Las universidades de Singapur, una ciudad-estado semi-autoritaria de casi seis millones de personas, han adoptado un enfoque de arriba hacia abajo para controlar el coronavirus.
Ciudad de México, 10 de enero (SinEmbargo).– Hace unos días, un tribunal de Singapur condenó a cinco meses de prisión a una mujer que había contraído la COVID-19 en febrero del año pasado por haber estado en contacto con un conocido ese mismo mes. Oh Bee Hiok, de 65 años, ocultó al Ministerio de Sanidad que se había reunido en múltiples ocasiones con su amigo Lim Kiang Hong, de 71 años, antes de que se le diagnosticara la enfermedad el 26 de febrero de 2020, por miedo a que pensaran que pudiera tener una relación extramatrimonial con él, indicó el periódico de la ciudad-Estado, The Straits Times.
Por ocultar dicha información, un tribunal singapurense condenó a la mujer a la pena de cárcel, después de que el Ministerio de Sanidad descubriera, a través de los tickets de aparcamiento de ambos y otras pruebas, que había estado en contacto con su amigo varios días a la semana, aprovechando que su marido se ausentaba para ir a jugar al bádminton. El amigo de la acusada también contrajo la COVID-19 un mes después, aunque no por haber estado en contacto con la mujer, pero eso no fue óbice para que el juez impusiera una pena de prisión, a pesar de haber sido el argumento de la defensa para que la sentencia se limitara a una multa.
La medida parece dura. Pero este caso ejemplifica por qué Singapur casi no tiene casos de COVID-19 y en sus principales campus universitarios, ni uno solo. Pero no ha sido fácil. Se requiere de mucha disciplina, de voluntad de la población, de sacrificios y de algo de tecnología.
En un texto de The New York Times, Sui-Lee Wee explica que todos los días, el presidente de la Universidad Nacional de Singapur escanea su tablero en línea para ver cuán abarrotadas están las cafeterías. “Si el mapa en tiempo real muestra que una cafetería está demasiado llena, el presidente, Tan Eng Chye, pide a los administradores que envíen un aviso para evitarlo y recordar a los estudiantes que hay servicios de entrega de alimentos administrados por el campus, sin cargo”.
Siguiendo el ejemplo del gobierno, agrega, las universidades de Singapur, una ciudad-estado semi-autoritaria de casi seis millones de personas, han adoptado un enfoque de arriba hacia abajo para controlar el coronavirus. “El resultado: desde el inicio de la pandemia el año pasado, no se han detectado casos de transmisión comunitaria en ninguna de las tres principales universidades de Singapur. Si bien las universidades se han beneficiado de un número de casos generalmente bajo en la población más amplia de Singapur, su experiencia y medidas estrictas contrastan marcadamente con muchos campus en los Estados Unidos. Varias universidades estadounidenses experimentaron una explosión de casos casi tan pronto como los estudiantes regresaron el otoño pasado”.
Sui-Lee Wee dice que la Universidad Nacional de Singapur, o NUS., describe su estrategia como “contención, descongestión y rastreo de contactos”. La universidad ha aprovechado la tecnología para hacer cumplir las medidas de distanciamiento social. “Asignó a los estudiantes a diferentes zonas del campus e impuso duras sanciones por desobedecer las reglas”. Si es necesario, dice, está preparado para realizar pruebas exhaustivas a las personas. Ya está revisando las aguas residuales en busca de rastros del virus en los dormitorios, como lo han hecho algunas universidades estadounidenses.
El objetivo, dijo el profesor Tan a la periodista del Times, “es asegurarse de que no haya infecciones» entre los estudiantes, profesores y miembros del personal. La relativa seguridad de las tres universidades de Singapur (NUS, la Universidad Tecnológica de Nanyang y la Universidad de Gestión de Singapur) tiene ciertas ventajas y desventajas, cuenta. Kathlyn Laiu, una estudiante de primer año de 19 años que vive en el campus de NUS, dijo que la única fiesta a la que asistió el año pasado fue en Zoom, para Halloween. Pasó su primer semestre comiendo la mayoría de las comidas en su dormitorio, contando la cantidad de personas
en el salón del dormitorio antes de entrar e informando su temperatura dos veces al día a través de una aplicación de la universidad”.
