Estamos en un proceso de extinción de la vida en el planeta, advierte Carlos Lavore, el autor del libro Extinción y rescate. En charla con este medio, describe el engranaje de coresponsables y a quienes pueden abonar al autorescate de la humanidad y el mundo.
Ciudad de México, 9 de octubre (SinEmbargo).– Con un prólogo del líder izquierdista Cuauhtémoc Cárdenas, el libro Extinción y rescate (Debate, 2021) del urbanista Carlos Lavore presenta un diagnóstico sobre los pilares que sostienen al modelo económico que nos encamina hacia el colapso de la vida humana y del planeta, pero también nos echa un lazo para concientizarnos al respecto y, a través de la articulación de las resistencias, autorescatarnos.
En entrevista con SinEmbargo, en momentos en que México debate sobre quién debe gestionar los recursos energéticos, Lavore cuestiona el método de implementación de los proyectos eólicos y solares que, aunque son recursos limpios y necesarios frente al cambio climático, no están exentos de ocasionar conflictos socioambientales por lo que, dijo, hay que establecer una regulación diferente.
«Hay un cuestionamiento a la forma en que se está produciendo la energía renovable y tiene una explicación en el hecho de que su entrada fue un tanto compulsiva y con sentido depredatorio [vía reforma energética de 2013]. Me refiero tanto a la solar como a la eólica. No es casual que en la región del Istmo pueblos y comunidades se estén resistiendo porque supone una situación de despojo y de alteración de las formas productivas y de las relaciones sociales», aseguró el argentino que reside aquí desde los setenta.
Además, el autor platicó sobre el papel de las oligopólicas corporaciones mediáticas en América Latina y México que construyen individualismo y enfocan la crisis climática según sus intereses: el negocio. Finalmente, sentenció cómo el crimen organizado es difícil de desmantelar al implicar un beneficio para el capitalismo.
«Esas corporaciones mediáticas sólo pueden enfocar al cambio climático desde su perspectiva que es la del negocio. Por eso no se puede avanzar. Porque siempre hay la necesidad de que se produzca bajo cierto parámetro de rentabilidad capitalista», planteó el también arquitecto.
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–¿Qué resistencias identifica frente al modelo económico en el marco de la crisis climática? Algunos defensores ambientales son asesinados o amenazados, pero qué potencial transformador tienen.
–En la publicación hay una descripción de diversas resistencias que están ocurriendo a nivel Latinoamérica y en México en particular. El propósito de su enumeración es darle más visibilización, porque son dispersas, fragmentadas e invisibles para la opinión pública. Se reproducen en diferentes terrenos. En México, en el 2019 la Semarnat reconocía cerca de 600 conflictos socioambientales por minería, agua, bosques, semillas. Estimo que el número es bajo por lo que conocemos que está ocurriendo en el conjunto de la sociedad. Pero a parte de esas resistencias que son territoriales de pueblos y comunidades que resisten el despojo, hay otras resistencias de tipo sectorial que forman parte de la sociedad civil. A mi juicio, son de un alto potencial de transformación a condición de que se produzca una articulación cada vez mayor de éstas. Por ahora, se están produciendo articulaciones parciales como es el caso de la Red Mexicana de Afectados por la Minería (REMA) que integra a decenas de organizaciones locales en resistencia contra la minería y que sistemáticamente denuncia las represiones de las que son objeto, así como las persecuciones y los asesinatos. Le asigno un alto potencial transformador igual con relación al cambio climático. Si hay una reserva en el país que puede auspiciar un comportamiento diferente, está en pueblos, comunidades y organizaciones de la sociedad que reclaman un mundo diferente.
Estamos en un proceso de extinción de la vida en el planeta. Cada tanto hay reportes de la cantidad de flora y fauna que ha desaparecido, de lo que está en riesgo y la pandemia nos ubica en nuestra realidad precisa de que también hay extinción de vida humana. Son millones los que han muerto a nivel mundial a raíz de la pandemia. No se ve que institucionalmente, a nivel global ni local, haya esfuerzos sostenidos para frenarlo. La carga mayor recae sobre la sociedad a partir de los jóvenes que reclaman en Europa o sobre los pueblos y comunidades.
–En el libro se aborda el andamiaje legal que permite el despojo de recursos naturales. Se me ocurre la Ley Minera de 1992. Justo ahora en México estamos en el debate sobre quién debe explotar los recursos energéticos. ¿Qué opinión le merece?
