No es una denuncia, es la descripción de una realidad de hace 30 años en México, que sin embargo, toca problemáticas actuales y las fibras más sensibles de un sistema penitenciario que nunca ha podido garantizar los mínimos derechos humanos. Es también, una historia de la pérdida de inocencia, de la corrupción de las personalidades y los proyectos. Es la leyenda de Los Perros de Santa Martha y de un grupo de cineastas y actores que se atrevió a grabar dentro de sus muros y contar la leyenda de La 4a Compañía.
Ciudad de México, 9 de julio (SinEmbargo).– Tres de la mañana. Un motín al interior de la cárcel, desatado por un supuesto pleito entre bandas rivales. Tres heridos y 28 muertos, entre ellos, algunos decapitados. Los cuerpos apilados en áreas comunes y cientos de familiares sin respuestas. Sucedió hace apenas tres días en el penal de Las Cruces, en Acapulco, Guerrero, pero pasó antes en Topo Chico, Nuevo León y en Tijuana, Durango, Tamaulipas, San Luis Potosí… Organismos como México Evalúa, World Justice Project y la Comisión Nacional de los Derechos Humanos (CNDH) han señalado durante años los abusos cometidos en el sistema penitenciario del país: sobrepoblación, hacinamiento, violencia sexual, homicidios, corrupción, tráfico de drogas y más problemáticas a los que se enfrentan a diario las más de 230 mil personas privadas de la libertad.
Dentro de cada uno de los 423 centros penitenciarios que hay actualmente en México, se desarrollan toda clase de historias. De vida, de muerte y sobre todo, de pérdida de inocencia. Esto es lo que la película La 4a Compañía busca reflejar, el proceso que muestra que las cárceles no rehabilitan ni readaptan, sino descomponen las personalidades y los organismos, por igual.
Ambientada a finales de los años 70, durante el sexenio de José López Portillo y la mano dura del jefe del Departamento de Policía y Tránsito, Arturo Durazo Moreno, el filme ganador de 10 premios Ariel de los 20 a los que estaba nominado, cuenta la historia de siete hombres dentro de la Penitenciaría de Santa Martha Acatitla, en la Ciudad de México. Forman parte de Los Perros, el fenómeno deportivo que sacudió la prensa e incomodó a las autoridades, con su estrategia para jugar futbol americano. Pero no sólo eso, formaban parte de «la cuarta compañía», un grupo interno de seguridad que hacía el trabajo sucio, que los custodios no querían hacer.
«Eran los organizados, los que tenían una disciplina, que entre el universo de presos destacaban porque eran diferentes a los demás, tenían empuje. ¿Y qué hicieron con ese pequeño grupo? Lo utilizaron para sus propios fines. Mostraron cómo se puede corromper algo que de origen pudiera ser muy positivo», dice Mitzi Vanessa Arreola, co-directora y guionista del filme.
EL PASADO COMO UN CUENTO DE HADAS
La película es cruda y en momentos incómoda, los espectadores pueden tener un respiro a la par de los personajes, cuando están en el campo de juego. El resto del tiempo, el público descubre a la par de Zambrano (el ganador del Ariel, Adrián Ladrón) las vejaciones de un sistema penitenciario corrompido.
«No es que nos interese hacer una denuncia, estamos describiendo una realidad. Es de hace 40 años, pero involuntariamente es muy vigente, nosotros estamos hablando de un periodo donde las cárceles tenían ya problemas de auto gobierno importantes. Las cárceles en cada país son un microcosmos de lo que está pasando en grande, cuando ahí no hay control ni un cumplimiento de objetivos, te habla mucho de en qué condiciones está el país. Pareciera que hablar de una cárcel es hablar de algo muy ajeno, no es así, es hablar de algo demasiado cercano, es ahí donde vas a empezar a ver cómo los problemas sociales están ocurriendo afuera en pequeños brotes», dice Arreola durante la presentación de la película, previa a la 59 premiación de la Academia Mexicana de Artes y Ciencias Cinematográficas.
