Sin más pretensión que la de disfrutar de los «momentos de libertad» que le propiciaba la escritura, el francés Antoine Leiris ha plasmado lo que vivió tras perder a su mujer en el atentado de la sala Bataclan de París en el libro «No tendrán mi odio».
Ciudad de México, 10 de septiembre (SinEmbargo).- Antes que el libro No tendrán mi odio, que actualmente está entre los más vendidos en Francia, el periodista Antoine Leiris difundió por Facebook una carta que dio título al libro con la que conmovió al mundo y despertó innumerables muestras de afecto. Un testimonio emocionante que expresaba sus ganas de hacer «feliz y libre» a su hijo Melvil, de 17 meses.
Aunque, según ha confesado en una entrevista con Efe, escribir «no fue una terapia» porque la muerte «no tiene cura», reconoce que sentarse frente al teclado en aquellos días de noviembre le «sentó bien».
A Leiris (1981) también le levantaron el ánimo las muestras de afecto enviadas por miles de personas. Gestos que, asegura, no solo fueron gratificadoras para él sino para quienes los transmitían desde todos los rincones del mundo: «Mi hijo y yo hemos sido una especie de vector para canalizar una solidaridad que iba mucho más allá», cuenta.
Desde su punto de vista, su actitud ante la pérdida «no es una excepción» ya que, asegura, en los últimos meses ha conocido a «muchas personas inteligentes» que le han demostrado que «no está solo» en su forma de afrontar el dolor.
«Es gente que ha perdido un brazo o a su mejor amiga y me dice que prefiere que los terroristas tengan procesos justos porque, si los matáramos como hacen ellos, estaríamos rompiendo nuestras propias normas», recalca.
NO TENDRÁN MI ODIO
Las poco más de 100 páginas de No tendrán mi odio (Península) y publicado antes en Japón, Italia o Alemania, parten de la noche del 13 de noviembre, cuando Hélène, la esposa del autor, se convirtió en una de las víctimas mortales del atentado perpetrado por el Estado Islámico en la parisina sala Bataclan.
A partir de ahí, sin ocultar el dolor pero sin regodearse en él, Leiris cuenta «cosas importantes, aunque no todas» de lo que vivió en los días posteriores.
Jornadas marcadas por la atención al pequeño Melvil y la apertura de «un mundo infinito e inmenso junto a Hèléne» en el que se adentraba cuando se sentaba frente al teclado.
Y es que pese a ser consciente de que «visto desde fuera» el texto parece «algo inmenso» respecto a su «pequeña vida», el francés asegura que en realidad le ocurre lo contrario: «Todo esto del libro y Facebook es completamente accesorio».
Uno de los episodios que recoge No tendrán mi odio es el de la inesperada visita, cuatro días después del ataque terrorista, de un hombre encargado de medir el contador de la luz en el piso de Leiris.
«En ese momento tuve sentimientos contradictorios porque aquel hombre me recordó que el mundo seguía girando. Pensaba cómo la vida se atrevía a seguir su curso y, al mismo tiempo, sentí alegría por ello», rememora.
Aunque es consciente de que la situación en Francia está «muy crispada» por el terrorismo -algo que, puntualiza, aviva «aún más» la carrera hacia las elecciones presidenciales de 2017- el escritor decidió dirigirse «directamente» a las personas mediante el libro, evitando analizar el clima social.
«Decir No tendrán mi odio no implica no hacer nada contra los terroristas. Lo que quiero decir es que las personas tenemos la responsabilidad individual de tratar de reaccionar ante el horror con serenidad e inteligencia», argumenta.
Por eso, desde el 26 de noviembre de 2015, fecha en la que finaliza el libro, Antoine y Melvil han continuado su andadura en la vida «como todo el mundo», con la «normalidad» de las «heridas, las alegrías, las penas y la rutina».
LA CARTA QUE PRECEDIÓ AL LIBRO
“El viernes por la noche ustedes me robaron la vida de un ser excepcional, el amor de mi vida, la madre de mi hijo. Pero no tendrán mi odio. No sé quiénes son y no quiero saberlo, son almas muertas. Si ese dios por quien matan tan ciegamente nos ha hecho a su imagen, cada bala en el cuerpo de mi mujer habrá sido una herida en su corazón.
No les haré este regalo de odiarlos. Ustedes lo han buscado y, sin embargo, responder a su odio con mi cólera sería rendirme ante la misma ignorancia que los ha convertido en lo que ustedes son.
Ustedes quieren que yo tenga miedo. Que mire a mis conciudadanos con ojos desconfiados. Que sacrifique mi libertad por la seguridad. Han perdido. Este jugador sigue jugando todavía.
La he visto esta mañana. Por fin, después de noches y días de espera. Estaba tan hermosa como cuando se marchó el viernes por la noche. Tan hermosa como cuando me enamoré perdidamente de ella hace más de 12 años. Por supuesto que estoy devastado por el dolor. Les concedo esta pequeña victoria. Pero les durará poco. Yo sé que ella nos acompañará cada día y que nos reencontraremos en ese paraíso de las almas libres al cual ustedes no accederán jamás.
Somos dos, mi hijo y yo, pero somos más fuertes que todos los ejércitos en el mundo. No tengo más tiempo para dedicarles. Debo ir con Melvil, que ya se despierta de su siesta. Tiene 17 meses apenas, va a tomar su merienda como todos los días, después vamos a jugar como todos los días y toda su vida este niño les hará la ofensa de ser feliz y libre. No, tampoco tendrán su odio…»