–En el libro describo los tres soportes de la hegemonía neoliberal que son el capital financiero, la institucionalidad que se construye y las corporaciones mediáticas. El desmontaje de esa hegemonía implica actuar sobre los tres frentes. El capital financiero y el poder económico funcionan con alto grado de concentración a escala mundial, nacional y regional. Esa hegemonía produce a lo largo de 40 años una transformación del soporte legal de cada país como cambios institucionales, en las leyes y no sé si decir cooptación o alineamiento del poder político en relación a esa hegemonía. El andamiaje jurídico de nuestros países responde a esa hegemonía. En ese contexto, la iniciativa que está tomando el Gobierno de México de modificar los artículos 25, 27 y 28 está bien en su sentido último de corregir los cambios que se hicieron en el 2013. Ahora, estamos en proceso de análisis de los detalles de la reforma. No puedo pronunciarme totalmente. Me preocupan un par de cosas. Entiendo que la producción de energía es estratégica para el país y que debe tener una firme rectoría del Estado. Pero con un sentido contemporáneo. Me preocupa que no se le dé peso a la producción de energías renovables y que pudiera haber un acento en continuar usando energías fósiles, cuyo uso va a ser necesario por muchos años, pero planteado desde una perspectiva de irlo reduciendo su uso y sustituyendo con renovables. Hay un cuestionamiento a la forma en que se está produciendo la energía renovable y tiene una explicación en el hecho de que su entrada fue un tanto compulsiva y con sentido depredatorio. Me refiero tanto a la solar como a la eólica. No es casual que en la región del Istmo pueblos y comunidades se estén resistiendo porque supone una situación de despojo y de alteración de las formas productivas y de las relaciones sociales. No es por esa vía.
Eso no descalifica a la energía en sí mismo, descalifica el método que se ha seguido. Ahí es necesario establecer una regulación diferente. Pero no veo indicio de que se impulse la producción nacional de energía eólica o solar. Tiene que haber un apoyo mayor y eso sólo se puede hacer con inversión privada y estatal para desarrollo de empresas nacionales en la producción de esa energía y otras como la geotérmica o hidráulica. La hidráulica merece algunas consideraciones, sobre todo cuando se trata de construir presas. Si las presas no están bien dimensionadas y consensuadas con pueblos y comunidades, pueden producir afectaciones tanto a la biodiversidad como a las formas productivas tradicionales y a las relaciones socioculturales de los lugares donde se instalen. Tenemos varios ejemplos de resistencia, como las comunidades de Macapulín para bajar el tamaño de la cortina de la presa porque lleva a la desaparición de tres pueblos. No se trata de eso. Pero las hidroeléctricas son energías limpias y dentro de determinadas consideraciones pueden funcionar. Todo eso es una nebulosa en ese momento. No tengo objeción con relación a la iniciativa, pero no tengo claro hacia dónde apunta.
–Pasando a otro tema expuesto en el libro: la ciudad. Me gustaría que abundara en cómo la contaminación de las urbes no sólo surge de los autos sino también del boom inmobiliario.
–Las dos fuentes de emisión de gases de efecto invernadero más importantes a nivel de las ciudades son los automóviles y los grandes edificios tanto en el proceso de construcción como en su funcionamiento posterior. Hay estimaciones que indican que un 38 por ciento de la emisión de gases corresponde a los grandes edificios. Es necesario una fuerte regulación por parte del Estado. Un aspecto que está en discusión para la Ciudad de México son los instrumentos de planeación propuestos y que están sometidos a una discusión muy fuerte, sobre todo el Programa de Reordenamiento Territorial para la Ciudad. No está claro en apuntar en un proceso de reducción de gases de efecto invernadero. Sabemos que hay una preocupación del Gobierno de la Ciudad en ese sentido, pero también hay muchos intereses en juego.
Esta ciudad fue entregada al capital inmobiliario financiero que del 2000 para acá ha determinado cómo crece, hacia dónde y para quién. Y tenemos el desastre que hoy tenemos. Ha habido un intento de regularlo, pero es un poder económico financiero muy fuerte. Es muy difícil de regular. Igual que el vinculado a la industria automotriz. Por más que se propicie el transporte público –que me parece muy bien– hay otras medidas que deberían tomarse para ser más difícil la invasión automovilística en la ciudad. La ciudad está siempre al borde del colapso y es parte de este proceso del que hablamos.
Por otro lado, muchos creemos que es necesario iniciar un proceso de desurbanización, es decir, apuntalar el desarrollo del país de modo tal que la gente no migre a la ciudad. Eso implica mucha inversión y otra concepción del desarrollo del país. Si no, la naturaleza nos va a desurbanizar a fuerzas, como ha ocurrido en el cerro del Chiquihuite con el deslave. O como está ocurriendo con las cada vez más frecuentes inundaciones que estamos sufriendo. En Querétaro las últimas inundaciones han sido en barrios y colonias relativamente nuevos. Hay una desconsideración de dónde se producen los asentamientos o hay una respuesta de la naturaleza que busca encontrar su espacio nuevamente. Si no tenemos en cuenta eso, seguiremos caminando hacia el desastre o hacia colapsos más generalizados. Yo planteo que en el territorio nacional y en las ciudades debe haber una relación armónica entre las necesidades de los seres humanos, las actividades económicas y el medio natural. Si eso se sigue alterando, vamos a seguir alimentando el desastre. A nivel de territorio nacional, el “desarrollo” ha estado subordinado a las necesidades globales. Se concesiona el país para diversos extractivismos –el 30 por ciento– y luego se construye toda la infraestructura para esos extractivismos, no en función de las necesidades del país ni de su población. Carreteras, líneas de alta tensión, hidroeléctricas, gasoductos, todo en función de extraer recursos naturales y sacarlos al exterior. Con ese sentido se ha diseñado toda la infraestructura del país y se sigue con ese enfoque: el Tren Maya, el Corredor Transístmico, otro corredor que pretende unir Mazatlán con Canadá atravesando todo Estados Unidos. Todo eso está en función del libre intercambio del comercio, no en función de las necesidades de los pueblos. Eso se reproduce en la ciudad. La ciudad se desenvuelve en función de las necesidades del capital financiero y de necesidades globales como instalación de edificios corporativos de grandes centros financieros para poder funcionar globalmente. Tenemos una ciudad de punta y de tercer mundo con altas segregaciones social, espacial y disfuncionalidad. Corregir todo eso implica un enfoque distinto incluso de la sociedad. Hay muchas organizaciones que resisten lo que está, pero que les cuesta trabajo proponer lo posible.
