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Alma Delia Murillo

09/06/2012 - 12:01 am

El amor en los tiempos de la arroba

 (Cada nickname citado en este relato es producto de la torcida imaginación de la autora) Érase que se era la era de no ser, la era de aparentar. Érase que se era @SoyBrillante, un habitante más de la Tierra. @SoyBrillante vivió a plenitud la era de las redes sociales digitales y evolucionó de Homo sapiens […]

 (Cada nickname citado en este relato es producto de la torcida imaginación de la autora)

Fotografía: Carlos Estrada (@cestrad5)

Érase que se era la era de no ser, la era de aparentar. Érase que se era @SoyBrillante, un habitante más de la Tierra.

@SoyBrillante vivió a plenitud la era de las redes sociales digitales y evolucionó de Homo sapiens a Homo web.

En esta era, la humanidad sufrió una epidemia de pantallas: pequeñas pantallas en el teléfono, pantallas medianas en las computadoras. Grandes, enormes e inconmensurables pantallas de televisión en las casas. En las calles, en los autos, en la sala de espera del dentista, en el autobús, en las paredes de los restaurantes: pantallas.

Resulta lógico que nuestro personaje viviera en una pantallota de plasma, en un cuartote de entretenimiento, en una casota con un creditote hipotecario, en un universo muy pequeñito.

@SoyBrillante era esencialmente un solitario. Disfrutaba leer, salir a caminar, beber alcohol, fumar y lamer sus heridas emocionales varias veces al día para mantenerlas frescas. También le gustaba la pornografía. Y masturbarse.

Pero sobre todo, le gustaba aprovechar su fascinante y erudita personalidad digital para conquistar chicas. Lo hacía constantemente, obsesivamente. No podía evitarlo porque con ello se sentía pleno, poderoso, capaz de controlar otras mentes, de tener a todas las mujeres a sus pies. Hasta que se sintió tentado a conocer a una de ellas: @SoyPreciosa. Pasó largas noches de insomnio cavilando si invitarla a salir o no, calculando si su frágil corazón toleraría un rechazo. Pasó largas noches contemplándola en su foto de perfil y masturbándose frente a ella. Finalmente decidió que sí, que lo intentaría.

Cuando @SoyPreciosa lo miró, fue absolutamente incapaz de disimular su asombro, su incomodidad, su rechazo. @SoyBrillante jamás le dijo que tenía un sobrepeso de cincuenta kilos, ni que tenía los dientes completamente oscurecidos por el café y el tabaco. Tampoco le dijo de su pelo escaso, ni de su miopía alarmante. Menos le contó de su nariz ligeramente hinchada y enrojecida por el alcohol. Y lo que definitivamente no le contó, fue que tomaba antidepresivos y ansiolíticos para sobrellevar su apesadumbrada existencia y mantenerse funcional en este puto mundo.

Ay, las expectativas. Nuestra preciosa era bonita, sí, esperaba otra cosa, sí. Apenas mirarlo, tomó aire y articuló lo mejor que pudo una frase parecida a “Voy por cigarros” y no volvió. El príncipe brillante quedó herido de muerte. Y enamorado, o eso creía, eso juraba que sentía. Le escribió tres mensajes, diez mensajes, cien poemas. Ella no respondió.

Y pasó de enamorado a resentido. Toneladas de resentimiento se sumaron al enojo infinito que le consumía el alma.

Pero hay algo, siempre hay algo que nos obliga a volver. @SoyBrillante regresó: semanas después ya estaba en pleno romance virtual con otra chica a quien llamaremos @SoyPreciosa II. Han acertado si imaginan que se repitió la historia con una precisión diabólica. Seis veces en un año.

Gordo y disminuido como un Enrique VIII posmoderno, nuestro personaje decidió ausentarse de la red social que le causaba tanto sufrimiento. Así se vengaría de todas esas mujeres que lo habían rechazado, las haría sentir incertidumbre y ansiedad, se volverían locas preguntándose dónde estaba.

Pero ni preciosa primera, ni segunda, ni sexta se preguntaron por él. Todas respiraron aliviadas. Todas tenían nuevos amores online que las mantenían entusiastas y motivadas.

La furia de @SoyBrillante se volvió insoportable. Las odió a todas y a todos. Y decidió castigar al mundo por su insensibilidad estúpida y burda.

Un martes a las diez de la noche anunció que cometería suicidio digital. Recibió llorosas lamentaciones de algunos seguidores y experimentó un placer desbordante, absoluto. Le sudaban las manos, tuvo mareos y taquicardia, apenas podía sostener el vaso de whisky con el que brindó por haber tomado la mejor decisión de su vida. Por un momento se sintió eufórico, enfebrecido, amado.

“Cuenta cancelada” dice su epitafio.

“@TodosMeAman” dice el nickname de su nuevo perfil.

“Medicamento controlado” sigue diciendo su receta del psiquiatra.

Qué jodidos estamos, digo yo.

@AlmitaDelia

 

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