Antonio Salgado Borge
10/06/2016 - 12:00 am
PAN-PRD: ¿un centauro invertido?
Planilandia es un mundo igual al nuestro, pero conformado únicamente por dos dimensiones espaciales: largo y ancho. Vivir allí es como vivir en la superficie de una mesa. Evolutivamente adaptados al espacio bidimensional que habitan, los habitantes de Planilandia, un mundo imaginado por Edwin Abbott, no pueden ver más allá de éste. Sin embargo, alrededor […]
Planilandia es un mundo igual al nuestro, pero conformado únicamente por dos dimensiones espaciales: largo y ancho. Vivir allí es como vivir en la superficie de una mesa. Evolutivamente adaptados al espacio bidimensional que habitan, los habitantes de Planilandia, un mundo imaginado por Edwin Abbott, no pueden ver más allá de éste. Sin embargo, alrededor de la “mesa” en que transcurre la vida de los planilandeses, deambulan seres que aquellos no alcanzan a ver y que son capaces de moverse en una dimensión adicional. Cada vez que así lo desean estos individuos con volumen pueden acercarse y alejarse Planilandia; incluso pueden intervenir en ella para modificar sus estados de cosas. Desde luego que para los habitantes de Planilandia cada nuevo cambio introducido desde afuera por estos agentes invisibles resulta inexplicable.
Como consecuencia de los años de dictadura priista, de nuestra escasa libertad de prensa y de nuestra educación alienante, los mexicanos nos encontramos ante los poderes que deciden el rumbo de nuestro país en la misma posición de los planilandeses ante los seres que merodean alrededor de su “mesa”: vemos los actores y movimientos en nuestra dimensión, pero de repente se introducen desde afuera elementos que nos sorprenden y que, por ende, encontramos sin sentido.
Lo anterior no tendría por qué asombrarnos. Al igual que los habitantes de Planilandia los seres humanos solo tenemos acceso a un fragmento de la realidad. Sin embargo, eso no implica que estemos impedidos para conocer indirectamente lo que ocurre más allá del mundo que registramos con nuestros sentidos. Ejemplos claros de ello se producen en la física, ciencia en que se emplean entidades conceptuales inobservables para explicar fenómenos que son consecuencias observables de ellas. Nadie ha visto directamente una onda gravitacional, pero sus efectos están por todas partes.
Este mismo recurso también puede ser empleado cuando nos aproximamos a la política, ámbito construido por quienes lo regentan para ocultar parte de la realidad a los ciudadanos. Eso sí, debemos proceder con mucho cuidado para no caer en todo tipo de teorías conspiracionistas que distorsionen lo que ocurre realmente. López Obrador, por ejemplo, gusta de explicar todo lo que está mal en el país acudiendo al concepto de “mafia en el poder”. En parte tiene razón; una vez que se tienen elementos suficientes para construir un juicio informado es claro que nuestro en país el poder está en muy pocas manos que se sirven con la cuchara grande a expensas de las mayorías. Sin embargo, en realidad, no estamos ante una “mafia en el poder”, sino ante una pluralidad de “mafias en el poder” que no necesariamente trabajan en conjunto o persiguen fines compatibles. Tanto la CNTE como los que promueven una reforma educativa confeccionada a la medida del neoliberalismo entrarían en esta última categoría.
En este sentido, la fórmula PAN-PRD, y su posible futuro rumbo a 2018, es un fenómeno mucho más complejo de lo que aparenta a simple vista y es apenas manifestación de un cambio de pesos y contrapesos en nuestro sistema de partidos. Es relativamente fácil identificar que tanto el PAN como el PRD saben que su única posibilidad real de aspirar al poder ejecutivo federal por encima del PRI y Morena es integrando una mancuerna. Particularmente destacable es el caso del PRD, que ha sido fuertemente criticado por su pobre desempeño electoral. Sin embargo, es importante considerar que gracias a sus dirigencias anteriores y a gobernantes como Miguel Ángel Mancera, a poco más podía aspirar el partido que en algún momento fue la principal opción de izquierda en nuestro país. Con tal de no perderse en la irrelevancia, y de no seguir haciendo el ridículo, el PRD solo tenía dos posibles caminos: o se aliaba con Morena o se aliaba con el PAN.
A pesar de que ha sido burlado, ninguneado e, incluso, calificado de tapete o cabús, en caso de repetirse las condiciones de 2016, en 2018 el PRD podría terminar siendo cortejado por Morena y por el PAN. En este caso, el partido amarillo podrá jugar el papel de “bisagra” que tantos réditos brindó al PAN desde finales de los 1980’s hasta el 2000, y al PRI de 2000 a 2012; pero, a diferencia de los casos anteriores, esta negociación podría gestarse desde antes del inicio de las elecciones.