–Respecto a uno de los pilares de la hegemonía neoliberal, ¿cómo evalúa la cobertura de la crisis climática por parte de las grandes corporaciones mediáticas?
–No la evalúo, pero la puedo describir. Las corporaciones mediáticas, igual que el capital financiero, funcionan con un alto grado de concentración. Hay seis grandes corporaciones que controlan el 70 por ciento de las audiencias a escala global y tienen influencia sobre el resto. A nivel latinoamericano son cinco grandes corporaciones que controlan lo que ven y oyen 650 millones de habitantes, y en México son tres: Televisa, Azteca y América Móvil. Esas corporaciones sólo pueden enfocar al cambio climático desde su perspectiva que es la del negocio. Por eso no se puede avanzar con el cambio climático. Porque siempre hay la necesidad de que se produzca bajo cierto parámetro de rentabilidad capitalista. Si no hay una profunda corrección a esa rentabilidad, no tiene salida esto. Vamos a continuar en este camino al colapso, a la extinción. Las corporaciones mediáticas juegan un papel muy importante en varias cosas. Una en sublimar el libre mercado como la forma de organización de la vida con la exclusión de otra forma. La otra es la de construcción de subjetividades que abonan al individualismo, el consumismo y varios ismos más. Hemos atravesado en la ciudad las dificultades para alinear a buena parte de la sociedad en las restricciones que había que poner para controlar la pandemia. El individualismo que nos atraviesa como sociedad dificultó por mucho dar una respuesta colectiva. Hay una parte de la sociedad que sí respondió, pero hay una parte muy importante que siguió amontonándose en centros comerciales y espacios públicos transgrediendo normas básicas que implica no reconocer la importancia del otro. Todo eso es alimentado por las corporaciones mediáticas como construcción de subjetividad. En este contexto, el cambio climático es una fantasía que no existe, la pandemia también era una fantasía que no existía, aun para buena parte de la autoridad. Eso dificulta mucho el proceso de corrección y un cambio cada vez más profundo. El cambio climático no hay duda que nos está afectando con las sequías, con las inundaciones, con los incendios, con los deslaves…
–El otro personaje mencionado en el libro es el crimen organizado. ¿Qué papel juega en la sobreexplotación de los recursos naturales?
–Está presente en diversas formas de extracción. El crimen organizado es benéfico y funcional al capitalismo, porque interviene no sólo en todas las modalidades extractivas –hay incidencia en varias regiones mineras del país, la tala– sino también en el lavado de dinero. Hay una enorme parte del capital financiero que proviene del crimen organizado y eso le da capacidad de penetrar en diferentes empresas, en diferentes formas de lavado y en distintas actividades de la vida económica. Tenemos enquistado al crimen organizado en las instituciones, en el poder político y no sólo en el poder económico financiero con control territorial. Su desmantelamiento o contención no es una tarea sencilla y no veo que se esté abordando de manera integral. Ese es uno de los poderes que hay que desmontar para cambiar lo que está ocurriendo en nuestros países.
–Finalmente, Carlos, el título del libro dice «extinción», pero también «rescate». Considerando la dimensión real del problema que vemos ahora con sequías e inundaciones, ¿estamos a tiempo de mitigarlo?
–Estamos a tiempo. Uno de los propósitos del libro es tratar de abonar a la generación de conciencia tanto de los riesgos que tenemos en el proceso de extinción como las posibilidades que tenemos de solventar este proceso y entrar a un rescate de la mano de la sociedad. Es articular los esfuerzos que se están haciendo, de incrementar las formas organizativas de la sociedad y de hacer conciencia. Sí lo creo, sino lo hubiera titulado de otra manera como «Hacia la extinción» o algo por el estilo. Pero esto es una disputa por la vida. Por la vida de nosotros y del planeta. Pero no estamos solos, hay mucha gente desde Greta Thunberg en Europa hasta las comunidades de los indígenas del sur del continente.