¿Qué se necesita para ordenar nuestros pensamientos? Dos expertos explican cuáles son los hábitos mentales que afectan la forma en que pensamos y de qué manera podemos aprender a pensar inteligentemente.
Por María Ibáñez Goicoechea y Jesús Jiménez Cascallana.
Comunicadores, escritores, psicólogo clínico y psicoterapeuta
Ciudad de México, 8 de noviembre (RT).- Para que los proyectos salgan bien, que las relaciones personales sean satisfactorias, desempeñar una profesión o ser un buen inversor, proteger la salud y mantener la alegría y la paz interior, y todo ello simultáneamente, hay algo que es imprescindible y de lo que se habla muy poco. Se trata de pensar correctamente, tener una mente ordenada.
Para ordenar la mente hay que corregir las diferentes causas que la desordenan. Así, pensar correctamente, de forma realmente inteligente, no es una cuestión de decidirlo y hacerlo, ni de auto-convencerse. En realidad, es a medida que se van corrigiendo los errores que producen el desorden, cuando el orden va apareciendo naturalmente.
El desorden mental es, en la actualidad, un estado habitual de los seres humanos. Se puede comprobar observando la dificultad para dejar de distraerse, para estar sin hacer nada y no pensar, o para estar un rato con la mente en silencio sin sentirse mal ni intranquilo. La inmensa mayoría de las personas tiene muchos pensamientos distractores o repetitivos a lo largo de todo el día, de modo que una parte del pensamiento está fuera de su control.
¿Y QUÉ DESORDENA LA MENTE?
Como explicamos en nuestro libro Ordena tu mente para ordenar tu vida (Ed. Esfera de los Libros) son los diferentes errores psicológicos los que empujan a las formas erróneas de pensar. Así, de esos errores psicológicos surgen hábitos mentales perjudiciales, como insultarse mentalmente o criticarse, que se llevan a cabo con la esperanza inconsciente de mejorar, pero que, en realidad, producen el efecto contrario.
Estos errores psicológicos están basados en ideas erróneas. Una muy habitual es creer que para tener una cualidad basta con proponérselo, como por ejemplo decidir ser empático, resiliente o agradecido. Proponerse algo así sin comprender los motivos que le han llevado a no serlo, tan sólo va a cambiar en apariencia su manera de comportarse, con la confusión mental que esto conlleva. Otro ejemplo es confundir la mente con el cerebro, no somos el cerebro, ni somos robots biológicos, ni se pueden reducir la conciencia y la voluntad a meras reacciones bioquímicas del cerebro. El cerebro es un órgano que sirve de instrumento para el ser humano, pero no dirige al ser humano. Sería como creer que las piernas nos llevan de paseo, y no que nosotros las utilizamos para ir donde queremos.
Los llamados sesgos cognitivos son también errores comunes a la hora de razonar o valorar una situación. Es un fenómeno psicológico involuntario que en la actualidad se afirma que son automáticos y muy difíciles de erradicar, pero que comprendiendo sus causas, como exponemos en el libro, se pueden corregir.
Algunos de estos sesgos conducen a dejarse manipular, como en el llamado postureo o «efecto de encuadre»; o en el «sesgo de veracidad», cuando se asumen las ideas de otros sólo porque parecen seguros de lo que dicen. También los sesgos pueden llevar a conclusiones falsas que generarán problemas en el futuro, como en el sesgo de «responsabilidad externa», cuando se culpa a otros o a algo externo de un problema que depende de uno mismo; o por la «heurística de la disponibilidad» y «la simplificación o etiquetaje», en los que se deducen conclusiones a partir de falsas generalizaciones.
Otros sesgos cognitivos producen confusión cuando se piensa «eso nos pasa a todos», que es «el efecto del falso consenso»; o cuando se tiene preferencia por cosas que en realidad le perjudican porque así se creen más valiosos, como buscar el peligro o potenciar actitudes perjudiciales como el consumo de drogas, este el caso del «sesgo de negatividad». Otro error que produce mucho sufrimiento es la «ilusión de transparencia», que ocurre cuando la persona cree que los demás ya saben lo que quiere y necesita, y por lo tanto no lo expresa.
El miedo al propio pensamiento es otra circunstancia muy extendida que conviene aprender a corregir. Ocurre cuando surgen pensamientos intrusivos, pensamientos involuntarios catastróficos o agresivos que aparecen en la mente de la persona sin que ésta sepa por qué. También sucede cuando se evita conscientemente pensar en algo que hace sufrir, como un recuerdo doloroso, y se teme que un estímulo externo haga surgir el pensamiento de ese hecho, idea o recuerdo.
Hay más formas erróneas de pensar que afectan a cada persona, y que es imprescindible comprender y corregir para tomar el camino de una vida satisfactoria. Para pensar con inteligencia hay que descubrir los errores y comprender su génesis, sus causas verdaderas. Esto requiere un proceso de aprendizaje y, para llevarlo a cabo, el factor más importante es prestar atención, especialmente en la vida cotidiana, a lo que acontece dentro y fuera de uno mismo. Este aprendizaje es el que verdaderamente lleva a una sabiduría y felicidad crecientes en la vida.