Hasta Ernest Hemingway. A Biography, publicada el mes de mayo en Estados Unidos por Knopf, ninguna mujer había puesto sus ojos, como biógrafa, en el autor de Por quien doblan las campanas.
Ciudad de México, 10 de junio (SinEmbargo).- Ernest Hemingway no fue un «tipo duro» sino un «prisionero de su propia leyenda», según la mujer que mejor le conoce: Mary V. Dearborn, autora de la primera biografía completa del escritor estadounidense en 25 años.
Hasta Ernest Hemingway. A Biography, publicada el mes de mayo en Estados Unidos por Knopf, ninguna mujer había puesto sus ojos, como biógrafa, en el autor de Por quien doblan las campanas.
«Los anteriores biógrafos, todos hombres, han tendido a jugar con la misma historia una y otra vez acerca del macho bebedor, mujeriego y deportista», señala Dearborn en una entrevista con Efe.
A juicio de esta escritora especializada en biografías, con obras sobre Peggy Guggenheim, Henry Miller y Norman Mailer, entre otros. «el mito le hizo la vida increíblemente difícil a Ernest, que casi fue un prisionero de su propia leyenda».
Dearborn menciona que la leyenda dice que el escritor nacido en 1899 y fallecido en 1961 era un mujeriego hambriento de sexo que usaba a las mujeres hasta que se cansaba de ellas. «Nada más alejado de la verdad», subraya.
«Se casó cuatro veces y no creo que durmiera con más de seis o siete mujeres en toda su vida, claro que esto es difícil de comprobar», dice con humor.
ERNEST HEMINGWAY ERA UN ROMÁNTICO
La mujeres le hirieron tremendamente y en cada uno de sus matrimonios se dejó parte de su bagaje emocional. «Era más bien un romántico», señala.
Eso no quiere decir que fuera un buen marido, pero no era en absoluto un donjuán, precisa.
Su obra sobre Hemingway, que muestra en la portada una foto del escritor apuntando con un arma a la cámara, incluye una cantidad de nuevo material biográfico aparecido en los últimos 25 años.
La biógrafa piensa que Hemingway fue alguien «mucho más vulnerable» y «más trágico» de lo que se cree. De hecho, era sensible y se le hería con facilidad. «No fue un tipo duro», sentencia Dearborn.
Según su biógrafa, sufría probablemente un transtorno bipolar, era alcohólico, tenía varias lesiones cerebrales traumáticas y, para colmo, consumía «cócteles» de medicamentos que le recetaban los médicos.
«El último año de su vida estaba demacrado, era un hombre roto. Ya no tenía ninguno de los enormes placeres que había sabido sacar de la vida y sentía que no podía escribir, así que se disparó a si mismo», relata Dearborn.
Otro de los factores que contribuyeron a que se deprimiera y suicidara fue el tener que abandonar Cuba por la llegada de Fidel Castro y los revolucionarios al poder.
«Dejar Cuba le rompió el corazón», dice Dearborn, quien estuvo en el país que su biografiado tanto amaba, pero no encontró ya muchos de los documentos que él dejó, incluido su historial médico, pues, según dijo, están ya en su mayoría en Estados Unidos.
En la isla quedan sus libros, algunos con anotaciones de su puño y letra. «Es la última frontera», afirma.
LA MANERA DE HABLAR DE LA GENTE
A Hemingway le gustaba la manera de hablar, la gente y «algo intangible de Cuba que no encontró en España».
Aunque España y los españoles, a los que veía como «gente romántica y noble», le gustaron desde la primera vez que fue allí en los años 20, atraído por las corridas de toros, el único espectáculo en el que se puede ver la vida y la muerte, según escribió.
Sin embargo, fue la Guerra Civil (1936-1939) lo que le hizo «apasionarse absolutamente por España», pero no quiso vivir en el país después de que el bando de Francisco Franco ganara la guerra.
Explorar en la vida y obra de Hemingway le generó a Dearborn «mucha compasión» hacia él y le llevó a comprender de donde venían algunos de sus comportamientos malvados como los que tuvo con el también escritor Scott Fitzgerald pese a ser un «buen amigo» suyo.
«Finalmente fui capaz de verle como una figura humana de verdad y no como una leyenda de cartón», indicó.
Dearborn no piensa que su biografía, de más de 700 páginas e ilustrada, sea la definitiva, pues siempre hay espacio para otra. «Cada generación ve a Hemingway de una manera nueva», concluye.