Rimbaud, pescador de estrellas (quinta parte)

08/08/2015 - 12:01 am

Rimbaud, de nuevo en Charleville, escribe a Izambard y a Paul Demeny, varias cartas en las que expone su teoría de la nueva poesía, y entre las que destaca la célebre carta del vidente, he aquí un fragmento:

“El poeta se hace vidente por un largo, inmenso y razonado desarreglo de todos los sentidos. Todas las formas de amor, de sufrimiento, de locura; él busca por sí mismo, agota en él todos los venenos para conservar sólo las quintaesencias. Inefable tortura en la que hay necesidad de toda la fe, de toda la fuerza sobrehumana, en la que él llegó a ser entre todos el gran enfermo, el gran el gran criminal, el gran maldito –¡y el supremo Sabio! Porque él llega a lo desconocido: ¡ Puesto que él ha cultivado su alma, ya rica, más que ningún otro! Llega a lo desconocido, y cuando, loco, termina por perder la inteligencia de sus visiones, ¡él las ha visto! ¡Que reviente en su salto por las cosas inauditas e innombrables:  vendrán otros horribles trabajadores: ellos comenzaran por los horizontes en los que  el otro se ha desplomado!»

Rimbaud habla aquí de una correspondencia que es apreciada entre las percepciones de los diferentes sentidos, con independencia del empleo de las facultades lingüísticas y lógicas y que retóricamente se le llama sinestesia. Las analogías de la sinestesia no están fundadas en ningún elemento aprehensible por un paso deductivo, tal relación no es un signo utilizable en la comunicación cotidiana; sin embargo el escritor tiene la posibilidad de familiarizar a su lector con un sistema de correspondencias que será la marca de su universo particular. Rimbaud utiliza el sistema mágico de la alquimia, que ya se puede percibir en “Las iluminaciones”.

A finales de agosto Verlaine recibe el poema de Rimbaud “El barco ebrio”, e invita a  su autor a visitarlo a París. Ya en la capital de Francia, los dos poetas viven juergas y borracheras continuas. Rimbaud alucina con mariguana. Verlaine, entusiasmado por la genialidad del joven poeta, lo presenta en los círculos literarios parisinos. Rimbaud conoce a Victor Hugo, colabora en los “pastiches” del álbum Zutique, asiste a las veladas de  “Les Villains Bonshommes”, pero por su carácter exaltado es rechazado de esos círculos. Súbitamente, en abril de l872 regresa a Charleville, donde da comienzo a sus “Iluminaciones”.

Con la poesía de Rimbaud no debemos reducir la palabra ‘sentir’ a la sensación o al sentimiento. Las imágenes de Rimbaud están entre el pensamiento y la sensación, el sentimiento y la idea. Nuestro idioma es insuficiente, tomemos una palabra prestada. Los japoneses usan la palabra ‘kokoro’, corazón: kokoro es el corazón y la mente, la sensación y el pensamiento y las mismas entrañas. No existe vocablo más adecuado si queremos referirnos a la poesía de Rimbaud, como muestra veamos algunas imágenes de “Las iluminaciones”, en las que sentimos el vértigo del ser arrastrado por la corriente aérea y  por la corriente acuática:

    En el confín del bosque –las flores del sueño tintinean, estallan, iluminan–, la  muchacha de labios naranja, cruzadas las rodillas en el claro diluvio que brota de lo  prados, desnudez que sombrean, atraviesan y visten los arcoiris, la flora, el  mar.

    A menor altura, están los albañales. A los lados, nada más que el espesor del globo. Quizás los abismos de azur, pozos de fuego. Es tal vez en esos planos donde se encuentran lunas y cometas, mares y fábulas.

   Maestros juglares, transforman el sitio y las personas y utilizan la comedia magnética. Los ojos llamean, la sangre canta, los huesos se alargan, las lágrimas e hilos rojos chorrean. Su burla o su terror duran un minuto, o meses enteros. Sólo yo poseo la clave de esta parada salvaje.

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Guillermo Samperio
en Sinembargo al Aire

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