He aceptado con gusto el reto de formar parte del Consejo Estatégico Franco Mexicano en el área de cultura, un grupo desinteresado y plural formado principalmente por empresarios de alto nivel que ya están dando una nueva dinámica a la relación industrial entre Francia y México porque creo que la Cultura también pide a gritos nuestra atención de una nueva manera.
No sólo más proporcionada con lo que son nuestros dos países sino, sobre todo, más consciente de lo que está en juego: más allá de nuestro fundamental crecimiento económico, más allá de los importantes y numerosos convenios de salud y de educación que se están llevando a cabo y más allá del intercambio creciente, interesante y necesario de grandes exposiciones y eventos que Conaculta ha desencadenado, lo que está aquí en juego es sobre todo qué somos, qué queremos ser y con qué contamos para lograrlo.
Un concepto inventado en Francia: Latinoamérica, amplía el término hispanoamérica y subraya nuestras afinidades y posibilidades de mutuo enriquecimiento cultural. No sólo las oportunidades educativas que ofrece Francia deben crecer y ser más y mejor aprovechadas por los mexicanos y viceversa. La educación francesa (a diferencia de la española e inglesa, notablemente introvertidas) es nuestra mejor puerta a otras culturas, no sólo europeas sino orientales, africanas, etc. Sólo en el mundo editorial, el porcentaje de lo traducido de otras lenguas al inglés en Estados Unidos es de un tres por ciento mientras que en Francia es de un 38 por ciento. El mundo es más práctico en inglés, pero es más amplio, más sutil y prometedor en francés. De nosotros depende que lo sea también en español.
México es depositaria de una alteridad que no sólo es una diferencia de culturas sino de civilizaciones, comparable tan sólo con la alteridad de China o del antiguo Islam, del Japón o de Egipto. Varias generaciones de mexicanistas franceses, es decir estudiosos del México antiguo y contemporáneo, lo han sabido y han enriquecido a la cultura francesa con conocimientos adquiridos aquí. A la vez han enriquecido la nuestra. Pero la fascinación ha sido mutua, como ya lo mostraron dos números de Artes de México dedicados a ese tema. Pero lo que en Francia ha sido un programa de gobierno desde México hacia Francia ha sido en gran parte el producto de esfuerzos privados y aislados, muchas veces más de artistas que de estudiosos, y que pueden multiplicarse y ser más productivos.
México sigue siendo depositario de un savoir faire, una sabiduría manual irremplazable. ¿Cuántos de ustedes saben que desde hace más de una década existe un programa por el cual orfebres de Tane enseñan a orfebres de Francia el oficio? Ellos aprenden de los mexicanos a hacer piezas sofisticadas que allá desde hace décadas, gracias a su industrialización, ya no sabían hacer. Aquí y en Francia son ya más de 700 los franceses egresados de los talleres escuelas lidereados por Tane. El modelo puede ser multiplicado reconociendo y valorando como oficios un área importante de nuestras artesanías. En el área del saber textil tradicional, los logros de una joven diseñadora mexicana Carla Fernández, recientemente premiada en Holanda con el Premio Príncipe Claus, van en esa línea. Los oficios de México esperan también su momento internacional.
Por otra parte, lo mejor de México, lo que tiene el más alto nivel de exportación mundial es su creatividad cultural. Lo que Francia es en la aeronáutica nosotros lo somos en la creación artística. Pero ni los escritores, ni los pintores ni los músicos, para mencionar sólo algunos, han tenido la exposición y valoración proporcional a su importancia en nuestro continente. Estamos hoy mostrando a Diego Rivera y Frida Kahlo con un éxito arrollador pero nunca ha habido en Francia una gran retrospectiva de Rufino Tamayo, por ejemplo. Llevamos un retraso de más de cincuenta años en estas materias y ya Conaculta trabaja intensamente en esa dirección. Otro tema fundamental es el del Patrimonio. Desde la Revolución Francesa, paralelamente a la creación del Louvre y de los museos nacionales, Francia creó una institución que cuida, administra y hace crecer el patrimonio artístico del país. Y sus políticas de adquisición son un modelo de rigor y apertura estética internacional.
Nuestra industria editorial ha aprendido mucho de Francia pero para subsistir y ser de verdad algún día líder en el mercado del libro en español (tiene todo el potencial para serlo), las fórmulas y la experiencia francesa son indispensables y deben ser utilizadas a fondo. Como lo ha hecho España. En el cine, tanto en la producción como en la exhibición, es también mucho lo que podemos tomar de las experiencias francesas y sus soluciones eficaces a la relación conflictiva con la uniformización operada por los mercados monopólicos transnacionales del cine. La diversidad de la oferta cultural en Francia es en gran parte el producto de una voluntad política clara y continua que es moderna y a la vez ya es una tradición. En las discusiones sobre el tratado de Libre Comercio de Europa con los Estados Unidos, Aurélie Filipetti, ministra de Cultura de Francia dijo: “La diversidad cultural es un valor en sí mismo. Así como la riqueza de un ecosistema se mide por la diversidad de especies que lo habitan, la de una cultura depende de la diversidad de sus expresiones.” Y la idea de defender de monopolios unificadores a la cultura diversa con políticas internacionales claras y firmes que no son proteccionistas sino que apoyen el crecimiento de un mercado de la diversidad fue adoptada con apabullante mayoría por el Parlamento de la Unión Europea. Una actitud a favor de la diversidad cultural que México no supo sostener en su propia negociación del tratado de libre comercio y que sigue siendo urgente.
Para aprovechar mucho mejor la realidad cultural de México y hacerla crecer afuera y adentro, el concepto francés de la “excepción cultural” tiene una larga historia de instituciones, de políticas y legislaciones que debemos aprovechar a nuestra medida. Nos muestran una práctica de integración cultural que puede impedirnos caer en las explosiones sociales motivadas en Chile directamente por la aplicación de políticas culturales y educativas de espaldas a la gente. O impedirnos caer en las explosiones sociales brasileñas hijas de una política cultural populista, tan socialmente extensa más que intensa que deja de ser política cultural. La excepción cultural francesa nos muestra una tercera vía que debemos aprender a desarrollar a nuestra medida.
Entre todos los países del continente americano, México es sin duda el que más importancia le ha dado a la cultura. Por lo menos desde Vasconcelos y con una sería intensificación desde la creación de Conaculta. México es el gran aliado natural de Francia en asuntos culturales en nuestro continente. O debería serlo. Por eso, en una reunión de trabajo con el presidente Hollande, en Francia, me permití lanzarle un reto del que todavía espero respuesta. El reto de atreverse a formular y construir juntos, México y Francia, una nueva geopolítica de la excepción cultural y de la diversidad cultural para el mundo. Entre otras cosas, reinventando en la acción las maneras de incentivar los mercados culturales de la diversidad.
Entonces, ¿qué somos, qué lugar ocupamos en el planeta, qué queremos ser y con qué contamos para lograrlo? Preguntas clave que se responden implícitamente en la respuesta que demos ahora a este nuevo reto de dar una nueva dimensión a la relación fructífera entre nuestras dos culturas.