Damon Lindelof es consciente de que no hay producción sin discurso político, por eso aborda sin tapujos aspectos como el racismo arraigado en la historia norteamericana, la pervivencia del supremacismo enmascarado (nunca mejor dicho) o la lucha de clase y género.
Por Francesc Miró y José Antonio Luna
Madrid, 08 de agosto (ElDiario.es).- Ya ha pasado más de medio año desde que Watchmen llegara a HBO y se convirtiera en el ejemplo perfecto de cómo expandir un universo creado por Alan Moore y Dave Gibbons que, a priori, parecía intocable. La secuela contemporánea del cómic no se ha contentado con ser una simple continuación, sino que se las ha ingeniado para encontrar su propia identidad como una suerte de Nuevo Testamento tras los hechos relatados en viñetas.
Damon Lindelof (Lost) es consciente de que no hay producción sin discurso político, ni siquiera en aquellas que afirman ser indiferentes. Por eso aborda sin tapujos aspectos como el racismo arraigado en la historia norteamericana, la pervivencia del supremacismo enmascarado (nunca mejor dicho) o la lucha de clase y género.
Tales virtudes han servido para que la producción de Lindelof se convierta en la favorita de los Emmy 2020 al optar a 26 candidaturas, entre las que se encuentran la de Mejor miniserie o Mejor actriz. Pero el paso del tiempo también ha sido útil para comprobar cómo se cumplía el mayor temor de una ficción distópica: que acabe convertida en triste premonición.
TULSA… ¿O MINNEAPOLIS?
Watchmen arranca con una brutal escena en medio de los disturbios raciales de Tulsa de 1921. La historia real es que cientos de supremacistas blancos llegaron al barrio de Greenwood, donde vivía la comunidad negra más rica de EU, para sacarles de sus casas y prender fuego a sus negocios mientras se cobraban la vida de lo que hoy se estima que fueron entre 150 y 300 muertos. ¿El detonante de la revuelta? Un editorial publicado el 31 de mayo de 1921 en el Tulsa Tribune titulado: «Atrapan a un negro por atacar a una niña en un ascensor».
Decía que la adolescente había sido víctima de lo que parecía un intento de violación, pero la realidad fue diferente. Dick Rowland, como cuenta The New York Times, era un limpiabotas de 19 años que simplemente dio un pisotón de forma accidental a la joven mientras entraba en el ascensor. Sin embargo, los gritos de esta atrajeron las miradas y las falsas acusaciones.
Lo que cuenta Watchmen es cómo este racismo, arraigado en los cimientos sociales e institucionales, está lejos de ser un problema del pasado y condiciona cómo entendemos nuestra historia actual, la cual damos por sentado que está escrita por hombres blancos. Lindelof juega justo con las expectativas del espectador y hace que el personaje de Justicia Encapuchada, fundador de los Minutemen, sea en realidad un superviviente de los atentados de Tulsa que decidió enfundarse en un traje para ocultar el color de su piel.
Además, la serie nos presenta como protagonista a Angela Abar, una agente de policía que vive una doble vida como la justiciera enmascarada Hermana Noche. Alguien que, pronto, comprueba cómo el jefe de la policía de Tulsa, a priori comprometido con la causa racial, escondía en el fondo de su armario un traje del Séptimo de Kaballería (una vertiente del Ku Klux Klan en el mundo de Watchmen).
Y es ahí donde se encuentra el racismo actual, a veces embadurnado bajo una capa de posverdad. Pero no quiere decir que no exista ni que la realidad, de nuevo, parezca ir a rebufo de la ficción. Una muestra de ello es la noticia que el propio Lindelof comentaba en su cuenta de Instagram y que parecía sacada del guion de su serie: la policía arrestó a un traficante de metanfetamina que guardaba un traje del Ku Klux Klan desde hace 60 años.
El peso del racismo institucional es el que también cargaba en Minneapolis sobre el cuello de George Floyd, asfixiado hasta la muerte bajo la rodilla de un policía blanco. Esta vez el motivo del altercado no lo desató un pisotón, sino el aviso de que estaba utilizando un billete falso de 20 dólares para pagar en un establecimiento. Su «no puedo respirar» se ha convertido, precisamente, en el grito de rabia contra la violencia policial contra las personas negras en Estados Unidos, con protestas que a lo largo de estos meses se han extendido a otras partes del país y del mundo, entre ellos España. En Seattle, de hecho, la policía que cargó contra los manifestantes por estas protestas vestía de forma perturbadoramente parecida a la policía de la ficción dirigida por Damon Lindelof.