Para Amir Galván Cervera, también director del filme, uno de los objetivos de la La 4a Compañía es generar agenda y buscar un cambio en las condiciones de las penitenciarías: «es un retrato histórico que también tiene un alcance en el presente, es una historia de crimen organizado, pero de uno que para nuestra desgracia, está organizado por el Estado y eso es la vigencia total ahora. Un 70 por ciento de las cárceles en México hoy tienen algún tipo de auto o co-gobierno y es un eslabón muy delgado en esta cadena del sistema de la seguridad pública que nadie repara y en México, la gran mayoría de las prisiones no están cumpliendo su verdadera función de contención y de readaptación, entonces parte de la estrategia de esta película, es que funcione no solamente como entretenimiento, también para generar una discusión pública.
Al mismo tiempo, también es un cuento de hadas porque los niveles de violencia que vive este país a los que vivía en los 70 también han cambiado diametralmente y la delincuencia no es la misma. Dejar el sistema de esta manera le es conveniente a alguien y éste es el retrato, ¿qué es la cárcel ahora en México? Pues es un sistema de rentas muy conveniente para muchos de la clase política y por eso no conviene transformarla, por eso promueven esta simulación de que tener delincuentes en la cárcel hace una sociedad más segura y eso es completamente falso», continúa el nominado como Mejor Director.
DENTRO DE LA FÁBRICA DE RESENTIMIENTO
La realización del largometraje duró 10 años. Desde la investigación que agotó todas las fuentes disponibles, la escritura de seis años y la grabación de 10 semanas dentro de la Penitenciaría de Santa Martha, que por motivos externos se tuvo que interrumpir un año y medio.
«Siempre recuerdo la frase del maestro de actuación Ludwik Margules que decía que ‘en la incomodidad del actor, está la comodidad del personaje’ y creo que en este rodaje en particular era muy evidente para muchos de nosotros. Estar en ese espacio, rodeado de toda la verdad que existía ahí, de la que no podías huir sino tenías que enfrentarla como actor, como personaje, como persona. Haber hecho esta pausa de más de un año en el que pasaron cosas muy fuertes y retomar ese enfrentamiento, creo que fue un reto doble porque había que regresar a un espacio del que como persona querías huir todo el tiempo, pero te habías hecho el compromiso como actor de enfrentarlo con verdad», cuenta Carlos Valencia, quien interpreta a «El Tripas».
Pero meter a un penal a 150 personas, con cámaras, micrófonos, pelucas y todo lo que se necesita para la realización de una película, ante los ojos de miles de presos, no fue fácil. En su escena más grande, los actores estuvieron rodeados de por lo menos 400 reclusos.
«Decidimos que se tenía que filmar en Santa Martha, queríamos que los internos formaran parte del proyecto porque al ser una historia real serían el rostro e iban a salir de la cárcel con esta historia, de alguna manera. Sentíamos que para todo el equipo era muy enriquecedor estar dentro de una cárcel y no ‘jugar’ a que estamos en una», dice la escritora del guión.
Para que esto fuera posible, Vanessa y Amir tuvieron que involucrarse varios años antes en las actividades culturales del reclusorio.
«Dos años antes nos involucramos en las actividades culturales de esta cárcel, que es muy prolija en estos términos, donde hay una compañía de teatro profesional que llevó su entrenamiento a la par de la realización de la película y que nos volvimos personajes entrañables para ese microcosmos haciendo círculos de confianza con los internos. Eso fue realmente lo que hizo viable esta película, porque de otra manera no podríamos haber filmado tanto tiempo en una cárcel con esos perfiles delincuenciales que son los más altos que existen en este país», comenta Amir Galván.
