Epigmenio Ibarra
08/12/2018 - 12:06 am
¿Ante quién se arrodilla López Obrador?
Que poco saben los que creen que lo saben todo.
“Quien ha puesto al huracán
jamás ni yugos ni trabas,
ni quien al rayo detuvo
prisionero en una jaula”
Miguel Hernández
Que poco saben los que creen que lo saben todo. Que perniciosa y que común es, en los medios de comunicación en México, la combinación entre ceguera, ideología y soberbia. Que oscuridad la de esos pocos que se creen destinados a iluminar a millones. Leo la prensa, los comentarios en las redes. Escucho la radio. Veo la TV. Con los dedos de una mano se puede contar a columnistas y presentadores de medios electrónicos que intentan ver más allá de sus prejuicios.
A la inmensa mayoría, a los miembros de la llamada comentocracia, los siguen dominando los intereses particulares y el resentimiento. Siguen siendo los suyos –a pesar de la derrota sufrida en las urnas- los mismos argumentos utilizados por los estrategas de la guerra sucia electoral. Muchos ni quieren ni saben ver el cambio que se está gestando en este país. Otros más, comprometidos con el régimen autoritario del que recibieron y reciben millones de pesos, están empeñados en un esfuerzo consistente por desprestigiar, debilitar e incluso derrocar al nuevo gobierno.
Para ellas y ellos, analistas y líderes de opinión -“estrellas” de la prensa y los medios electrónicos que han tenido un papel protagónico los dos últimos sexenios-, acostumbrados como están a hablarse de tú con los poderosos y a moverse sólo en los pasillos de palacio, lo único importante que sucedió el sábado 1 de diciembre ocurrió en la Cámara de Diputados. Sólo de eso hablaron, sólo de eso han escrito porque en realidad los códigos de lo ahí sucedido son los únicos que pueden intentar descifrar.
En el Zócalo capitalino, según ellos, lo que se celebró fue un ritual populista más; una ceremonia “folclórica” sin ninguna trascendencia, seguida de un largo discurso. No entienden un carajo. Y si lo entienden lo deforman porque es la suya la labor de zapa de quien sigue empeñado en la guerra sucia; una guerra que antes libraban contra el candidato, ahora contra el presidente que gano, por una abrumadora mayoría, una elección libre, limpia y autentica.
No se dan cuenta ante quién y por qué se arrodilló Andrés Manuel López Obrador y la significación profunda de este hecho inédito en la historia de México. No se dan cuenta de que, en esa plaza abarrotada y a través de una cadena nacional de radio y TV, rindió el mandatario ante la nación el primer informe de su gestión: buscando el consenso y el respaldo de millones, a quienes pidió no dejarlo solo «porque sin ustedes nada valgo», trazó la que ha de ser la ruta a seguir.
Como no se dan cuenta tampoco –ese es el caso de Ciro Gómez Leyva- de la enorme importancia que reviste el hecho de que, en su primer lunes como Presidente de la República, López Obrador recibiera en Palacio Nacional a las madres y los padres de los 43 normalistas de Ayotzinapa y firmara ante ellos, obedeciéndoles, postrándose también ante ellos, el decreto mediante el cual se crea la Comisión de la Verdad.
“Se burla de los padres”, sentenció tajante Gómez Leyva sin entender un ápice lo ahí sucedido, para de inmediato sugerir que los padres ya obtuvieron la verdad que buscaban: sus hijos están muertos, los narcos que los mataron están presos. Sólo le faltó agregar el infame y banal “Ya supérenlo” de Peña Nieto.
Movido por su odio visceral a López Obrador, sus prejuicios y una inocultable dosis de racismo, al tiempo que asume como propia la mentira histórica de Peña Nieto y exculpa en los hechos a funcionarios civiles y militares de cualquier responsabilidad –por acción u omisión-, Ciro Gómez Leyva simplifica groseramente la lucha que han librado los padres de los 43 estos últimos cuatro años.
El presentador de noticias en TV considera a las víctimas incapaces de saber lo que quieren, cree que madres y padres, como si fueran niñas y niños pequeños, se dejan engañar fácilmente. Se le olvida cómo Peña Nieto, con todo el poder del Estado y la complicidad de los medios, fracasó en el intento.
Desdeña los meses y días que estas madres y padres, que lo saben todo porque lo han sufrido todo, han hurgado la tierra en busca de sus hijos. Desdeña el dolor, la incertidumbre con la que han debido vivir y –sobre todo- el sagrado derecho que tienen a saber: ¿quién y por qué desapareció a sus muchachos?, ¿qué suerte corrieron?, ¿dónde están?