Después de conocer sobre la conferencia de prensa de Ricardo Anaya y Agustín Basave, los éxitos obtenidos por su alianza en las elecciones del fin de semana pasado, y considerando que López Obrador afirmó hace unos días que Morena iría sin alianzas en las próximas elecciones –aunque sabemos que las alianzas de AMLO se acomodan a las circunstancias-, estamos en condiciones de plantear que la fórmula PAN-PRD empleada en 2016 podría repetirse en 2018.
PAN y PRD saben que, si no surge un independiente atractivo, la próxima elección se irá a tercios, por lo que si pretenden derrotar al voto duro de esos partidos requieren presentar una propuesta convincente. Miguel Ángel Yunes, Carlos Joaquín y Rosas Aispuro son todos ex priistas que, gracias a la combinación del contexto nacional y su poder local, lograron tener la fuerza suficiente para expulsar a nefastos caciques locales. Para resultar competitivo y, sobre todo, para representar una genuina oportunidad de cambiar el orden de cosas actual, el candidato presidencial de esta eventual alianza tendría que ser mucho más que esto.
Si lo que PRD y PAN quieren que veamos es una alianza surgida desde el sistema capaz de reformar al sistema, tendría que quedar descartado el retorno del calderonismo a través de Margarita Zavala –aunque Fox la dé como un hecho-. El desastroso gobierno de su marido, al que Zavala no se ha atrevido a criticar ni siquiera superficialmente, y los agravios pasados al PRD, la hacen una candidata impresentable. Además, al igual que su esposo, Zavala de Calderón representa la mejor opción para la continuidad del PRI. Tal como ha afirmó Jorge Zepeda Patterson en su más reciente artículo en El País, «Si el PRI no es capaz de ganar las próximas elecciones, el último recurso para Peña Nieto consistiría en apoyar a Margarita Zavala por el PAN: él trató con algodones a su antecesor; podría esperar lo mismo de su esposa”.
También deberíamos descartar al Gobernador de Puebla, Rafael Moreno Valle, aunque tenga el control político de su estado y esté más que listo para empezar formalmente su precampaña. Su gobierno fue una vergüenza y su pasado le persigue; si como Gobernador fue deplorable, es muy probable que tampoco sea buen candidato y, más probable aún, que no sea buen presidente. Salvo su actual presidente, nadie en el PRD está en condiciones de aspirar a ocupar la silla de candidato aliancista. Electoralmente y como eventual gobierno, la alianza PAN-PRD solo podría funcionar a nivel federal con un candidato o candidata que despierte esperanza y que realmente represente algo distinto. Javier Corral, el hombre idóneo para desempeñar esta empresa, aseguró a Reforma (08/06/2016) que él no buscaría la presidencia en 2018. Siempre queda la posibilidad de acudir a externos.
La unión PAN-PRD de 2016 fue tejida con el fin de derrotar al PRI. Lo mismo ocurriría con la de 2018. Ambas llegan tarde, aunque no necesariamente demasiado tarde. Esta unión se debió producir en el año 2000, cuando Fox tomo posesión de la Presidencia. De haber ocurrido entonces, probablemente el PRI sería hoy una pieza de museo en nuestro sistema político. El día de hoy la credibilidad de ambos partidos opositores hace esta tarea más complicada; sus pésimos gobiernos, incontables funcionarios corruptos y pactos de impunidad nos exigen poner en duda si en caso de llegar al poder en 2018 darían, ahora sí, el gran paso transformador.
Lo cierto es que, sin merecerla, al PAN y al PRD se les ha abierto una posibilidad de asumir el rol que despreciaron en 2000. No estamos en condiciones de conocer sus intenciones porque una decisión de esta naturaleza se producirá en las periferias de nuestra querida Planilandia. Sin embargo, dos manifestaciones nos darán la pauta: la forma en que los gobiernos emanados de esta alianza y los gobernadores panistas se desempeñan en los próximos meses –en particular si no son corruptos y si no permiten la impunidad de sus antecesores-, y el nombre del candidato presidencial y los integrantes de su equipo de campaña.
El tiempo pasa muy rápido, y dos años son muy poco tiempo. Pronto podremos conocer si de este nuevo proyecto saldrá un poderoso ente conformado por mezcla entre lo mejor del PAN y lo mejor del PRD, o si, como ocurre con el famoso centauro invertido –cuerpo de hombre, cabeza de caballo-, estaremos ante un nuevo esperpento amorfo incapaz de gustar o de inspirar a alguien.
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