La última novela de Carlos Bardem, recientemente reeditada para México, es una pintura vívida, documentada a detalle, de la trata de esclavos en el siglo XIX. Sin embargo, este no es un tema superado. «Jornaleros, migrantes, mujeres y millones de jóvenes en la precariedad viven esta dinámica basada en rentabilizar la desigualdad», opina el actor y escritor madrileño.
El legendario Mongo Blanco, personaje verídico, fue el vehículo perfecto de Bardem para reflexionar sobre el mal y la locura. Y otro debate se dibuja: el racimo. “Es un tumor social. Nos hemos dedicado a palear los síntomas, sin examinar la enfermedad. No podemos sanar la herida sin ir a la causa”, concluye el autor, Premio Espartaco a Mejor Novela Histórica 2020.
Ciudad de México, 7 de agosto (SinEmbargo).- La esclavitud no está superada, ni de lejos. «Es como la energía: no se destruye, solo se transforma. La esclavitud no es más que rentabilizar la desigualdad”, opina el actor y escritor Carlos Bardem. Y así lo demuestra Mongo Blanco, su última novela, recientemente reeditada para México y América Latina por el Fondo de Cultura Económica, una pintura vívida, documentada a detalle, de la trata de esclavos en el siglo XIX. Además de ir al fondo de la locura y el lado oscuro del ser humano.
«La trata de esclavos permeaba todas las relaciones sociales, económicas y políticas de la época. Todo mundo participaba de esto, de una forma directa o indirecta, porque era lo del sentido común. Sin embargo, la esclavitud sigue existiendo. Los jornaleros, los migrantes, la trata de blancas. Mantener a millones de jóvenes trabajando en la precariedad. Todos son explotados.”, opina el autor madrileño al preguntarle del puente comunicante entre el contexto de su obra y la actualidad.
Además de su evidente pasión por el estudio del pasado —Bardem es Licenciado en Historia—, el autor buscó sobre todo reflexionar acerca del mal absoluto, un cuestionamiento que siempre ha rondado su mente. Así, el legendario Mongo Blanco, personaje verídico, fue el vehículo perfecto para hacer esto, pues «no hay una relación más perversa y errónea en los seres humanos que la esclavitud”.
“Pedro Blanco era un hombre muy culto, un navegador excepcional, un aventurero arrojado que llegó a crear un reino en África. Fue un tipo apegado a los avances técnicos de su época y los aplicó para la trata, perfeccionándola. En definitiva era un hombre muy hábil, pero lo que hacía era una atrocidad. Llegó a ser uno de los más grandes negreros porque hay un sistema que necesita monstruos como él”.
El monstruoso protagonista escaló posiciones hasta convertirse en uno de los grandes negreros del siglo XIX. Tras una traición, va cayendo en desgracia y termina relatando sus pericias a un médico, desde el manicomio en el que está encerrado sin sospechar que su historia todavía no ha terminado.
En una de esas sincronicidades de la vida, mientras Bardem releía su libro para la publicación en nuestro país, explotaron las protestas anti racistas en Estados Unidos a partir de la muerte de George Floyd, por lo que la novela tomó una relevancia distinta, coyuntural.
«El racimo es un tumor social. Nos hemos dedicado a palear los síntomas, sin examinar minuciosamente la enfermedad. Para esclavizar a un colectivo, debes despojarle de su humanidad, cosificarlos; esa es la función del discurso racista. Es muy normal que millones se hayan levantado para reclamar justicia. No podemos pretender sanar la herida del racismo si no vamos a las causas».
El suplemento semanal Puntos y Comas presenta una charla sobre Mongo Blanco, Premio Espartaco a Mejor Novela Histórica 2020, que otorga la Semana Negra de Gijón en Asturias, España. Además de ofrecer una gran experiencia literaria (y ser un claro homenaje al género de la gran novela de aventura) muestra varios argumentos para entender nuestro presente.
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UN MONSTRUO BRILLANTE
—Cuéntanos brevemente acerca de la personalidad de Pedro Blanco y cómo fue escalando posiciones hasta convertirse en Mongo Blanco, uno de los grandes negreros del siglo XIX.
