Pompeya, la mítica ciudad de la antigua Roma, sepultada bajo toneladas de lava tras la erupción del Vesubio, vuelve a los titulares. Los arquélogos del parque napolitano, descubrieron un caballo, ricamente adornado, que habría pertenecido a las razas más nobles. Se trata del último hallazgo hecho en las ruinas de la ciudad.
Por Gonzalo Sánchez
Roma/Ciudad de México, 10 de mayo (EFE).-El último tesoro hallado en Pompeya es un caballo sepultado en unas cuadras desde la erupción que acabó con la urbe y que era «de las razas más nobles» a juzgar por los adornos de bronce de su testuz, anunciaron hoy los gestores del yacimiento.
El parque arqueológico napolitano (oeste de Italia) ha celebrado como «un descubrimiento extraordinario» los hallazgos en una villa ubicada en la zona de Civita Giuliana, en la periferia norte de Pompeya, la ciudad romana sepultada por la erupción del Vesubio del 79 d.C.
Ha sido posible adentrarse en esta distinguida finca extramuros ya que las autoridades policiales y judiciales perseguían una serie de excavaciones clandestinas emprendidas por saqueadores, que han sido localizados y denunciados.
La intervención ha permitido descubrir una serie de estancias destinadas al servicio que trabajaba en esta gran villa suburbana «conservada excepcionalmente» y que contaba con una zona residencial y otra dedicada a la producción agrícola, vinícola y ganadera.
Dentro se han localizado tres ánforas de aceite y vino -una dañada por los saqueadores-, utensilios de cocina como una sartén, parte de una cama de madera y restos de pequeños animales.
Pero también se ha podido extraer los restos de un equino del que se ha realizado un molde de yeso, el primero de un caballo encontrado en Pompeya.
Esta técnica, con la que se ha recuperado la forma de numerosos pompeyanos, consiste en rellenar con yeso el hueco que dejó la desaparición del material orgánico de un ser vivo sepultado por las cenizas, una cámara vacía entre la materia solidificada.
El animal aparece recostado sobre el lomo izquierdo y su buena osificación es la de un ejemplar adulto, muy seguramente un caballo (equus caballus) a tenor de un análisis preliminar, en el que por sus dimensiones se descarta que pueda tratarse de un mulo o un asno.
Los expertos creen que este animal fue un ejemplar distinguido en primer lugar por su altura de metro y medio, mucho más que los caballos de la época, más pequeños que los actuales, lo que permite suponer que nació fruto de «cuidados» cruces entre especímenes.
Por otro lado, el caballo luce en la parte del cráneo adornos y pequeños ornamentos metálicos, como el bocado en hierro o partes en bronce al parecer de correas de cuero ya desaparecido, «una presencia que podría indicar el valor y rol del animal», apuntan.
El escritor hispánico Columella, experto en agricultura, indicó en su tratado «De Re Rustica» (I d.C) que los caballos por entonces se dividían en tres tipos: nobles destinados a concursos y circos, sementales que daban una prole noble o ejemplares vulgares.
Los expertos del yacimiento de Pompeya indican que el caballo de Cività Giuliana «debía pertenecer a la raza más noble», a buen seguro «un animal de representación» que pese a su valor sufrió el mismo destino que otros muchos equinos en el momento de la tragedia.
El fuego, el humo tóxico y la ceniza acabaron con la vida en esta próspera urbe romana del Golfo de Nápoles pero los expertos han demostrado que, tras el desastre, se produjo «una reocupación del lugar» donde se encontraba esta villa.
Sobre ella, en una parte elevada, se ha hallado una tumba con un esqueleto en su interior y ha sido datada en una fecha «no bien precisa» por el momento, pero posterior al año de la erupción, el 79 d.C, en época imperial.
Los huesos localizados pertenecen a un robusto hombre de una edad estimada de entre 40 y 50 años cuya altura, de unos 175 centímetros a juzgar por su húmero, era «superior» a la media de entonces.
Su pelvis está prácticamente pulverizada y el cráneo ha aparecido «fuertemente dañado» presumiblemente por las libaciones que sus allegados le ofrecieron tras su muerte, descargadas al interior del sarcófago por un tubo en su parte superior aún presente.
La tarea consistirá ahora en esclarecer quién era esta persona, de la que aún poco o nada se sabe, solo que padecía una «anómala» forma dental o mordida, y que por sorpresa ha sido recuperado de la oscuridad de su tumba dos milenios después de su fallecimiento.
Una parte de la villa donde se han producido los hallazgos ya fue descubierta entre 1907 y 1908 por el marqués Giovanni Imperiali, que descubrió quince habitaciones, y todo el complejo ha sido objeto en las últimas décadas de excavaciones clandestinas.
Los descubrimientos anunciados hoy corresponden solo a dos de los cinco nuevos ambientes y, a la espera de saber qué nuevos detalles ofrecerá de la vida de aquel entonces, ya permite intuir «la peculiaridad» de este complejo que podría ser mucho más extenso de lo que se creía.