En muchos países africanos, el ecoturismo es una fuente importante de ingresos para el mantenimiento de parques habitados por elefantes, leones, rinocerontes, jirafas y otras especies vulnerables, pero desde que atacó el coronavirus, “todo el sector del turismo internacional se cerró de la noche a la mañana en marzo”, dijo Peter Fearnhead, gerente general de la ONG African Parks, que administra 17 parques nacionales y zonas protegidas en 11 países.
Por Christina Larson
WASHINGTON, 9 de junio (AP).- Desde hace un cuarto de siglo, el biólogo Carlos Ruiz ruega por salvar a un carismático monito de la selva atlántica brasileña: el tamarino león dorado, mejor conocido como tití leoncito. La pandemia amenaza con obstaculizar la suya y otras obras cruciales para la protección de especies y hábitats amenazados en todo el mundo.
Gracias a los denodados esfuerzos de reforestación, la población de estos animales en peligro crecía sin cesar hasta que un brote de fiebre amarilla en 2018 eliminó a la tercera parte de los tití. El equipo de Ruiz inició un experimento audaz: una campaña de vacunación de muchos de los monos sobrevivientes. Entonces llegó el coronavirus.
Primero fue necesario colocar en cuarentena a los miembros del equipo de Ruiz que habían quedado expuestos al virus. A continuación, a mediados de abril, el gobierno cerró los parques nacionales y las zonas protegidas tanto al público como a los científicos. Desde entonces los científicos no tienen acceso a las reservas donde vive el tití leoncito.
“Nos preocupa perder la ventana de oportunidad para salvar a la especie”, dijo Ruiz, presidente de la ONG Golden Lion Tamarin Association. “Esperamos poder realizar nuestro trabajo antes de que llegue una segunda ola de fiebre amarilla”.
Los científicos acatan las normas del gobierno, pero saben que los explotadores ilegales de la selva siguen entrando a los parques porque han destruido varias cámaras activadas por el movimiento.
En todo el mundo, la desviación de recursos del gobierno hacia la campaña contra la pandemia ha creado oportunidades para actividades ilegales, como la deforestación y la caza furtiva. Las cuarentenas también han detenido el ecoturismo que financia muchos proyectos ambientales desde las selvas sudamericanas hasta la sabana africana.
“Los científicos y conservacionistas han conocido las interrupciones provocadas por desastres globales como un terremoto o un golpe de estado en un país”, dijo el ecologista Stuart Primm, fundador de la ONG Saving Species. “Pero no recuerdo otra época en casi todos los países del planeta sufrieron al mismo tiempo los impactos de un mismo gran desastre”.
En Guatemala, poblaciones indígenas que vigilan las selvas enfrentan una de las peores temporadas de incendios de los últimos 20 años, cuando los recursos del gobierno han sido desviados de la lucha contra las llamas a la lucha contra la pandemia.
“El 99 por ciento de estos incendios son iniciados por personas y en la mayoría de los casos lo hacen deliberadamente para despejar campos para la cría ilegal de ganado”, dijo Erick Cuéllar, subdirector de la Asociación de Comunidades Forestales de Petén, una alianza de organizaciones dentro de la Reserva de la Biosfera Maya.
Los indígenas se ofrecen como bomberos voluntarios, pero el cierre de las fronteras ha reducido sus ingresos por la exportación de la cosecha sostenible de hojas de palma, utilizadas en adornos florales.
“Los bosques tropicales son ricos en biodiversidad, por eso perdemos flora y fauna rara”, dijo Jeremy Radachowsky, director para Mesoamérica de la ONG Wildlife Conservation Society. “La situación es muy distinta en cada país, pero la aplicación reducida de las leyes ambientales es una inquietud común”.
En Nepal, la tala ilegal y otros delitos en los bosques se han duplicado con creces desde el inicio de la cuarentena, incluso en cinco parques habitados por tigres de Bengala, según el Gobierno y la World Wildlife Fund.
En muchos países africanos, el ecoturismo es una fuente importante de ingresos para el mantenimiento de parques habitados por elefantes, leones, rinocerontes, jirafas y otras especies vulnerables, pero desde que atacó el coronavirus, “todo el sector del turismo internacional se cerró de la noche a la mañana en marzo”, dijo Peter Fearnhead, gerente general de la ONG African Parks, que administra 17 parques nacionales y zonas protegidas en 11 países.
“Vimos que 7.5 millones de dólares fueron borrados repentinamente de nuestros ingresos para el año”, dijo. Añadió que para el año próximo el ecoturismo recuperaría apenas la mitad de los niveles anteriores.
Mientras el equipo de Fearnhead continúa con las tareas esenciales de mantenimiento y las patrullas de guardabosques para disuadir a los cazadores furtivos, reduce los costos mediante reuniones por Zoom en lugar de viajes y con pedidos a posibles donantes internacionales.
“Un área protegida a la que no se da mantenimiento activo estará perdida”, dijo.
La bióloga tropical Patricia Wright dice que la conservación no es un trabajo que se puede suspender y luego reanudar sin más, “porque depende en gran medida de las relaciones con la gente y las poblaciones locales”.
Wright es una especialista en primates de la Universidad Stony Brook que ha dedicado tres décadas al estudio y protección de los lémures de Madagascar, primates que sólo viven en esa isla.
Su equipo no prevé recibir ingresos del turismo —una gran porción de su presupuesto operativo— en lo que resta del año, pero ella se empeña en mantener su centenar de empleados en estos tiempos difíciles.
Por ahora, su plan es producir safaris virtuales y videos sobre Madagascar para venderlos a los operadores de turismo y las escuelas que buscan temas científicos en línea.
“Tenemos que superar este año”, dijo.