El 14 de febrero es el día del amor y la amistad. La literatura tiene muchas historias que guardan pasión y desencuentros, con una sensibilidad propia de los escritores, sin censura y a veces hasta la locura. Aquí unas muestras.
Ciudad de México, 10 de febrero (SinEmbargo).- La sensibilidad de los escritores, esa pasión con la que viven la existencia –un poco más que la gente común- ha dado amores imposibles o trágicos, felices por un tiempo e inútiles por otros.
Claro que en el medio hay miles de cartas que por venir del oficio del que hablamos son casi de Premio Nobel y han pasado a formar parte del corpus literario. Sin embargo, la bipolaridad, la agresión, la violencia, se han escondido también en esa sagrada tarea de escribir, como veremos en los ejemplos que los muestran humanos, demasiado humanos.
El Premio Nobel de España, Camilo José Cela (1916-2002), fue un hombre de una accidentada vida amorosa. Escribió cartas de amor a su primera esposa, Rosario Conde, quien convivió 45 años con el literato, fue ella su primera lectora -y mecanógrafa- de los intrincados manuscritos, hasta que en 1989 se enamoró de Marina Castaño, una periodista 33 años menor que él.
La deuda por el divorcio que no pagó Cela y los líos por la herencia para Marina Castaño una vez muerto el escritor, han marcado la vida de un hombre que lo obtuvo todo en la literatura (sobre todo con La colmena), pero poco en sus encuentros amorosos que lo hacían aparecer de vez en cuando en prostíbulos de Barcelona.
Jonathan Swift (1667-1745), autor de “Los viajes de Gulliver”, tuvo una vida amorosa más bien austera, casi clerical. Se encuentra una relación con Esther (Stella) Johnson, pero no se sabe si fue algo más que una amistad o si se habían casado en secreto, relaciones amorosas con Jane Waring y la última con Esther Vanhomrigh (llamada Vanessa por el escritor), una holandesa que se enamoró perdidamente del escritor, pero no fue correspondida.
Jean-Jacques Rousseau (1712-1778) tuvo una vida muy contraria a sus ideas, fruto tal vez de la orfandad temprana y de la violencia ejercida por su tutor Jean-Jacques Lambercier.
Rousseau sentía un cierto placer masoquista que de adulto confesó en sus escritos: “¿Quién creería que este castigo de chiquillos, recibido a la edad de ocho años por mano de una mujer de treinta, fue lo que decidió mis gustos, mis deseos y pasiones para el resto de mi vida, y precisamente en sentido contrario del que debería naturalmente seguirse?”, confesó.
Lo más paradójico de su vida fue haber donado cinco hijos al orfanato hecho por un hombre que había escrito Emilio o De la educación, en la que pretendía enseñar al mundo cómo hay que educar y amar a los niños. Adoró al sexo femenino pero fue un antifeminista feroz, un hombre casi sin sentimientos. Sin amor.
Anaïs Nin (1903-1977) fue una mujer decidida a satisfacer sus impulsos carnales, además de escribir como los dioses. Una vida como un escándalo, traducida en una mujer que era bígama, cruda y honesta. Se casó con el banquero Hugh Guiler, que fue su sostén hasta la muerte de la escritora.
En 1931 conoció al escritor estadounidense Henry Miller, con quien protagonizó un romance apasionado y nada secreto, que puede verse en el filme Henry and June, basado en sus diarios.
El autor de Trópico de Cáncer y Trópico de Capricornio, estaba casado con June, con quien Anaïs descubrió el voyeurismo y el lesbianismo.
Mantuvo una relación de incesto con Joaquín Nin (su padre), se casó con Rupert Pole sin haberse divorciado de Hugh Guiler y firmó sus escritos eróticos con su propio nombre.
Lord Byron (1788-1824) se convirtió en poeta errante al huir del Reino Unido, donde había nacido, tras la relación incestuosa con su hermanastra Augusta. En 1815 se casó con Anna Isabella Mibanke, con quien tuvo una hija, Augusta Dada, aunque se separaron al cabo de un año.
Vivió a carta cabal su Don Juan, considerada por muchos como su mejor obra, en Suiza, donde sostuvo relaciones amorosas con Claire Clairmont y con la condesa Guiccioli.
Tuvo varias relaciones bisexuales y murió muy joven, a los 36 años, en Grecia.
La historia de Charles Dickens (1812-1870), ese hombre dueño de una moralidad inglesa casi sin fisuras, tuvo una vida bastante anormal. Se casó con Chaterine Hogarth, pero estaba obsesionado con su cuñada menor, que murió poco tiempo tiempo después.
Después de 20 años de matrimonio y de 10 hijos, dejó a su esposa para irse a vivir con Nelly Ternan, una actriz que queda muy bien retratada en The invisible woman, un proyecto de Ralph Fiennes, que la protagoniza.
En HG Wells: Another Kind of Life, de Michael Sherborne, sobre la vida de H.G. Wells (1866-1946), autor de La Guerra de los mundos, uno cae en la cuenta de “cómo ligan” los profesores universitarios.
Uno de sus mayores intereses era la liberación sexual y tuvo una vida amorosa poco común.
Se casó con su prima Isabel que no tenía el mismo interés carnal que él, así que se divorciaron prontamente. Wells comenzó un romance con una alumna, “Jane” y vivieron juntos hasta la muerte de ella.
