«En situaciones de crisis y en todas las sociedades humanas, cuando la gente se da cuenta de que las soluciones científicas y las técnicas no son muy eficaces, la mayoría de las veces la gente regresa a las creencias y la espiritualidad», explica a Efe el sociólogo senegalés Djibi Diakhaté.
Por María Rodríguez, Juan Manuel Ramírez G., Mitzi Mayahuel Fuentes, Luis Felipe Palacios y Navara Batsche
Dakar/México/Managua/Sao Paulo, 9 abr (EFE).- Cuando las autoridades de Senegal decidieron cerrar las iglesias y mezquitas para evitar el contagio del COVID-19, a mediados de marzo, hubo decenas de jóvenes musulmanes que salieron a las calles a protestar.
Para ellos, su enfado estaba completamente justificado. Les cerraban el lugar en el que podían luchar contra el coronavirus con la herramienta que consideran más poderosa: el rezo.
«La oración es nuestra principal arma y haremos mejor usándola sin moderación», dijo entonces Serigne Mountakha Mbacké, líder de una de las principales cofradías islámicas de Senegal. «Es Él (Alá) quien elige quién se enfermará y quién se salvará de esta pandemia».
Con más de un millón de contagios y decenas de miles de muertes, muchos creyentes piensan que solo Dios tiene la respuesta contra esta pandemia.
«En situaciones de crisis y en todas las sociedades humanas, cuando la gente se da cuenta de que las soluciones científicas y las técnicas no son muy eficaces, la mayoría de las veces la gente regresa a las creencias y la espiritualidad», explica a Efe el sociólogo senegalés Djibi Diakhaté.
«En estos tiempos de coronavirus todos, o muchos, necesitan de fe como una esperanza y aquella incluye incluso hasta los que se consideran ateos», añade el antropólogo cubano Julio Moracén Naranjo, doctor de la Universidad de Sao Paulo (Brasil).
ENCOMENDARSE A DIOS Y LA VIRGEN
Las encomendaciones a Dios como causa y solución de una de las mayores crisis sanitarias de la historia, se escuchan en todo el planeta, especialmente en África y Latinoamérica.
En estos días de zozobra, el susurro de las oraciones y los rezos de los fieles mexicanos se perciben con mayor claridad en la Basílica de Santa María de Guadalupe de Ciudad de México, donde centenares de católicos se persignan y arrodillan ante la Virgen Morena, pidiéndole protección y amparo.
Y es que, a pesar de las medidas de prevención dictadas por las autoridades mexicanas, los católicos de este país no han dejado de asistir, aunque en menor cantidad, a los santuarios.
«Me nació del corazón llegar hasta acá luego de mucho tiempo de no visitar a la Virgen», cuenta Ernesto Arroyo, un joven albañil que ante la pandemia confía en Dios y se pone en sus manos esperando que «no pase nada».
En otros rincones de este país, la religión se manifiesta incluso con más fuerza. A finales de marzo, más de 100 habitantes del municipio de Comitán, en el estado de Chiapas, sureste de México, sacaron en hombros por la calles del lugar al santo patrón San Caralampio «para suplicarle» minimice los daños del COVID-19.
Decenas de integrantes de la etnia tojolabal se dieron cita a las afueras de su templo en Comitán, pueblo que, según cuentan, se salvó de una epidemia de viruela y cólera en el siglo XIX gracias a este santo.
Según los pobladores, la última vez que el santo fue sacado de su iglesia fue hace 19 años, para pedir que lloviera y terminara la sequía que asolaba a los llanos. Y el santo cumplió.
Al son del tambor y la flauta de carrizo los tojolabales, devotos a San Caralampio, acompañaron este recorrido para suplicar por el bienestar de la humanidad a este santo que, aseguran, combatió hasta la peste.
Por detrás de Brasil, México es el segundo país del mundo con más católicos, con 93 millones de fieles -cerca del 80 por ciento- de los más de 120 millones de habitantes, según cifras oficiales.
DEL TEMPLO FÍSICO AL ESPIRTUAL
Las imágenes de fieles juntos en un templo se repiten un poco más al sur: Una mujer con tapabocas toca una imagen de Jesucristo cargando una cruz. Un hombre, que cubre su rostro con mascarilla y con su mirada perdida, sostiene un rosario. Otros tres, de rodillas, rezan y oran frente a la imagen de Cristo crucificado, mientras una mujer enciende veladoras para pedir a Dios por el fin de la pandemia del coronavirus.
La Catedral Metropolitana de Managua mantiene abiertas sus puertas, y el Gobierno del país hace caso omiso de las advertencias internacionales para evitar el contagio.
A pesar que los obispos de Nicaragua recomendaron a sus sacerdotes que todas las celebraciones litúrgicas, incluyendo las dominicales y los oficios de Semana Santa, se celebraran sin presencia de fieles, los católicos nicaragüenses no han dejado de asistir a los templos, aunque en menor número.
«La iglesia mantiene abierto los templos para que la gente individualmente venga a orar, pero no es muy conveniente realizar misas donde se conglomeren muchas personas para evitar el contagio», reconoce uno de los fieles, Omar Dabúl, quien cree que los creyentes pasarán pronto del templo físico al “espiritual”, es decir, a orar en su cuarto y a seguir las misas a través los medios y de internet.
EL VIRUS ARDERÍA EN CRISTO
Aunque las autoridades de todo el planeta han endurecido las medidas para contener la expansión del coronavirus, hay líderes reacios a cerrar los lugares de culto por la protección que concede Dios, como el presidente de Tanzania, John Magufuli.
