Brillante, implacable, despiadada, la esposa del Presidente de los Estados Unidos es la gran protagonista de la nueva entrega de la aclamada serie de Netflix
Ciudad de México, 9 de marzo (SinEmbargo).- Si tanto los espectadores como la propia Claire Underwood habían quedado decepcionados luego de la tercera temporada de House of cards, esta nueva entrega de la aclamada serie de Netflix ha vuelto a poner las cosas al rojo vivo.
Robin Wright, que además de encarnar a la implacable esposa del Presidente de los Estados Unidos funge en la vida real como productora ejecutiva del programa, borda un personaje que en los 13 capítulos recién estrenados demuestra hasta qué punto está dispuesta a hacer lo que haga falta para alcanzar el poder y con ello aplastar a su ahora frágil marido.
La derrota y la enfermedad juegan a favor de una Primera Dama que no duda en poner a su propia madre como presea de negociación en un tablero de ajedrez donde la traición hace su agosto y donde los personajes del ayer regresan con algo más que una vocación fantasmal.
Frank Underwood, un inmenso como siempre Kevin Spacey, rompe la cuarta pared, aunque esta vez como clamando ayuda, mostrándose menos asertivo y seguro de sí, ante un espectador que va de suyo no tiene una sola herramienta que le permita acudir en su salvataje.
Hablamos de la serie que hizo poderosa a la cadena de streaming Netflix, gracias a una temporada prodigiosa que demostró lo impensable: los contenidos importan y la competencia televisiva del futuro se dirimirá gracias al talento y no a la banalidad del antiperiodismo de chismes o de los pavorosos reality shows sobre nada.
Son dos nichos de público muy distintos, pero qué ñoña y artificiosa queda el canal de la revista Hola!, con esas señoras de la alta sociedad haciéndolas de reporteras, frente a la rotunda oferta televisiva de Netflix, con series como House of Cards, Orange is the new Black y Jessica Jones, entre otras.
Dicho esto, es grato constatar que la cuarta temporada en la Casa Blanca se ha superado a sí misma y ha vuelto por sus fueros a encantarnos mediante la inexplicable admiración a Claire y Frank Underwood, dos tipos audaces, bestiales y absolutamente anti-modélicos.
¿ALGUIEN QUIERE LUCIR COMO CLAIRE UNDERWOOD?
Sonido, fotografía como de cine, movimientos de cámara vertiginosos y pausados según la ocasión, que cuentan el día a día con una verosimilitud estremecedora, entre todos los elementos de una serie facturada con virtud técnica extrema, sobresale el vestuario de la Primera Dama.
No se trata de moda, aunque la ropa en gran medida de Ralph Lauren ofrece una batería “ponible” de vestidos monocromos y faldas tubo muy elegantes, sino de una verdadera armadura que evidencia a una mujer que está en control en todo momento.
Difícil analizar los vestidos de Claire, que en esta temporada ni siquiera se da el permiso de aparecer como en temporadas anteriores con la ropa deportiva que usa en sus carreras matinales, en clave de género.
Es más bien la extrañeza de un ambiente ficcional –el del poder- lo que dibuja los cuerpos, las actitudes y los trajes de las criaturas que se mueven en el mundo como si fuera un tablero de ajedrez, dispuestos siempre a mover la próxima pieza motivados por la necesidad de fulminar al enemigo de turno.
La realidad, este presente donde todo es una amenaza, se cuela en los entresijos de un guión puntilloso a cargo de Beau Willimon, quien se despide de House of Cards dejando el listón muy alto, casi inalcanzable.
Sin espoilear, la política estadounidense vuelve a resolver todo con un disparo. Y eso es decir mucho en un tiempo donde el debate por las armas caseras y la crueldad terrorista anticipan un mundo demencial, en el que es difícil o casi imposible estar a salvo.
En el capítulo final, Frank nos hace pensar, en su habitual discurso frente a cámara, que de la quinta sólo podemos esperar un “american horror story”, no sólo jueguitos de poder en la Casa Blanca. Veremos.