Pero Herbert George Wells tenía encuentro con muchas mujeres, tras un acuerdo con su esposa. Hasta su muerte mantuvo en un sitio especial de Londres citas amorosas con mujeres de todo tipo. Era ateo, socialista y al mismo tiempo supo mantener una familia estable.
SIMONE DE BEAUVOIR, EL SEXO COMO CONOCIMIENTO
En la historia de la literatura pocos romances y relaciones tuvieron tanta prensa como la de Simone de Beauvoir (1908-1986) y Jean Paul Sartre (1905-1980) y poco a poco la vida de ella resulta mucho más interesante que la de él, un hombre en las relaciones machista y poco atractivo.
Se conocieron en 1929 y tuvieron un romance durante 50 años, pero en el medio pasó todo. ella tenía 21 años, él 24. Tuvieron un tórrido romance durante 50 años y nunca vivieron juntos.
En la película Los amantes del café Flore, se cuenta la relación entre esos jóvenes filósofos Simone de Beauvoir y Jean Paul Sartre, pero también se cuenta cómo ella se enamora de su amante estadounidense, Nelson Algren, con quien intercambió 300 cartas que la muestran muy lejana al feminismo que difundió en sus célebres ensayos.
Simone y Jean Paul se amaron hasta la muerte y también hubo traiciones pequeñas e inolvidables, viviendo lo que decían era un amor central y todo lo demás amores contingentes.
Pensamos en Hannah Arendt (1906-1975) y pensamos en el mal, en todo lo que ella pensó sobre el Tercer Reich y el judaísmo. La imaginamos muy lejos de las pasiones o el amor desatados, pero sin embargo, despertó en 1924 un hechizo sobre Martin Heidegger (1889-1976), de quien era alumna.
Era una relación silenciosa y secreta, fruto entre otras cosas de la vergüenza de Hannah por ser amante de su profesor.
La relación duró bastante tiempo, pero había una cosa que era un fantasma en el vínculo: la supuesta afinidad de Martin Heidegger hacia el nazismo, para el que trabajó varios años, al punto de que en 1933, cuando Hitler consiguió el poder, fue nombrado rector de la Universidad de Frediburgo.
MÉXICO, EL PAÍS DE LAS PASIONES
El escritor argentino Adolfo Bioy Casares (1914-1999) fue un conquistador, un verdadero galán, a pesar de que se había casado con Silvina Ocampo, quien le perdonaba todas las infidelidades. Él, a pesar de enamorarse de varias, entre ellas de la mexicana Elena Garro (1916-1998), con la que mantuvo una correspondencia amorosa entre de 1949 a 1969, la adoraba.
Garro, entre tanto, se había casado muy joven con el Premio Nobel de México Octavio Paz (1914-1981), con el que tuvo una hija, Helena Paz Garro (1939-2014). Cuando se separaron, la historia no tuvo final feliz. Elena estuvo todo el tiempo bajo la sombra de su ex marido, criticándolo y haciéndolo causante de sus mayores desgracias.
Garro, en su libro Memorias de España, describe a su matrimonio como “un internado de reglas estrictas y regaños cotidianos”. A partir de ese momento, Garro viviría contra la obra de Octavio Paz. Él se volvió su enemigo eterno al cual todas sus acciones se dirigían. Difícil establecer un juicio certero, hay quienes defienden a Elena y otros a Octavio –quien se casaría con quien hoy es su viuda oficial, Marie José Paz-, pero la cultura patriarcal de la época no tuvo reconocimiento para la obra espectacular de ella, de quien Geney Beltrán hizo hace poco una antología con los textos menos difundidos.
Juan Rulfo (1916-1986) escribió Cartas a Clara, un texto inédito que apareció póstumamente dedicado a su mujer, Clara Aparicio.
“¿Nunca te he contado el cuento de que me caes re bien? Pues si ése ya lo sabes te voy a contar otro: Ahí tienes que había una vez un muchacho más loco, que toda la vida se la había pasado sueñe y sueñe…”, dice Juan, en un libro parecido a Sara más amarás, de Juan José Arreola (1918-2001), donde los nietos, Alonso y José María, rescatan las cartas de amor entre el escritor y la mujer de toda su vida, Sara Sánchez.
«Sara, estoy muy contento, porque pocos libros han sido recibidos como el mío. Todas las gentes creen que llegaré a ser un escritor, pero de los de veras buenos. A mí me da un gran miedo quedarme sin hacer lo que de mí se espera. Ojalá, Sara, y lo realice. Tendrás entonces un Juan José más digno de ti», dice Arreola, de quien este año se cumple el centenario.
En el ámbito más latinoamericano está el caso de Mario Vargas Llosa, un escritor que luego de muchos años de casado con Patricia Llosa Urquidi y de tener una juventud poblada de escándalos amorosos, a los 81 años se fugó para mantener hoy un romance con Isabel Preysler, de 66 años.
O el caso de la chilena Isabel Allende, quien se ha separado de su marido Willie Gordon. “Seguiremos siendo amigos, pero ya no estoy enamorada y en un romance uno debe estar enamorado”, dijo la autora de La casa de los espíritus. Hoy, con 75 años, se ha enamorado de un abogado neoyorquino Roger Cukras, a quien ha dedicado su novela Más allá del invierno.