—Pedro Blanco es un personaje real, y es un tipo muy curioso porque mientras recabas información sobre él, hay hasta dos o tres versiones distintas de su vida e incluso de su sexualidad. Él nace en El Perchel, un barrio popular de la ciudad de Málaga. Por un episodio que no revelaré aquí, viaja a La Habana y, al ser un magnífico marino, se embarca en los navíos negreros, comercio por excelencia en el siglo XIX. Cuando comienza a navegar y llega a ser capitán, entra en contacto con los otros dos grandes «mongos» históricos documentados: John Ormond, mulato de un marino británico y una africana y ChaCha Da Souza, mulato de un brasileño y una africana. Llegó a trabajar para ambos y los terminó desplazando y superando en poder.
En el lenguaje de la trata, los «mongos» eran los grandes reyes esclavistas. También significa «rey del río», pues parafraseando el título del grandioso libro de Eduardo Galeano Las venas abiertas de América Latina, «las venas de África siempre han sido sus ríos» y sus grandes estuarios, que es por donde se ha extraído la riqueza, las materias primas y los esclavos.
Blanco era un hombre muy culto, un navegador excepcional, un aventurero arrojado que llegó a crear un reino en África, lo que ahora sería Sierra Leona. Fue un tipo muy apegado a los avances técnicos de su época y los aplicó para la trata de esclavos, perfeccionándola. En definitiva era un hombre muy hábil en su oficio, el problema es que lo que hacía era una atrocidad: vender seres humanos. Llegó a ser uno de los más grandes negreros porque hay un sistema que necesita monstruos como él para realizarse. Pedro Blanco me permitió hacer un fresco muy completo y documentado de cómo se ejercía la trata de esclavos y quiénes se enriquecieron de ésta.
—En el contexto de la historia, la esclavitud había penetrado en todas las capas de la sociedad y todo mundo tenía un esclavo, como simples objetos domésticos y laborales. Cuéntanos un poco de estas dinámicas. Además, España, Cuba y África son algunos escenarios de tu relato. ¿La esclavitud tenía distinto manejo dependiendo de la zona geográfica?
—La trata de esclavos permeaba todas las relaciones sociales, económicas y políticas de la época. Nada se hacía que no lo realizara un esclavo. Todo mundo participaba de esto, de una forma directa o indirecta, porque era lo del «sentido común», la manera correcta de hacer las cosas en aquel entonces. Esa era la mentalidad, el discurso que se metía en la cabeza de la gente.
La trata de esclavos era el negocio más rentable de la época, no había nada que diera una rentabilidad como la compra y venta de seres humanos. Si tú tenías un pequeño negocio, de lo que fuera, y te sobraban unos pesitos, ese dinero lo invertías en la trata. “Cuando el barco llegue, me corresponden dos esclavos, uno lo vendo y el otro me lo quedo y va a trabajar para mí siempre”.
ESCLAVITUD MODERNA Y RACISMO: UN TUMOR SOCIAL
—Aunque hablas de una época lejana, el tema de este libro parece ser atemporal lamentablemente. Parece que la sociedad ha avanzado en este tema, ¿pero la esclavitud está realmente superada? ¿Hay nuevas formas, más sutiles, de esclavitud?
—La esclavitud no está superada para nada, es como la energía: no se destruye, solo se transforma. Modos literales de esclavitud como los que reflejo en el libro siguen existiendo. En México también, con los jornaleros que están siendo explotados en condiciones de esclavitud o semi esclavitud. Los migrantes que intentan cruzar frontera tras frontera y se ahogan en el proceso. Por supuesto la trata de blancas. Todos ellos son objeto de la esclavitud, desde que parten hasta que llegan.
Pero incluso la esclavitud se ha modernizado. Mantener a millones de jóvenes en todo el planeta firmando un contrato basura tras un contrato basura y trabajando por salarios que no les permiten salir de la precariedad y la pobreza, es otra forma de esclavitud. Al final la esclavitud no es más que rentabilizar la desigualdad. Crear una situación de desigualdad máxima para sacarle beneficio.
Me ha pasado una cosa curiosa con esta novela. Aunque ya lleva publicada año y medio y va por su sexta edición en España, al releerla para su edición en México y América Latina, ha sucedido todo lo de Black Lives Matter y ha sido muy emocionante revisitar mi libro mientras veía todo lo que estaba pasando en el mundo. Así que la novela ha tomado relevancia y creo que tiene una pertinencia actual, pues nos va a explicar de dónde viene todo este asunto del racismo estructural.