Sin decirlo explícitamente, Gómez Leyva desprecia a las madres y a los padres de los 43 así como desprecia también el compromiso asumido por López Obrador de encontrar la verdad, hacer justicia, castigar a los responsables, reparar el daño y establecer las garantías necesarias para la no repetición del crimen.
Un compromiso que no es sólo de López Obrador sino de la nación entera. Un deber ineludible de quien se sienta ahora en la silla presidencial y de cuyo cumplimento depende la paz en nuestro país porque sin justicia para Ayotzinapa no habrá justicia para México y, en consecuencia, no habrá paz.
No entienden, o lo entienden muy bien y están en guerra, Ciro y otros como él, de qué lado se coloca y ante quién se arrodilla el Presidente. Ya saben –y lo aceptan- que los presidentes pueden bajar la testa, abdicar en los hechos ante la televisión (como Fox) o ante el poder militar o el económico (como Calderón y Peña). Desprecian el hecho de que López Obrador se ponga del lado de los más vulnerables, de los más pobres; le tachan de populista, ven éste únicamente como un gesto demagógico del Presidente.
No consideran importante que abra las puertas de Palacio Nacional a las víctimas y que ordene a todas las instancias gubernamentales hacer lo mismo. No advierten el profundo simbolismo de este hecho. El sábado en El Zócalo, el lunes en Palacio Nacional, comenzó la demolición del régimen autoritario: tocó a los más humildes, a los más vulnerables, a las víctimas de ese régimen dar los primeros golpes a los cimientos del mismo.
Cuatro años se negó el acceso a madres y padres de los 43 normalistas a los recintos gubernamentales desde donde se orquestó la campaña propagandística permanente en contra de ellos. Cuatro años se plantaron frente a las puertas cerradas y las barricadas policiales en torno a Secretaría de Gobernación, a la PGR, al Palacio Nacional sin obtener respuesta a sus demandas.
Cuatro años mantuvieron su exigencia de entrar al cuartel del 27 Batallón de Infantería en Iguala y cuatro años, sin descansar un solo día, exhibieron las mentiras de Peña Nieto y la falsedad de la llamada “verdad histórica” que el régimen esgrimió como coartada.
Cuatro años de lucha que Gómez Leyva anula de un solo golpe porque no entiende, porque no quiere entender o no le conviene entender, mas bien, que las cosas han cambiado.
Como no quieren entender lo que significa el hecho de que en un Zócalo abarrotado y silencioso cayera López Obrador de rodillas con un indígena; bajara la testa, como nunca antes lo había hecho presidente alguno, se hincara ante representantes de los pueblos originarios que, al entregarle el bastón de mando, le ordenaron gobernar obedeciendo.
Nunca antes habían tenido los pueblos originarios y las víctimas de un crimen de Estado atroz como el de Ayotzinapa un protagonismo tan destacado y poderoso en la vida pública de México. Jamás su presencia había sido tan significativa, jamás su voz se había escuchado con tanta contundencia.
Con Andrés Manuel López Obrador arrodillado en El Zócalo, con las puertas abiertas de Palacio nacional, se ha producido ya un giro copernicano: las víctimas, los más vulnerables, los más abandonados, los más humildes, esos que vivían en la periferia del sistema han venido a ocupar, por primera vez en la historia, el centro de interés del poder político en lugar de orbitar a su alrededor.
Han venido -de ahí la importancia simbólica de que el Presidente se arrodillara ante ellos- a cambiar por completo las reglas del juego y a establecer las bases de lo que ha de ser un México más justo, libre, equitativo y democrático.
Si de algo se trata la llamada 4ª Transformación es precisamente de esto: de cambiar el centro sobre el cual gira la vida en México, de quitar de ese centro al Presidente, a los poderes fácticos, a los medios, a las armas y al dinero, que hasta ahora han determinado el rumbo del país y lo han conducido a la debacle.
Si de algo se trata la 4ª Transformación es de hacer todas y todos, en todos los ámbitos de la vida, lo mismo que hizo López Obrador en El Zócalo: arrodillarnos frente a aquellos sobre cuya pobreza se alzó el régimen corrupto y de cuya sangre se alimentó. De hacer justicia se trata todo esto; de abrir las puertas a aquellos que tanto han luchado por ella y tanto la merecen.
TW: @epigmenioibarra
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