en todas las lenguas, y sus correlativas presentaciones, discusiones, republicaciones y demás, y la consistente y nada retórica práctica diaria replicándose por millones: geografía, matemáticas, física, prueba, nota, izamientos de banderas, cantos patrios y demás. Así no lo lograremos. Parece la guerra de la Otan contra Afganistán; o la de los Aliados de Occidente contra algún rebelde africano o Libia. Se parecen a los intentos a veces sagaces y por muchos momentos desesperados de Tesla por encontrar su lugar entre los gigantes GM, Volkswagen, Ford y los japoneses. No es el camino.
Por esta vía nunca tendremos un diseño escolar nuevo en el mundo, aunque nos la pasemos hablando de él y tengamos las sensaciones de que sí. Hay que cambiar de estrategia, estoy convencido. Y se puede hacer.
Vamos a reflexionar sobre esa nueva estrategia, entonces. Iré escribiendo mis primeras ideas, sin obligarme a ser sistemático ni a tener un orden expositivo que se corresponda al valor de cada idea. Pensaré escribiendo y dejaré que las marcas del pensar (que va y que viene, que se desdice, que cambia de foco, que regresa y se enrosca, etc.) queden en mi texto.
Yo creo que deberíamos dejar de asistir a todos los Congresos, Seminarios, Foros, Encuentros de Educación e Innovación Educativa en el mundo entero, de un día para otro. Dejar de ser funcionales al establishment ideológico de la educación al que le resultamos cada vez más fáciles a través de nuestros performances cada vez más espectaculares. Retirar todos nuestros libros de las librerías, sean físicas o virtuales; no digo dejar de escribir, digo dejar de publicar y retirar de circulación lo publicado. Crear el vacío; que la nueva educación que tanto trabajamos se quede sin defensores, predicadores, suplicadores, mesías o como queramos llamarnos. No va a ser fácil para la educación muerta reconocerse sin esos gramos sueltos de vida que le inyectamos cada vez. Presiento que van a sentir que algo se rompe, pero no lo dirán.
O si no, por lo menos tendríamos que escoger muy bien nuestros 2 o 3 “speakers autorizados” en el mundo, para que se presenten en los 2 o 3 foros relevantes del año en el mundo y publiquen una nota cada uno no superior a las 2000 palabras en los medios globales que definamos. No más.
Es hora de realinearnos, preservar sesudamente nuestra vertical y gestionar de manera perfecta nuestra escasez. No dejarnos por nada del mundo; prohibir esos híbridos que nos ofenden y combatir esas miles de miles de difusiones espúreas de nuestras ideas.
Claro, para eso deberemos (todos nosotros, los atomizados convencidos de que el modelo educativo vigente no da para más) lidiar con nuestros narcisismos, que bien satisfechos están en este lugar de mártires francotiradores sin nada que perder. También deberíamos cerrar todas nuestras escuelas alternativas, de una vez. Secar de alternativas la discusión. Dejar al establishment pudrirse en su propia miseria superficial; obligarlos a que se vean las caras. Lo que hace el psicoanalista con el silencio, exactamente. Introducir ausencia en un ecosistema completamente saturado de palabras y sentidos estereotipados, y de justificaciones cansativas.
Ah, y por supuesto dejar inmediatamente de defendernos o –peor aún- tratar de justificarnos en matrices que nos anulan y nos degeneran. Me explico. Me angustia ver una y otra vez cómo caemos en las trampas de tratar de justificar nuestras prácticas, nuestras ideas y nuestros resultados valiéndonos de una semiótica y una cosmovisión en la que no cabemos. No se puede justificar la izquierda con las herramientas dialécticas del Fondo Monetario Internacional. Valga este ejemplo para que nos entendamos mejor. Cuando un niño cursa en una de nuestras escuelas de innovación, puede ser que a los 6 años adquiera plenamente la lecto-escritura, pero también puede ser que no, sin por eso ser peor o ir retrasado o tener que necesitar refuerzo; simplemente, la adquirirá o no en función de su posición subjetiva respecto de ese reto particular y no apenas para dominar una técnica, sino para que en su leer y escribir reconozca el sentido y el espesor de las maravillas insondables de la lectura y la escritura. Y como ese reto, todos los demás.
Por supuesto que no habrá en nuestras escuelas ni un alumno que no acabe leyendo y escribiendo fluidamente (porque es condición vital esencial), sólo que no nos apura ni nos importa realmente nada cuándo lo hará. Sin embargo, vistos desde la escuela muerta, si se nos pasaran los 7 años estaríamos en graves problemas, y si fuéramos capaces de traerlo para los 5, entonces sería nuestra consagración. Y muchísimas veces caemos en estas trampas; y hay todo el tiempo, a todas las edades, trampas de este tipo.
Por eso también debemos huir del sistema, porque cuando más inmersos estamos en él más solemos olvidarnos de quiénes somos y por qué hacemos lo que hacemos. Es dificilísimo ser radicales pero es imprescindible que lo seamos.
Esa radicalidad no es otra cosa que nuestra identidad y el sentido de nuestra causa. Debemos evitar toda escena que nos obligue a convencer –por medio de su racionalidad- a quien no tiene el menor interés en nosotros. Ese ejercicio sólo mina nuestras convicciones y nos gasta públicamente ( y sabrás que hoy día no existimos a escala, pero ya estamos gastados a escala).
¿Cómo movernos, entonces? ¿Hacia dónde canalizar nuestras energías y nuestras convicciones? Porque también es verdad que el modelo educativo vigente hace aguas, recibe presiones, fracasa, está en problemas.
Mi repuesta es que eso es verdad, pero que no hemos sido nosotros (ni lo seremos) quiénes lo han puesto en problemas; al contrario, si seguimos haciendo el jueguito de ser la “mujer barbuda” de sus circos, no estaremos haciendo otra cosa que darle vidas. Dejemos que lo que los desgasta los siga desgastando, e introduzcamos nuestra ausencia, que se va a sentir mucho más que nuestra insistente degradada presencia.
Y mientras, ¿qué? Mientras, programemos. Como hicieron en su hora Page, Zuckerberg, Musk, Bezos y los otros. Nosotros a lo nuestro, con un perfil discreto y recogido. Mejoremos nuestras prestaciones sin mirar a los lados ni confundirnos en contextos que nos marean y nos desequilibran. Cerremos los micrófonos y recojámonos hasta que llegue la hora. Y para entonces –eso sí–estemos listos.