Esta explosión de protestas es porque nunca se ha examinado minuciosamente la enfermedad. El racismo es un tumor que ha crecido en el seno de todas las sociedades y nos hemos dedicado a palear los síntomas, sin ver la causa. En todo el continente americano, los millones de afro descendientes que hay son hijos de esclavos. Es muy normal que esos millones se hayan levantado para reclamar justicia.
El racismo no es biológico, es una construcción intelectual, a posteriori, que se ha utilizado en las sociedades esclavistas de cada época. Para esclavizar a un colectivo, debes despojarle de su humanidad, cosificarlos; esa es la función del discurso racista. Yo lo que propongo en Mongo Blanco es una feroz travesía, subirte en un barco negrero y ver cómo era la vida allí. No podemos sanar la herida del racismo si no vamos a las causas.
EL LADO OSCURO DEL SER Y LA LOCURA
—En el ocaso de su vida, el protagonista narra su historia a un médico del manicomio en el que está encerrado. Independientemente de las hazañas de Mongo, ¿qué nos dice su caída en desgracia sobre la locura y el lado oscuro de los seres humanos? ¿A qué reflexiones filosóficas te llevó este personaje?
—La caída de Pedro Blanco es una bonita parábola de las relaciones de poder. Él llegó a amasar una fortuna obscena al servicio de la oligarquía de la época, pero en el fondo nunca lo acabaron de aceptar. Y aquí debo apuntar algo: una cosa era ser esclavista y otra cosa ser un negrero. Un esclavista era el dueño de los esclavos, podía ser un Conde o un Marqués, que los tenía trabajando en un campo, en la casa de descanso, en un palacio. Incluso podía ser dueño de muchos esclavos sin tener contacto con ellos. El negrero en cambio, se metía en el fango, era el que sofocaba motines de esclavos a cuchillazos en medio del Atlántico y el que se metía en las junglas.
Pedro Blanco era un negrero, y fue útil mientras no traspasó la raya invisible que delineó la misma sociedad. En el momento en que aspiró a algo más, a equipararse a la gran nobleza y a los grandes señores esclavistas, estos mismos propiciaron su destrucción y le dieron la espalda. Este es un modelo trágico que se repite en ese tipo de actividades: los dejan crecer gradualmente mientras son útiles y les meten dinero en el bolsillo, pero en el momento en que aspiran a igualarse a ellos, los destruyen. Y así pasó con Pedro.
Una de las razones que me llevaron a escribir esta novela son cuestionamientos que me hacía siempre; quería reflexionar un poco acerca del mal absoluto. Pedro Blanco fue el vehículo perfecto para hacer esto, pues creo que no hay una relación más perversa y errónea en los seres humanos que la esclavitud.
Como tema literario y filosófico, existe el mal absoluto que realiza un monstruo brillante. Otro concepto que me interesaba mucho es el de la banalidad del mal: no puedes mantener una atrocidad en el tiempo sin la participación voluntaria de millones de personas. Eso es lo que pasaba con la sociedad esclavista del siglo XIX: todo el mundo se beneficiaba de ese negocio.
UN HOMENAJE A LA NOVELA DE AVENTURA
—¿Cómo fue el proceso de investigación para contar con veracidad esta época y los datos que se presentan? Y en cuanto a la prosa, ¿cuáles fueron tus influencias literarias para desarrollar esta novela?
—La investigación fue básicamente bibliográfica. Hay muchos estudios muy buenos sobre el esclavismo. Me ayudó mucho leer Memorias de un tratante de esclavos, de Théodore Canot, un negrero francés que trabajó para Pedro Blanco. Otra novela maravillosa, escrita en los años 30, es El negrero, de Lino Novás Calvo, la cual devoré pero inmediatamente la aparté pues no quería que me contaminara en exceso. También tuve la suerte de que un profesor de la Universidad de Alabama, historiador y etnólogo muy importante ahí, me facilitara monografías y datos muy útiles.
En cuanto a las influencias literarias, yo soy un enamorado del escritor cubano Alejo Carpentier. También hay una novela que me influyó mucho: Las benévolas, de Jonathan Littell, una novela extensísima en el contexto del Holocausto. Este me parece uno de los mejores libros que he leído sobre la maldad; es una maldad muy anglosajona, muy protestante, muy fría. Viaje al fin de la noche, de Louis-Ferdinand Céline, es otro libro cuyo tema también tiene que ver. En general también soy muy fanático de Dostoevsky; en mi novela hay un componente muy grande de soliloquios y de locura y creo que nadie ha escrito mejor sobre eso que él.