RORSCHACH Y EL AUGE DE LOS HOMBRES BLANCOS CABREADOS
«La escoria acumulada del sexo y el asesinato crecerá como la espuma hasta llegarles a la cintura y todas las furcias y los políticos mirarán hacia arriba y gritarán: ‘¡Sálvanos!’. Y yo miraré hacia abajo y susurraré: ‘No'». Escribe Rorschach en su diario. El mismo texto que poco después publicaría el periódico ficticio de extrema derecha New Frontiersman, gracias a un becario que, sin saber bien qué escribir y ante las exigencias de su jefe, decidió coger lo primero que tenía sobre la mesa.
Años después, en la serie de Lindelof, un personaje diría: «No somos racistas, vamos a devolver el equilibrio a un país que parece haber olvidado sus principios fundamentales, porque la balanza se ha inclinado tanto que hoy es extremadamente difícil ser un hombre blanco en este país». Era el senador Joe Keen, tras quitarse la máscara de político sensato y descubrirse como el líder de la secta supremacista La orden del Cíclope.
Una organización que, para más datos, viste la máscara de Rorschach como símbolo de su carácter. Porque tras la suerte que corría en el cómic de Alan Moore, en la serie de Damon Lindelof el personaje también conocido como Walter Kovacs se convertía en un mártir para una comunidad que se consideraba oprimida.
En la ficción televisiva de HBO el personaje más controvertido y fascistoide del cómic original era un símbolo mal entendido. Y su diario «es en la serie el evangelio» para tipos «anónimos, pesimistas y reaccionarios», como explicaba Esther Miguel en Magnet.
Una suerte de pirueta no muy alejada de la realidad: Moore ha reconocido en más de una ocasión que concibió un personaje moralmente reprobable e intrínsecamente egoísta. «Le creé como figura que diese un mal ejemplo, pero ahora tengo a gente que me para por la calle y me dice ‘YO SOY Rorschach, y esa es MI historia’ , y pienso: ‘Ey, fantástico. Oye, perdona, ¿puedes por favor dejarme en paz y no volver a cruzarte conmigo hasta el final de mis días?’», afirmaba en 2008.
Muy a pesar de su creador, Rorschach sigue vivo en el subconsciente pop actual. Tanto que DC ya prepara una nueva secuela en cómic centrada en él. Un spin-off en viñetas del que se hará cargo Tom King, que afirma que será «muy político». Es más, «es una obra cabreada. Estamos cabreados todo el rato ahora mismo. Tenemos que hacer algo con esa ira», en sus propias palabras.
Esa ira conecta especialmente bien con un sentir latente en los Estados Unidos de hoy: el de los hombres blancos cabreados de los que hablaba el sociólogo Michael Kimmel en su ensayo sobre el tema, en nuestro país publicado por Barlin Libros.
El perfil al que Kimmel describe como ‘hombre blanco cabreado’, ha cristalizado en Norteamérica en movimientos reaccionarios de diversa índole: los Minutemen, grupos supremacistas, el Tea Party o los Activistas proderechos del hombre estarían entre los movimientos que se han visto beneficiados por este estado de indignación.
«Muchos activistas por los derechos del hombre creen que el hombre es la nueva víctima de discriminación», contaba el sociólogo ElDiario.es. «Es como si todo lo que ha conseguido la mujer en términos de igualdad hubiese sido a expensas del hombre. Lo ven como un juego de suma cero, en el que si las mujeres ‘ganan’, los hombres ‘pierden'».
«En el libro hablo de hombres que asesinan a mujeres porque creen que la mujer es la causa de su carencias, especialmente de afecto y sexo», explicaba Kimmel. Algo que no costará reconocer en el pasado de Walter Kovacs que narra el cómic original. «La idea del ‘incel’ [abreviatura de la expresión ‘involuntary celibate’] se resume en que la infelicidad de él es culpa de ella. Los ‘incels’ creen que no tienen lo que sienten que se merecen», apostilla.
En los últimos tiempos, además, Kimmel describía que algunos líderes políticos «han tratado de convencer a los ‘hombres blancos cabreados’ de que la causa de su infelicidad son los inmigrantes, las mujeres o las personas LGBT». Nos es muy fácil recordar las palabras que Rorschach escribía en su diario, llenas de resentimiento y odio hacia cada uno de estos colectivos.
De nuevo, Watchmen ha convertido el texto distópico en prácticamente un noticiario de actualidad, dotando a la ficción creada por Moore y la posterior serie de Lindelof de una capa añadida de profundidad. Una que sintoniza muy bien con los tiempos en los que parece que el Reloj del Juicio Final vuelve a hacer tic tac.