El famoso autor de Soldados de Salamina refrenda lo ya escrito en una columna para El País, y en entrevista exclusiva con SinEmbargo, llevada a cabo en Barcelona, expresa su fe en las novelas y admite que a menudo su éxito literario lo lleva a sentirse “un impostor”. “Creo que un día se van a dar cuenta y me lo quitarán todo, por eso estudio y trabajo mucho”, afirma.
Barcelona, España, 10 de abril (SinEmbargo).– La falta de un programa para la conmemoración de los 400 años de la muerte de Miguel de Cervantes (1547-1616), contrastada con los cientos de actos en relación con William Shakespeare que preparan los ingleses a propósito del cuarto centenario del genial dramaturgo, motivó un artículo en El País titulado “Mucho Shakespeare y poco Cervantes”.
«Que los ingleses se queden a Cervantes; lo tratarán mejor. Lo prefiero. Fueron ellos antes que nadie quienes pusieron en valor El Quijote y lo utilizaron como referencia de lo que consideraron la primera novela moderna», señaló con amarga ironía el escritor e historiador Javier Cercas en el citado periódico.
Frente a SinEmbargo, sentado en un rincón del bar El Escocés –un bar de ambiente clásico, muy cerca de donde vive–, en una Barcelona que se resiste a olvidar definitivamente la impronta del invierno e ingresar de lleno a la primavera que le toca en un abril ventoso y por momentos desolado, el también autor de Anatomía de un instante, Las leyes de la frontera y El impostor, entre otros, refrenda su disgusto con esa cultura oficial –o la ausencia de ella– que ha decidido ignorar al creador de la novela moderna en lengua española.
Nacido en un pueblo llamado Ibahernando, en Extremadura, hace 54 años, Cercas se encuentra en pleno proceso de escritura de lo que será su nueva y esperada novela –de la que no suelta ningún detalle–, mientras presenta el libro que recoge sus conferencias en la Universidad de Oxford para la cátedra Weidenfeld de Literatura Europea Comparada, honor en el que le habían precedido figuras como George Steiner, Mario Vargas Llosa y Umberto Eco.
Con el título de El punto ciego (Penguin Random House), el escritor español esgrime su teoría sobre la novela del siglo XXI, que son algunos rasgos de la mejor novela de siempre: su ironía y ambigüedad esenciales, su innegociable deber de innovación, su naturaleza gozosamente omnívora, sus intrincadas relaciones con lo ficticio y lo real.
Reflexiona también sobre el sentido actual del género, del novelista y de la incierta y desprestigiada figura del intelectual, una entidad en permanente conflicto con la del narrador que Cercas analiza para afirmar la radicalidad y la ambición de la gran literatura.
–Hemos empezado a hablar mucho de la novela, últimamente…
–¿Por qué no? La novela es el género de la modernidad y de cuya muerte se habla desde que nació. Tengo mucha fe en este género, porque es un género de géneros, especie de monstruo omnívoro que se alimenta de todo. Si no existiera la novela, viviríamos en un mundo que sería mucho peor. Cervantes nos dio un género totalmente libre y no hemos sabido aprovechar toda esa libertad, no hay que conformarse con la idea convencional de la novela. En mis libros he metido todo tipo de cosas
–El escritor anglosajón ha tenido siempre mucho más fe en la novela…
–Bueno, creo que es muy bueno replantearse a menudo los postulados del género, interrogarse, me parece indispensable eso; de hecho, la novela nace interrogándose a sí misma. No me parece eso un síntoma de inseguridad, sino de innovación. Uno tiene que estar replanteándose constantemente sus propios principios, para que escribir no se convierta en una fórmula.
–Siempre espero de los ingleses una sorpresa y no tanto de la narrativa española.
–Es que la literatura anglosajona es enormemente rica y amplia. Los ingleses fueron quienes realmente crearon la novela partiendo de Miguel de Cervantes. Nosotros no entendimos El Quijote, lo entendieron los ingleses. Por eso Borges decía haber leído primero El Quijote en inglés y que cuando finalmente lo leyó en español ‘la traducción me pareció excelente’, porque parecía un libro inglés (risas). Es así, los españoles ha tardado tres siglos en entender a Cervantes, si es que lo ha entendido y lo hemos hecho a través de Latinoamérica. La tradición inglesa de la novela es mucho más potente que la española, aunque por fortuna, desde mediados del siglo pasado, entre otras cosas gracias a Borges, esa tendencia se ha ido dando vuelta y han vuelto a ponerse las cosas en el lugar donde las dejó Cervantes.