A decir de los realizadores, un amplio sector de los internos quedó fascinado con los talleres de apreciación y realización cinematográfica, donde aprendieron el rol de cada uno de los elementos de la filmación, como el sonidista y el fotógrafo, «nosotros éramos responsables de llevar a todo nuestro equipo a filmar en esas condiciones y teníamos que garantizar seguridad, pero también cierta autoridad moral con la población interna como para poder pedirles silencio. Para pedir eso en una prisión toma tiempo, tomó muchos años de estar yendo a conquistar a la gente», dice Vanessa.
Una vez ganados los internos, ¿qué tan complicado fue conquistar a las autoridades? «Fue un permiso que vino de abajo hacia arriba, nosotros hicimos la base, nos involucramos en la cárcel, fuimos a dar educación ahí y conocimos prácticamente a toda la estructura antes de llegar con el altísimo del que dependía la decisión, era muy fácil llegar y convencer cuando teníamos todas las respuestas de los riesgos que pudiera implicar filmar una película así.
Adaptamos un modelo que existe, esta es de las pocas películas que se han filmado en una cárcel real pero es un modelo que en el cine de Hollywood lo ocupan como un valor de producción, saben lo que implica, que es lento, que hay peligrosidad, que hay que adaptar, pero finalmente sí queda en la pantalla algo que es muy difícil de recrear. A cambio, estas instituciones se benefician, por ejemplo, los índices de violencia cuando ocurrió la filmación, disminuyeron muchísimo, porque hay un elemento disuasivo de la propia criminalidad que se orquesta dentro de las cárceles.
Ya viendo la película como resultado, los espectadores pueden tener la respuesta, si esta película es incómoda para alguna autoridad o no. Si es una historia del pasado, que no tiene nada que ver con lo que pasa ahorita o si es un retrato del sistema carcelario del presente. Es muy abierto, estamos denunciando un sistema, no una cárcel en particular, no un estado», explica el director.
«Cuando nosotros hicimos todo este periodo previo de investigación que incluyó los talleres, nos dimos cuenta que había archivos de mucha gente muy joven, que llegaba por un delito que en ese entonces se llamaba ‘vagancia y malvivencia’, entonces si no tenías trabajo, si te agarraban tomándote una chela en la calle, te agarraban. Yo que revisaba cada expediente veía que llegaban por ‘vagancia’ la primera vez, la segunda porque se robó unas llantas, la tercera porque robó con violencia y así, van en crescendo los alcances de los delitos, porque lo que ocurre dentro de la prisión es que es un ambiente criminógeno, donde la gente no se compone sino se descompone y también se vuelve una fábrica de resentimiento, al sentir tanta injusticia, al ver que todo es una simulación, ¿qué vas a sentir estando ahí viéndolo y sufriéndolo cada día? Pues vas a salir enojadísimo con todo el mundo y es algo que en el epílogo quisimos transmitir, que tal vez no te importa la vida en la cárcel pero has tenido pérdidas de la inocencia, que tú crees que las cosas son de tal manera y te das cuenta que son de otra, eso le pasó al personaje principal, creyó que era un vaguillo listo y la cárcel le dio la vuelta, creyó que se robaba algo y la cárcel le robó la inocencia a él», dice Vanessa.
PRESOS, FUENTES Y TESTIMONIOS
La idea de filmar La 4a Compañía comenzó cuando Amir Galván grababa su mediometraje Lo que quedó de Pancho, material para el que tuvo que visitar Santa Martha a lo largo de siete meses. Al tener cámara en mano y acceso a los reos, fue colectando los testimoniales que serían la columna vertebral de la nueva película, incluyendo el del preso más antiguo del sistema penitenciario mexicano, Raymundo Moreno Reyes, quien ingresó a Lecumberri a los 21 años y ahora tiene su debut cinematográfico.
«Tenemos todas las fuentes posibles, desde un principio conocimos al personaje de Zambrano, lo entrevistamos largamente. Hay muchos que fueron testimonios directos, fuimos a la cárcel a buscar internos viejos que conocieron de primera mano esta historia en la misma penitenciaría. También nos encontramos material audiovisual de los personajes reales históricos, como Arturo Durazo y Juan Alberto Antolín, el video del partido final, encontramos también muchas fotos y documentos que acabaron de darle el contexto debido a la propia película», explica Amir.
