Aquí, dialogan las fotografías de Antonio Zirión con la escritura de Verónica Gerber Bicecci. Las capturas de Antonio Zirión nos llevan a través de distintos países, desde Dinamarca hasta Cuba, de India a México, pasando por Nepal, Inglaterra y España. Los lugares se alternan para crear la narrativa de un movimiento constante, más allá de un viaje estructurado por rutas delimitadas.
Ciudad de México, 8 de septiembre (SinEmbargo).- Traspasos es un libro de pisadas, pasos en falso, escalones, vías de tren, arquitecturas del pie y del tránsito por el mundo. Es un libro de viajes poco convencional que se cifra en las huellas de un andar constante. Aquí, dialogan las fotografías de Antonio Zirión con la escritura de Verónica Gerber Bicecci y, en conjunto, ponen el dedo (alguno de los dedos del pie, por supuesto) sobre la cuestión del traslado, de las distintas maneras que tenemos de experimentar nuestro contacto más esencial con la tierra: la pisada.
Las capturas de Antonio Zirión nos llevan a través de distintos países, desde Dinamarca hasta Cuba, de India a México, pasando por Nepal, Inglaterra y España. Los lugares se alternan para crear la narrativa de un movimiento constante, más allá de un viaje estructurado por rutas delimitadas. Es un transcurrir por el espacio que no necesariamente se ordena, sino que dialoga; establece interconexiones entre puntos alejados en sentido geográfico, pero que se unen por la vivencia humana en ellos. Cada imagen nos ofrece la posibilidad de recorrer un panorama distinto, tanto por el contexto que lo envuelve, como por los ángulos que Zirión nos ofrece para hacernos partícipes del viaje perpetuo. Al pasar la página, traspasamos umbrales de un país a otro, de una individualidad a otra, de la ciudad a las texturas de la naturaleza.
El lenguaje de Zirión —además del movimiento, del desplazamiento como necesidad vital— parte de una exploración de las sombras, las texturas, la armonía y las desapariciones graduales. El claroscuro destaca las escalas sutiles en que el cuerpo se conecta con su entorno; se hace énfasis, por supuesto, en los pies, y la manera en que se anclan al suelo: su extensión a ras de tierra representada por su sombra. En cada imagen vemos una relación distinta entre los humanos que dan los pasos y el ambiente que los rodea. La arquitectura tiende a ser algo definido, enfocado con claridad. La nitidez del medio concreto contrasta con la exposición difuminada de la persona fotografiada, convertida en una silueta que se escapa.
Atestiguamos la vida de la arquitectura en la ciudad, y la manera en que orienta los caminos; el inicio de callejones y pasillos nos ayudan a dilucidar la dirección que el fotógrafo nos invita a seguir. Además, con los ángulos desde los cuales retrata las escaleras nos comunica la sensación de vértigo de las bajadas pronunciadas. Pasamos, también, por los subterfugios de la vida moderna para acelerar el tránsito, como los trenes; y en la ventana de un automóvil una planta de un pie que descansa sobre el vidrio parece despedirse de nosotros.
La variedad de lugares también nos permite acceder a un pequeño ensayo de contrastes entre las experiencias de la ciudad. La interacción con la calle varía dependiendo del país, en algunos vemos el paso compartido de multitudes, la calle como el encuentro y el diálogo con el otro; en otros, se refleja más bien la acumulación de soledades en calles semivacías. La vida del desorden frente a la simetría de un diseño geométrico en el piso.
De lo urbano saltamos a lo natural. Destaca, por ejemplo, la fotografía que sirve de portada en donde vivimos la inmensidad del desierto. Aquí convergen distintas texturas, un mismo escenario se convierte en una multiplicidad de experiencias del paso por un área natural. Es una fotografía de Leh, India, en la que el desierto parece haber sido retratado a brochazos, con una ambigüedad de arena, montaña y mar congelado por la cámara.
El tránsito, no obstante, también incluye pasos mutilados, pies heridos por la precariedad. Los escorzos de cuerpos retratados en Haridwar hacen énfasis en cierta sensación de desamparo. Un dolor que traspasa la piel y destaca la injusticia de los caminos truncos que la sociedad corta en determinados lugares. Por eso, también visitamos cementerios: el paso por el dolor y la muerte es inevitable.
Verónica Gerber nutre este diálogo con la vida y el dolor de los pasos perpetuos. Estructura sus reflexiones a partir del horario de un podólogo. Cada una de las consultas nos acerca a relaciones muy específicas con los pies, que van desde lo más cotidiano, hasta el secreto incrustado en las plantas de sus significados simbólicos. Los casos que revisa el podólogo incluyen marcas de nacimiento, accidentes, conflictos internos con la forma del pie y su manera de manifestarse en la psique del paciente. No todos son dolores o accidentes físicos. El pie se convierte en metonimia del contacto con lo social, de las críticas a sus deformidades. Resalta la complejidad de la relación del yo con el cuerpo y con algo tan básico como el sostén del mismo. El tránsito por la vida se convierte, de esta manera, en algo muy concreto pues, más allá de las reflexiones abstractas sobre el viaje, este libro nos permite acercarnos de manera directa a nuestro existir como cuerpos en el mundo, a partir de algo tan mecánico como una pisada. También, reflexionar sobre las formas en que nuestras pisadas son distintas y se relacionan o se alejan de los otros cuerpos.
Por supuesto, los textos de Gerber se relacionan con detalles de las fotografías de Zirión. Por ejemplo, ahí donde un paciente, que trabaja en la construcción, habla de un problema con el “vértigo en los pies”, se suceden imágenes de pasos seguros pero cansados, subiendo por una escalera. Pesados por el material. Ligeros entre los andamios, flotando como equilibristas en el esqueleto de un futuro edificio. Verónica Gerber ahonda, de esta manera, en la vida interior de los pasos que nos escapan o nos guían entre las fotografías del libro.
Después de la exposición del caso de cada paciente, las notas del podólogo deambulan por los significados secretos de lo que compone un pie. Así se construye poco a poco como la “metáfora de nuestro punto débil”, o se habla sobre un hueso importante de la “arquitectura del pie” llamado astrágalo que se utilizaba en juegos de azar y adivinaciones. El énfasis en la capacidad oracular de una parte ósea de nuestra conexión con la tierra se vuelve inspiradoramente poético. Gerber nos ayuda a conectar, además, lo alto y lo bajo, a observar interconexiones mínimas que esconde nuestro pie, en sus palabras: “hay bóvedas en los techos y también hay bóvedas que son lugares secretos. La bóveda plantar es un techo para el terreno” (p. 32). No sólo estructuralmente el pie se parece a aquello que relacionamos con las alturas, también hay locuras de pasos, por la unión que existe entre el dedo gordo del pie y el cerebro.
Este libro es una búsqueda constante de los significados diversos que puede tener nuestro paso por el mundo. En la investigación de lo mínimo, del pie como la piedra angular del viaje, se cifran las metáforas de la vida de ambulantes. Al conjugar distintos géneros, desde el relato visual de viajes, la cotidianeidad estructurada por los horarios de un podólogo, el ensayo sobre los contrastes y los simbolismos del azar, hacemos una revisión que nos hace repensar cada pisada. El cierre, por supuesto, son las huellas, una reflexión breve sobre las mismas que más bien se extiende sobre los espacios marcados que las lecturas de Traspasos dejaron sobre nosotros.