–Bueno, los ingleses también explican mejor a Borges que los argentinos.
–Es que Borges es el escritor más importante de los últimos 50 años en cualquier lengua. La literatura en español es antes y después de Borges. Todo lo que se diga sobre él es poco. César Aira dijo que Jorge Luis Borges era un escritor demasiado grande para Argentina y yo estoy de acuerdo, porque finalmente Borges es de todos.
–¿Y Cervantes será un escritor demasiado grande para quién?
–¡Para todos! Por eso digo que Miguel de Cervantes debe ser regalado a los ingleses, porque ellos lo tratarán mejor que nosotros. Tenemos un Gobierno de descerebrados que no se ha enterado que Cervantes es lo mejor que tenemos, mientras los ingleses sacan a Shakespeare a la menor provocación porque saben que es lo mejor que tienen. Hay un idiota que dice que El Quijote se escribió en realidad en catalán, pero lo cierto es que algún día se descubrirá que lo escribió en inglés, como decía Borges. Es indigno, una desgracia, muy triste.
–¿Qué te pareció El Quijote revisitado por Arturo Pérez Reverte?
–No lo he leído, así que no puedo opinar, Hay que decir que los ingleses han hecho todo tipo de cosas que Shakespeare y lo mismo se puede hacer con Cervantes. El Quijote sobrevive a todo, incluso a los más tontos. Ahora bien, creo –y en esto seguro que Pérez Reverte estará de acuerdo conmigo- que lo que hay que hacer es leer El Quijote original, porque cuando lo haces te llevas unas sorpresas fenomenales. La gente se asusta creyendo que es un libro muy importante, pero además se trata de un libro muy divertido, muy disfrutable. Asusta un poco ese castellano que parece antiguo, aunque en realidad no lo es. Es una lengua transparente en un libro de risa que fue despreciado por la élite de la época. Cervantes no hubiera ganado nunca el Premio Cervantes, porque su libro ha sido y es para la gente.
–Dices en tu libro que el intelectual y el novelista están en permanente conflicto. ¿Te costó asumir tu posición de intelectual cuando escribiste El punto ciego?
–Sí y eso es lo que intento contar en la parte final del libro. Siempre he despreciado la figura del intelectual y con razones, porque el intelectual se ha ganado el desprecio de mi generación por sus errores, su soberbia estúpida, por una multitud de cosas, por su apoyo a causas totalmente abyectas, por su docilidad, por su arribismo. Sin embargo, me he sorprendido ejerciendo de intelectual. El intelectual es aparte de su tarea de periodista, de arquitecto, de cantante, un ciudadano. Alguien que no se interesa por la política es un necio, tiene un egoísmo salvaje. El hecho de tener un hijo me ha hecho todavía más consciente de la importancia de la “polis”. Soy una persona conocida que escribe una columna semanal en un periódico importante, soy bastante leído y al final he acabado hablando de cosas que me importaban como ciudadano. Como cualquier persona normal tengo mis puntos de vista acerca de lo que ocurre. Propongo al final de este libro una cierta idea de lo que debería ser un intelectual en nuestros tiempos, para cambiar la justamente despreciada figura del intelectual clásico. Digo en este punto que Jorge Luis Borges y Franz Kafka eran intelectuales, a pesar de que nunca fueron vistos como tales. Propongo una manera más humilde, discreta, menos pomposa y menos pretenciosa de ser intelectual. Mi intelectualidad es el hombre rebelde de Camus, que cuando todo el mundo dice sí, él dice no. El viejo intelectual obedecía consignas y aplaudía. Todo eso debe ir al basurero. Mis modelos de intelectual son de cuando yo era anti-intelectual. Mis modelos son Borges y Kafka. Cuando Borges decía que no estaba interesado sobre las cosas de su época, era una coquetería. La idea de un Borges que vivía en su Torre de Marfil es una idea completamente falsa.
–¿Hay una misión que tiene el escritor?
–Mi generación reivindicó, como reacción a la degeneración de la llamada literatura comprometida, la idea de que la literatura no tenía ninguna responsabilidad, pero eso es algo absurdo. ¿Qué estupidez es esa? Para empezar, es responsable como escritor, pero también como ciudadano. El escritor no está por encima del bien y del mal. Quien piensa que el escritor vive en su Torre de Marfil es un imbécil y no sabe nada de la literatura ni de la vida.