Vanessa Arreola comenta que era complicado encontrar información en la prensa de aquel tiempo, pues eran muy pocos los que se atrevían a denunciar, sin embargo, la historia de Los Perros era altamente documentada en la fuente deportiva. «Nos interesaba corroborar que lo que había traído Amir como materia germinal tenía sustento y no era producto de la imaginación de un interno fantasioso. Empezamos a cruzar datos de todas las fuentes y con todo eso construimos esta historia que tiene una construcción dramática para que la ficción funcione mejor y que la gente cuando se siente vea una película, porque sobre todo nos interesa hacer cine. A todo mundo le estremece la historia, el contexto, los temas, tiene muchos niveles de lectura, pero sobre todo me interesa que la gente cuando llegue sienta que es una película que está dirigida a cada uno», dice.
El actor Carlos Valencia ratifica esta idea y cuenta una teoría por la que el público se siente tan impactado cuando ve el filme: «Pareciera que pensar en una época tan lejana a muchos de nosotros serviría como un bálsamo de tranquilidad para el espectador, pero te das cuenta de que no, que parece que les estamos contando una historia reciente. Creo que como espectadores nos sentimos bastante responsables de lo que estamos viendo, como mexicanos y eso es lo que te separa con tremenda tristeza de la película, porque como actores nos ha tocado intervenir en historias sobre narcotráfico o violencia en el país y esta es una historia de humanos perseguidos por un sistema de justicia bastante corrompido. Creo que la rudeza que siente el espectador o su resistencia al tema, es que la película cumple con mucha fuerza el hacernos responsables de lo que estamos viendo».
UN CINE DE EMOCIONES
La entrega de los premios Ariel, será el próximo 11 de Julio en el Palacio de Bellas Artes, donde La 4a Compañía contenderá por la estatuilla de Mejor Película, Mejor Dirección, Mejor Ópera Prima, Mejor Guión Original, Mejor Diseño de Arte, Vestuario, Maquillaje, Música Original, Edición, Sonido, Efectos Especiales y Visuales y con nominaciones para sus siete actores principales.
En este contexto, los directores platicaron a SinEmbargo cuál es su opinión del panorama de cine mexicano actual y aceptaron que, al igual que el personaje de su película, sufrieron una pérdida de inocencia, pues al tratar de aspirar a entrar a los grandes festivales mundiales, es necesario contar con los contactos precisos.
En opinión de Amir Galván, «generalmente las películas en México tienen una intención de su concepción, han pervertido el mercado, han vuelto muy rentable cierto tipo de filmes que son de gran masificación pero al mismo tiempo no están educando al espectador, están propiciando un consumo que es una exportación de la televisión y que llena las carteleras. Por otro lado, hay una tendencia de autores que hacen películas para festivales que también tiene otro grado de perversión porque han creado caminos establecidos y alianzas que facilitan colocar algún tipo de película que tiene esa otra expectativa de festivales de clase A.
Nosotros estamos en una postura de hacer buenas películas, que lleguen al público más amplio posible y que tengan esta no distinción entre película de arte y comercial. Como creador, a mí me gusta el cine con rigor, que tiene un lenguaje propio, tanto en la concepción cinematográfica como en la articulación dramática. Es un momento excepcional en la historia del cine mexicano, en término de oferta, cantidad de creadores, de los directores debutantes, hay muchísimas óperas primas y eso va a marcar toda una generación, pero los resultados y las películas que van a trascender se van a ver al tiempo».
«Yo prefiero alejarme un poco del mundo de los conceptos, sólo están las películas que parecen buenas y las que no. Las que me parecen buenas es que el cuerpo y las emociones responden y esa es la manera de saber si se trata algo importante en términos artísticos, todo lo demás son etiquetas», finaliza Vanessa Arreola.