Pero hay muchas más influencias. Yo creo que los que escribimos, antes de eso hemos sido lectores voraces. Lo equiparo a llenarte de palabras, como si tuvieras una caja de herramientas o una paleta de colores que te permite empezar a contar tus historias. Como escritor hay cosas que hago bien y cosas que hago mal, pero creo que tengo cierta capacidad para transmitir sensaciones. Hay palabras que quizás están en desuso, pero que simplemente con leerlas y recrear el sonido en la cabeza, te transportan a otra época, a otros lugares. Justo yo quise jugar un poco con eso, una labor de orfebrería.
En la novela se puede saborear el miedo, el dolor, el sudor y las sensaciones que van asociadas a una atrocidad. Esto también tiene que ver con un compromiso moral que yo me impuse como autor: si voy a escribir una novela sobre la trata de esclavos, no puedo ahorrarle al lector ningún detalle, mi obligación es tratar de ser lo más exacto posible en la descripción.
Mi libro sí es una novela histórica, pero también es una muy buena novela de aventuras, canónica, cumple con todos los parámetros de este género que yo leía de joven. Me propuse escribir un homenaje a un género que amo, intentando recuperar ese estilo, pero con una prosa accesible para el público actual y dando un pasito más allá dentro de lo social.
DERRIBAR LAS ESTATUAS
—Eres licenciado en Historia y en alguna entrevista mencionabas que el nombre de Pedro Blanco no aparecía mucho en las fuentes que consultabas, ¿crees que este personaje y la participación española en la época de oro de la trata de esclavos ha sido relegada de los libros a propósito?
—¡No es que lo crea, lo sé! La explicación es muy sencilla. ¿Quién decidió lo que estudian los chicos en el colegio? Los gobiernos. ¿Quién decidió los gobiernos? Las élites de poder… Es fácil entender que en el caso de España concretamente, el origen de muchas de sus instituciones está en dos periodos que son catástrofes morales e históricas: la trata de esclavos con las Antillas en el XIX y el franquismo junto con la Guerra Civil. Casualmente son dos periodos que yo nunca pude estudiar hasta que llegué a la universidad. Y a Pedro Blanco ni siquiera en la universidad. Recuerdo que cuando iba a la prepa, yo le preguntaba al profesor de Historia: «oiga, pero lo de Franco y la Guerra Civil debe ser importante, ¿no habría que estudiar un poquito esto?» Y nunca daba tiempo. ¿Por qué? porque no quieren que lo estudies.
En mi novela desfilan los grandes nombres, nombres que todavía son grandes fortunas en mi país, empezando por la Casa Real con los Borbones, y de ahí para abajo. Instituciones como la Bolsa de Barcelona, la crean los esclavistas cubanos para que su dinero escapara del control de la Bolsa de Madrid. Dato curioso: el mecenas de Gaudi fue Joan Güell, hijo de un tratante de esclavos. Si vas a Barcelona, toda la arquitectura del siglo XIX no es más que una inversión en bienes inmuebles del dinero de la trata.
Entonces claro que hay partes incómodos de la historia. No conozco tanto de la historia de México, pero estoy seguro que hay periodos que no se le cuentan a la gente. Pero eso pasa en todos los países. La historia también sirve para afianzar proyectos políticos e ideologías presentes en cada momento.
Yo soy partidario de que se derriben las estatuas, y hay que derribar muchas. Esas estatuas no son inocuas, se pusieron ahí para construir un relato racista, son propaganda de una idea de sociedad. Cuando esa idea ya no satisface a la mayoría de las personas, esas estatuas hay que reemplazarlas sin miedo, como se reemplazaron las estatuas anteriores. La historia debe ser líquida, sometida siempre a escrutinio. En ese sentido Mongo Blanco, además de ofrecer una buena experiencia literaria, da muchos argumentos para entender nuestra sociedad hoy en día.
Carlos Bardem (Madrid, 1963) es actor y escritor. Licenciado en Historia y diplomado en Relaciones Internacionales, publicó su primer libro, Durango perdido, en 1997. Muertes ejemplares, su primera novela, fue finalista del Premio Nadal en 1999; su segundo libro, Buziana o el peso del alma, obtuvo el Premio Destino-Guion en 2002. En 2005 publicó La Bardem, memorias de su madre, Pilar, y en 2009 escribió Alacrán enamorado, que fue llevada al cine en 2013.