Las restricciones de zonificación dificultaban el acceso de los estudiantes a los servicios bancarios, comer en sus cafeterías favoritas u organizar reuniones de grupo, aunque podían encontrarse con amigos y compañeros de clase fuera del campus. En octubre pasado, más de 800 estudiantes firmaron una petición para levantar las restricciones.
“Una de las principales razones del éxito de las universidades de Singapur en mantener a raya al virus, dicen los expertos, es la agresiva respuesta a la pandemia en la sociedad en general. El Gobierno de Singapur ofrece pruebas gratuitas y atención médica a todos los ciudadanos y residentes a largo plazo, y rápidamente aísla a las personas infectadas y rastrea sus contactos. Castiga a aquellos que hayan violado las restricciones, incluso deportando a ciudadanos extranjeros y revocando los pases de trabajo”, dice la periodista de The New York Times.
LAS ISLAS
Singapur no está solo en este experimento. Casi un año después de que se declarara en todo el mundo la pandemia por la COVID-19, un puñado de pequeños y remotos países insulares del Pacífico han logrado esquivar el virus al cerrar completamente sus fronteras, aunque este aislamiento viene acompañado de un alto perjuicio económico. El distanciamiento físico o los confinamientos y toques de queda son medidas ajenas a la cotidianidad de los pobladores de las Islas Cook, Kiribati, Micronesia, Niue, Palau, Nauru, Tonga, Samoa y Tuvalu, países que no han registrado hasta el momento ningún caso de COVID-19, según datos de la Organización Mundial de la Salud (OMS).
Estos pequeños países compuestos en su mayoría por archipiélagos con decenas de diminutas islas y atolones, tienen una población en conjunto de poco más de 1.4 millones de habitantes, siendo Tuvalu (con 11,192 ciudadanos) la menos poblada. El éxito de las naciones insulares, geográficamente remotas, se debe “al endurecimiento en el control de fronteras, cuarentenas estrictas y pocos vuelos de repatriación”, explica Meru Sheel, epidemióloga de la Universidad Nacional Australiana, a la agencia española EFE.
Rodeadas por la inmensidad del océano Pacífico y a miles de kilómetros de distancia de sus vecinos más próximos, estas paradisiacas islas actuaron con rapidez y determinación para frenar en seco la llegada del virus. El cierre de las fronteras desde marzo pasado fue clave para evitar repetir una situación similar a la ocurrida en 2019 cuando el sarampión se expandió por el Pacífico a lugares como Tonga y Fiyi. Pero con el correr del tiempo disminuye las posibilidades de estar libre de COVID-19, ya que en octubre las Islas Marshall y las Islas Salomón detectaran sus primeras infecciones importadas y un mes después lo hizo Vanuatu.
“Un virus que circula en la región es siempre un riesgo”, alerta Sheel, al destacar que la zona “tiene recursos limitados” en cuanto a infraestructura y personal sanitario, así como limitaciones para hacer las pruebas para detectar el virus y rastrear contactos. Otro de los problemas que afrontan son las enfermedades subyacentes en la población como las coronarias, respiratorias crónicas, la diabetes, la obesidad, el cáncer en una parte de los 2,3 millones de habitantes desperdigados en los archipiélagos del Pacífico.
Para estas islas, la tranquilidad de estar libre de COVID-19 ha tenido sin embargo un alto coste. Es el caso de la turística Fiyi, que tiene medio centenar de casos, cuenta con la infraestructura más desarrollada de la región y ha logrado contener la pandemia. Pero en 2020 se prevé que el Producto Interno Bruto (PIB) fiyiano caiga en un 20 por ciento, según los cálculos del Banco Mundial, que vaticina que las economías del Pacífico no se estabilizarían hasta el 2022. Además, la pandemia ha obligado a muchas familias “han tener que tomar decisiones difíciles como dejar de comer o retirar a sus hijos de las escuelas, algo que tendrá consecuencias dañinas en los próximos años”, alerta Michel Kerf, representante del Banco Mundial en la región en un reporte publicado el mes pasado.
A la evaporación del turismo se suma también la fuerte reducción del intercambio comercial internacional, la caída de los precios de sus materias primas por una menor demanda y de las remesas de su diáspora, entre ellos trabajadores estacionales.
–Con información de EFE