–¿Te ha pasado con frecuencia sentirte extrañado frente a las cosas que te pasan en la literatura?
–Constantemente. Vivo en estado de extrañeza constante. El impostor, mi última novela, trata de eso. A menudo me siento un impostor y algún día se va a descubrir que soy una estafa completa. Por eso trabajo y estudio mucho, para que no se note.
–Baricco dice que si no te sientas a la máquina de escribir sintiéndote un Premio Nobel, entonces no lo hagas
–Del Premio Nobel no lo sé. Pero creo que un escritor tiene que ser al mismo tiempo muy soberbio y muy humilde, así que estoy de acuerdo con Baricco. Hay que ser un loco desatado para enfrentarte a Kafka y todos los demás cuando escribes y al mismo tiempo debes ser muy humilde, porque escribir es algo muy difícil. Siento una inseguridad total cuando inicio un libro. Desconfío además de la seguridad, sólo confío en mi propia inseguridad. Bioy Casares, que es un escritor que me ha enseñado mucho, decía que escribir una frase es resolver un problema que la siguiente frase te vuelve a plantear.
–Maravilloso…
–Maravilloso. Nunca tienes seguridad, cada libro es un nuevo y distinto desafío. La facilidad significa que andas por terreno trillado, algo que es muy malo.
–No obstante, ¿sientes placer al escribir?
–Es uno de los más grandes placeres del mundo, aunque diría que más que un placer es una pasión.
–En tu teoría sobre la novela del siglo XXI consideras una dosis justa tanto de ficción como de realidad, al contrario de gente como Salman Rushdie que viene haciendo una prédica apasionada de la ficción total…
–Es que la ficción pura no existe y si existiera no tiene el menor interés. La ficción pura es un invento de los que no tienen ni la menor idea de lo que es la ficción. La ficción siempre parte de la realidad, la realidad es el carburante de la ficción. En este sentido, todas las novelas son autobiográficas, incluidos los libros de Salman Rushdie, los cuentos de Borges y La metamorfosis, de Franz Kafka. Cuando digo que todos los libros son autobiográficos no quiero decir que el escritor cuenta su vida en ellos, sino que a través de esas historias reelabora sus sueños, sus lecturas, lo que no le ha ocurrido, que es algo que también forma parte de su vida y con todo ello levanta la ficción. La ficción parte de la realidad, diga lo que diga Rushdie, que me parece que ha tenido últimamente un ataque de celos por el éxito de Karl Ove Knausgård. Es una tontería decir que lo único que importa es la ficción. Hay un libro muy malo que se titula Hambre de realidad, de David Shields, que dice que la ficción se ha acabado. Eso no tiene ningún sentido, pero tampoco tiene sentido decir que la ficción pura es lo único que vale y que la realidad no debería existir en la ficción. Depende. La literatura “depende”. Hay algo en el aire de nuestro tiempo que nos permite hacer novelas sin ficción, no hay normas, ya lo dijo Cervantes. La novela es libre. Y las preguntas que te plantea a veces la realidad exigen una novela de no ficción como fue en mi caso y es eso lo que cuento en El punto ciego. Cuando comencé con esas novelas sin ficción, no había nadie que lo hiciera, ahora hay gente como Emmanuel Carrere y otros… Hice mi propio camino porque me parecía el adecuado, lo que no significa que odie la ficción, que no se ha acabado de ninguna manera. Escribir una novela es formularse una pregunta de la manera más compleja posible y si formular esa pregunta te lleva como en mi caso a dos novelas descargadas de ficción como Anatomía de un instante y El impostor, bienvenido sea. En la literatura la forma es el fondo.
–Siempre me llamó la atención el nombre del pueblo donde naciste…Ibahernando
–Es un sitio muy raro. Es un lugar sin importancia que es muy importante para mí. Toda mi familia es de allí y tengo todavía una casa allí. Es la Zona Cero, de ahí viene todo. Aunque me fui a los cuatro años he vuelto muy a menudo. Soy escritor porque me fui de allí, me convertí en un tipo descolocado, desubicado; si estuviese bien colocado no sería escritor, sería veterinario como mi padre o sería señorito.