Los colectivos de mujeres aseguran que el caso demuestra las asignaturas pendientes de la sociedad mexicana en cuanto a la violencia de género, el desconocimiento del fenómeno y la estigmatización que de las mujeres incluso por encontrarse con vida.
De hecho, Espíndola denunció que insultaron a su familia en las redes, que sólo habían mostrado las partes del video en las que se la veía con un hombre -aunque estaba con más gente- y que habían creado una cuenta de Twitter a su nombre para difamarla.
Por María Verza
CIUDAD DE MÉXICO, 9 de diciembre (AP).- La mujer no podía creerlo cuando al denunciar la desaparición de su hija las autoridades le dijeron que se había ido con el novio. “¡Pero si apenas tenía 12 años y los vecinos vieron que la subieron a un coche a golpes, arrastrándola!”.
La Policía no la buscó. Los vecinos y familiares sí. Y gracias a esa movilización la niña fue encontrada tres horas después en una caseta telefónica. Estaba golpeada y con signos de violencia sexual, pero estaba viva.
Tres años después, esta ama de casa todavía teme dar su nombre porque en su pueblo, San Pablo del Monte -135 kilómetros al este de la Ciudad de México- se siguen “perdiendo” mujeres y ella tiene cuatro hijas.
“Como padres no sabemos cómo andan las niñas, pero si la vida de una persona está en riesgo hay que buscarla”, sentenció la mujer.
Por eso cuando escuchó en las noticias que habían localizado a una joven de la capital mexicana cuya desaparición durante más de 12 horas había incendiado las redes sociales lo celebró, pese a las críticas a la muchacha por haberle mentido a su familia y haber ido a un bar, algo que se supo por la filtración de un video de seguridad.
La reciente búsqueda de Karen Espíndola en la Ciudad de México después de que le enviara un mensaje a su madre diciendo que estaba en un taxi que le parecía sospechoso se hizo viral en las redes sociales y recibió millones de mensajes de apoyo.
Al día siguiente, un video de seguridad reveló que en realidad había estado en un bar con amigos y provocó un número casi similar de insultos, burlas y condenas por el engaño. En una entrevista con Televisa la joven admitió que había mentido y pidió perdón. “No pensé en las consecuencias”, dijo.
Los colectivos de mujeres aseguran que el caso demuestra las asignaturas pendientes de la sociedad mexicana en cuanto a la violencia de género, el desconocimiento del fenómeno y la estigmatización que de las mujeres incluso por encontrarse con vida.
De hecho, Espíndola denunció que insultaron a su familia en las redes, que sólo habían mostrado las partes del video en las que se la veía con un hombre -aunque estaba con más gente- y que habían creado una cuenta de Twitter a su nombre para difamarla.
“Parece que quieren generalizar que las mujeres que desaparecen es porque se van de locas restando importancia a un fenómeno real”, explicó Miriam Pascual, asesora legal del Observatorio Ciudadano Nacional del Feminicidio. “Y para encontrar tienes que buscar, independientemente del motivo”.
Entre enero y junio de este año sólo en la Ciudad de México desaparecieron 927 mujeres y niñas. De ellas, 648 fueron localizadas y 279 siguen con paradero desconocido, según el Observatorio, que maneja cifras oficiales. El 53 por ciento eran niñas menores de 17 años.
En tanto, una media de 10 mujeres son asesinadas cada día y miles alimentan las redes de trata, algunas muy activas en estados como Tlaxcala, donde está San Pablo del Monte.
Para Pascual, que también es directora del colectivo Yureni, el caso de Espíndola demostró que la sociedad “no está informada sobre las desapariciones ni sus contextos y, por tanto, no está preparada para hacer frente a este fenómeno”.
Según explicó, el comentario que se repite cuando da talleres de búsqueda es que todas y cada una de las familias estaban convencidas de que nunca les pasaría. Sólo son conscientes cuando el fenómeno las golpea.
Por ello urgió recordar la importancia de las búsquedas activas e inmediatas que deben seguir cinco pasos básicos: confirmar o descartar si la desaparición fue con violencia, ubicar testigos, recorrer el último lugar donde fue vista la víctima, localizar cámaras de seguridad rápido porque si no los videos se borran y solicitar una búsqueda oficial.
Ante la insistencia de la sociedad, las autoridades han puesto en marcha diversos sistemas de alerta pero siguen sin contar con la confianza de la población.
“Siempre dicen que se han ido de fiesta, con el novio y no hacen lo que tienen que hacer… eso pasó con mi hija, no se movilizaron”, recordó la madre de San Pablo del Monte.
En el caso de Espíndola, la Procuraduría capitalina asegura que investigó, pero lo que indignó a los colectivos fue la filtración del video del bar, algo que a juicio del Observatorio sólo pudo hacerse a instancias de la autoridad, aunque la titular del departamento, Ernestina Godoy, lo ha negado tajantemente.
“No teníamos esos videos y mucho menos los filtramos nosotros”, dijo y pidió no hacer “campaña en contra de una mujer”.
Sin embargo, colectivos feministas creen que se trata de un doble discurso y la incredulidad se debe a que la filtración de videos ha sido habitual. De hecho, fue uno de los motivos que encendió las protestas feministas de este verano.
“Nadie ve, sin embargo, los videos en los que se ve a las mujeres atacadas”, lamentó Maynné Alexa Cortés, una psicóloga feminista de 26 años.
Pascual enfatizó que la familia de la joven hizo lo correcto. “Karen tenía varias posibilidades: ser asesinada, ser violada, o en este caso, ser juzgada por la sociedad, que la acribilla por salir de fiesta y no haber sido víctima de feminicidio”.
Sin embargo, queda un regusto amargo en ciertas personas como Guadalupe Reyes. Su hija desapareció en 2014 en Ecatepec, un municipio al norte de la capital y uno de los de mayor tasa de feminicidios. “Lo primero que me pasó por la mente es que por eso te etiquetan”, se lamentó.
A ella también le dijeron que seguro que su hija se había ido con el novio. Meses después encontraron su cabeza y sus muslos dentro de un saco en un canal de aguas residuales. Nadie le dio más explicaciones.
“Las autoridades nos tendrían que cuidar, pero eso no pasa”, se lamentó Reyes.
La mujer de San Pablo del Monte lo sabe. Vive con miedo y pidiéndole a sus hijas -la más pequeña de 10 años y la mayor de 18- que avisen cada movimiento. “No se merecen algo así”, lamentó. “Y nosotras las mujeres, tampoco”.