«El coronavirus no puede sobrevivir en el cuerpo de Cristo, ardería. Exactamente por eso, no entré en pánico mientras tomaba la sagrada comunión», dijo Magufuli durante un servicio cristiano el pasado a finales del mes pasado.
Para el Presidente tanzano, que ha prometido mantener abiertas las iglesias como lugar de sanación, el coronavirus es algo satánico, pero en varias partes del continente africano se ve el virus como un «castigo divino».
En Zimbabue, la ministra de Defensa, Oppah Muchinguri, ha llegado a definir la pandemia como una venganza divina contra la Unión Europea y Estados Unidos por imponer hace años sanciones económicas por supuestos abusos de derechos humanos y presunto fraude electoral a este país africano, que atraviesa una dura crisis económica.
«Nos están sofocando, ¿a dónde quieren que vayamos? Ahora es su turno de ser asfixiados por el coronavirus. Para que sientan lo doloroso que es», declaró Muchinguri.
AMULETOS Y SANTOS
Cheikh Sène, un taxista de 32 años que trabaja en Dakar, asegura que el coronavirus le da «miedo porque mata», pero que se sentiría «más tranquilo» si tuviera un amuleto para escudarse ante la enfermedad.
Conocidos como «grigrís» en África occidental, los amuletos acompañan a muchas personas cuando afrontan circunstancias de la vida, desde un casamiento a un examen, la apertura de un negocio, la obtención de un visado o un viaje.
Según explica el sociólogo Diakhaté, «el animismo -que establece una correlación entre los ancestros, Dios y los vivos- ha marcado profundamente el funcionamiento de nuestras sociedades» y estas creencias se mezclan hoy con el cristianismo o el islam.
De este modo, muchos cristianos y musulmanes, además de orar contra el coronavirus, se dirigen a un «marabout» o curandero tradicional para pedirle un «grigrí».
«La tendencia ahora es que la gente recurre a los ‘grigrís’ pero prestan atención y continúan lavándose las manos, evitando las grandes agrupaciones de gente o guardando la distancia» para evitar contagios, añade Diakhaté.
Abdoulaye Ndiaye, «marabout» en Merina Sarr, localidad de la región senegalesa de Diourbel, asegura que , debido la llegada de la COVID-19 al país, las peticiones de «grigrís» han aumentado porque con ellos no se transmite la enfermedad. “Pero si ya lo tienes -el coronavirus-, no te protege», apunta.
Los amuletos no entienden de edad ni de clase social. En ellos ven la salvación jóvenes y mayores y, entre sus usuarios, se cuentan desde personas que nunca fueron a la escuela a universitarios, diputados y presidentes.
«En estos momentos, cualquier cosa ayuda y ahí entra lo que conocemos como amuletos, figuras u objetos, que se convierten en una forma de continuidad y mantenimiento de algo en que creer», comenta el antropólogo Moracén.
RESISTENCIA AL CIERRE DE TEMPLOS
Aunque la mayoría de los líderes religiosos han comprendido e incluso aplaudido las restricciones decretadas por las autoridades para detener la propagación del virus, algunos se han resistido al cierre de los templos.
En Brasil, el conocido pastor evangélico Silas Malafaia, de la Asamblea de Dios Victoria en Cristo, afirmó que solo cerraría las iglesias por orden judicial, aunque hoy los cultos, misas y celebraciones están suspendidos en todo el territorio brasileño.
El propio Presidente de Brasil, Jair Bolsonaro, llegó a oponerse a la clausura de iglesias porque son «los últimos refugios de las personas».
Bolsonaro, católico pero bautizado en 2016 como evangélico en el Río Jordán, recalcó que deben ser los padres o pastores quienes decidan cómo proceder durante las misas y los cultos y evitar aglomeraciones. «El Gobernador no puede decir que no puede tener más culto o misa», insistió.
Quien sí recomienda contención a sus fieles es otra de las grandes ramas evangélicas de Brasil, la Iglesia Universal del Reino de Dios, que cuenta con el monumental Templo de Salomao en Sao Paulo, con capacidad para recibir hasta 10 mil personas por culto.
En Kenia, el obispo protestante Samuel Welimo apoya esta tesis y defiende el derecho de sus fieles a buscar la redención en los templos. «Por mucho que la Iglesia aprecie las directrices de distanciamiento social (…), los cristianos quieren que se les permita acudir a sus lugares de culto para rezar solo a Dios, que tiene el poder de salvar a la nación de la pandemia», dijo.
LOS EVANGÉLICOS EN ACCIÓN
También en Chiapas, en el municipio de Zinacantán, un centenar de indígenas tzotziles que profesan la religión evangélica elevaron en días recientes sus peticiones, en una intensa ceremonia a su deidad para que los proteja del COVID-19.
Los grupos evangélicos se reúnen para orar «por sus familias y por las personas que han caído en desgracia», cuenta Esdras Alonso González, pastor y fundador de la iglesia evangélica Alas de Águila. «Es una emergencia mundial y nacional, a todos nos conviene que esta condición no sea grave y que no se magnifique», expresó.
Entre tanto, en las comunidades indígenas donde se profesa una religión diferente a la católica, los nativos realizan sus actividades normales a pesar de las recomendaciones que han emitido las instituciones en diferentes lenguas.
Es el caso de Lucas Pérez, de 21 años, quien espera que su fe lo mantenga saludable pese al creciente número de casos en México.
«Sabemos que hay enfermedades pero no creo que lleguen hasta acá, en Chiapas, creo en Dios y ojalá que no llegue aquí, la gente de aquí no tiene miedo, la gente cree más en Dios».