En 2017, la Feria Internacional del Libro en Guadalajara, tuvo de invitado al escritor estadounidense Paul Auster. Entre los 70 años, la cantidad de gente que quería llevarse un recuerdo del autor de Tombuctú y la imposibilidad de tomarse una fotografía con él, nuestro colaborador tuvo muchas aventuras. Tenquiu Pol, ai lob mister bouns, recuerda hoy su pronunciación en inglés.
Por Alejandro Ortega Neri
Ciudad de México, 9 de junio (SinEmbargo).- La firma de libros de Paul Auster en la Feria Internacional de Guadalajara estaba programada para las 8 de la noche. Apuré el trabajo para, al menos, ir a asomarme una hora antes. Mi libro de Tombuctú estaba ya inquieto en la mochila, quería la firma de su creador.
Tenía tiempo. Ingresé a ver la presentación del nuevo libro de Francisco Goldman quien me hizo llorar con Di su nombre, a parte aproveché para brincarme las formalidades de los departamentos de comunicación, los cuales te minimizan si no eres de un medio grande, para pedirle una entrevista a la generosa Fernanda Melchor, quien tradujo el libro de Goldman.
A las 7 en punto decidí ir a formarme. Qué más daba esperar una hora a Auster cuando jamás imaginé que tendría esa oportunidad, aunque la soñara después de leer El libro de las ilusiones, La trilogía de Nueva York y el mencionado Tombuctú.
Vi una formación pequeña, mínima. Incluso pude observar que la última persona de la fila traía la ficha número 20. Me formé un poco contrariado, por un lado me daba gusto que hubiera poca gente, pero por el otro sentí tristeza porque pensé que Auster tenía muy pocos lectores en Guadalajara.
Cuando estaba a punto de extraer de la mochila mi ejemplar, se acercaron los organizadores a decirme que el final de la formación estaba junto a las escaleras de la entrada al área internacional. Desanimado me fui y cuando llegué al lugar indicado mi corazón se detuvo por unos segundos. Era larguísima, casi cien personas. Me formé con la idea de que mi fracaso sería seguro.
En ese momento recordé que dejé pasar una oportunidad inigualable, cuando Auster charló con la prensa y firmó sólo dos ejemplares que traían unos reporteros, mientras el mío descansaba olvidado en la maleta del lugar en el que me hospedo. La conferencia fue rápida y ni tiempo me dio de ir a comprar otro libro, pero por qué, pensé, si yo quería que me firmara Tombuctú.
Lo dejé pasar confiando en que habría un día especial para las firmas y ahí estaba yo, el último de la fila hasta ese momento. Mi único pensamiento era que me arrepentiría toda la vida por haber olvidado mi libro el día del encuentro.
Luego me fui sintiendo más optimista, más gente llegaba a formarse tras de mí y pensé que si no me tocaba a mí, tampoco a ellos. Sé que puede parecer siniestro o mala leche pero en ese momento de desazón, desearle el fracaso a alguien más era mi único alivio. Mi bálsamo contra la soledad.
La fila crecía y el tiempo pasaba. Estaba seguro de que Auster no querría firmar tantos libros. Tiene 70 años y llevaba tres días de intensa actividad. Imaginaba que lo único que el escritor quería hacer ese momento era quizá estar sentado a la chimenea de su casa en Nueva York. En pantuflas, quizá viendo en el televisor las noticias de deportes sobre el roster de los Yankees de Nueva York para la siguiente temporada.
Pero deseaba con todas las ganas que estuviera ahí y me firmará mi libro. Los organizadores comenzaron a gritar que debíamos permanecer en la fila, que sólo firmaría un ejemplar, sin dedicatorias y estarían prohibidas las fotos con él. Era para aligerar el acto y alcanzáramos todos. Perfecto.
Antes de las ocho de la noche la formación comenzó a avanzar rápido. Auster había decidido comenzar la firma al saber de la cantidad de gente que le esperaba. Mi teoría de que tenía pocos lectores me fue regresada en forma de cachetada. No había visto tanta emoción en una fila para una firma de libros: el autor de Leviatán es un rockstar.
Más gritos de los organizadores, nos llevaban corriendo entre los pasillos del área formados en fila india, como si fuéramos huyendo de la migra. Cerca del módulo de firmas vimos que todo estaba transcurriendo demasiado rápido. Comencé a sentir emoción, acariciaba la ficha que me dieron y el libro de Tombuctú.
Una de las organizadoras nos tomaba el libro y lo acomodaba en una página específica. Íbamos llegando pronto hasta Paul que no dejaba de sonreír y mirar a los lectores con esos ojos enormes y profundos. Llegó mi turno.
Tombuctú se fue de mis manos a las de una chica de la editorial, luego a las de él. Lo firmó como se firma un cheque, rápido. Lo había esperado en la fila por una hora y sucedió muy rápido todo, cinco segundos quizá, que apenas me dieron tiempo a pronunciar en un inglés básico y con tropezones “Tenquiu Pol, ai lob mister bouns” pero lo que quise decir fue “Thank you Paul. I love Mr. Bones”, el perrito protagonista de la novela. Sonrió. Imagino que por mi inglés. Poco importaba ya, tenía su firma.