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Alma Delia Murillo

08/10/2016 - 12:00 am

Todos eran mis hijos

—No es excusa que lo hayas hecho por la familia (Arthur Miller) Creo que todas las generaciones tenemos algo de qué avergonzarnos al pensar en la generación de nuestros padres. Es natural y hasta saludable, es un signo si no evolutivo, al menos de cambio. El título y el epígrafe de este texto son líneas […]

La Vida Es Un Tiroteo Carajo tiene Sentido Desear Otra Cosa Que No Sea Fundirnos En Un Abrazo Que Nos Proteja a Todos Del Desamparo Foto
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—No es excusa que lo hayas hecho por la familia

(Arthur Miller)

Creo que todas las generaciones tenemos algo de qué avergonzarnos al pensar en la generación de nuestros padres. Es natural y hasta saludable, es un signo si no evolutivo, al menos de cambio.

El título y el epígrafe de este texto son líneas de una obra de teatro escrita por el tremendo Arthur Miller en 1947, cuando las cenizas de la Segunda Guerra Mundial y el olor a muerte todavía salpicaban el aire.

All my sons, título original del texto de Miller, movió al escándalo pues estaba inspirada en un perturbador hecho real: una mujer descubrió que su padre vendía piezas defectuosas —para sacar ventaja competitiva del precio— al ejército de Estados Unidos y decidió denunciarlo.

En la obra de Miller, Joe Keller es el protagonista de la tragedia. A sus sesenta años, con un hijo desaparecido en la guerra y otro hijo que sí ha vuelto de la batalla pero mentalmente destrozado, Keller se empeña en negar que el material deficiente que vendió a la fuerza aérea, provocó la muerte de más de veinte jóvenes pilotos. Cuando finalmente reconoce frente a su esposa y el hijo presente que sí cometió el delito, argumenta que lo motivó el deseo de proteger a su familia con el dinero que resultaba de esas transacciones. Pero la verdadera conmoción viene cuando Keller se entera mediante una carta póstuma, que el hijo desaparecido —Larry Keller— se suicidó trastornado por la vergüenza de saber que su padre causó la muerte a sus compañeros de guerra. Un buen actor de teatro nos hará sentir esa turbación previa al llanto cuando Joe Keller diga esta línea antes de pegarse un tiro: Cierto, Larry era mi hijo. Pero creo que él pensaba que todos eran mis hijos. Y comprendo que lo eran, comprendo que lo eran.

Ahora voy a disparar desde la tristeza que siento cuando veo gente empeñada en defender la única forma del amor que conocen: asociada a un parentesco tradicional. En pleno año 2016. Sé que esto no les va a gustar a muchos pero el que tenga ojos que lea y el que comprenda el valor de las dudas vitales que dude… Me pregunto si quienes marchan “por la familia” ofreciendo de carnada a sus hijos bajo el escudo de “Lo hago por ellos” alcanzarán a comprender que es precisamente a sus hijos a quienes dañan. Que su intolerancia es precisamente en contra de sus hijos.

Me pregunto si alguna vez se cuestionan a sí mismos, si podrían afirmar que esos hijos a los que defienden con su dogmatismo y visión estrecha de la familia no serán dentro de diez o veinte años quienes vivirán el rechazo por su preferencias sexuales distintas, por sus elecciones de vinculación amorosa diferentes, quienes vivirán al desamparo de no poder contar con un sistema de salud, de protección social, de bienestar mínimo.

La vida es un tiroteo, ¿hace falte que nos dediquemos a agredir a quienes no aman como nosotros?

Me pregunto si se enteran que la familia tradicional que defienden es una entelequia, que ese prototipo al que le llaman Familia es un concepto nebuloso, cercano al mito, un formato en franca extinción. Me pregunto si sabrán que en casi la mitad de los hogares mexicanos, no hay papá. O que sólo el 43% de la población adulta del país está casada y además se divorcian cerca del 20% de las parejas que contraen matrimonio… váyanle restando. ¿Dónde está esa Familia institucional que defienden a ultranza?

Me pregunto si los de fe cristiana y católica se enteran de que su conducta no es la que les encargó su líder Jesucristo: “Amaos los unos a los otros porque el amor es de Dios”.

En este país hay casi dos millones de niños huérfanos deseosos de integrarse a un clan al que puedan llamar familia, sólo en el estado de Michoacán podrían haber siete mil niños en la orfandad como resultado de esta devastadora guerra contra el narco. ¿Qué será de estos niños si nos aferramos a que las leyes sólo permitan la adopción a quienes porten la etiqueta de ese gueto llamado Familia Tradicional?

¿No fue Jesucristo mismo un hijo por adopción con dos papás y una mamá, de pensamiento sexual incluyente al hacerse amigo de María Magdalena, y que además vivió en Sociedad de Convivencia con sus amigos los apóstoles?

Insisto: la vida es un tiroteo y bien pensado todos somos marginales.

Ojalá que dentro de veinte años los hijos de quienes hoy defienden un modelo amoroso excluyente, se avergüencen de la mezquindad de sus padres. Eso querrá decir que cambiaron, que piensan distinto.

La vida es un tiroteo, carajo, ¿tiene sentido desear otra cosa que no sea fundirnos en un abrazo que nos proteja a todos del desamparo?

Mi abrazo para quienes, como yo, tienen un corazón que nunca dejará de buscar refugio. Y que vivan las trincheras amorosas. De todas las formas posibles.

@AlmaDeliaMC        

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