Jorge Alberto Gudiño Hernández
08/06/2019 - 12:05 am
Firmar autorizaciones
«En estas últimas semanas se ha puesto sobre la mesa el asunto de que muchas de las autorizaciones de diferentes centros de investigación deben ser firmados por el presidente de la República».
Llevo un par de décadas dando clases en diferentes universidades. Entre las muchas anécdotas que se acumulan, recuerdo con meridiana claridad la queja de un rector. Debía firmar los diplomas de los egresados. Era un centenar el que se acumulaba sobre su mesa. Ya estaban previamente llenados y ostentaban el autógrafo de la secretaria académica, del director de carrera o de ambos. En realidad, la labor que tenía enfrente era simplemente mecánica: garabatear, una y otra vez, cada uno de los diplomas. Ni siquiera debía revisar que los nombres estuvieran bien escritos o, más complejo aún, cotejar con los historiales académicos de cada alumno. Eso ya lo había hecho alguien antes. Y, pese a eso, se quejaba: perdería la mañana entera plasmado su firma en esos documentos porque, eso sí, se tomaba el cuidado para que quedara bien hecha. Eso se repetía cada semestre.
Mi hermano es abogado y, cada tanto, debe renovar ciertos permisos para una empresa. Son legajos de más de cien cuartillas que van por quintuplicado y requieren rúbricas en cada página. A diferencia de las del rector, estos garabatos sí se hacen con prisa, pues a nadie le ocupa el asunto estético. Cuando recaba las firmas de todos los interesados, también se lleva buena parte de la jornada laboral. Y, al igual que en el caso universitario, tampoco es que lean el texto los abajofirmantes (o los margenfirmantes, valga el neologismo). Firmar es, a veces, un proceso tardado.
En estas últimas semanas se ha puesto sobre la mesa el asunto de que muchas de las autorizaciones de diferentes centros de investigación deben ser firmados por el presidente de la República. Yo tengo en mis manos, una del IPN y otra del INAH. Y sí, hasta abajo, tras los autógrafos de quienes se supone conocen los temas técnicos del viaje o de los recursos solicitados, hay un espacio para dicha firma.
Nuestra burocracia es famosa por su torpeza, por la duplicidad de trámites, por la poca eficiencia y menor diligencia. Pocos son los trámites expeditos y muchas las esperas de los usuarios. Imaginar que, un buen día, le llegan al presidente decenas, cientos o miles de autorizaciones que firmar, me parece ridículo. No sólo porque estos documentos deberán esperar el momento propicio para ser firmados: cuando el presidente se desocupe, cuando tenga ánimo, cuando esté en la oficina correcta, cuando no vaya en tránsito y demás. También, porque algo hace sospechar que él no sólo querrá estampar su firma sino leer el expediente adjunto para evaluar si el viaje en cuestión está justificado y vale la pena.
Se puede decir que su firma ya es sólo un trámite, que alguien más ya valido la información y constató la importancia del recurso solicitado. De ser así, ¿para qué se necesita entonces la firma del presidente? Si tiene subalternos que se encarguen de esas tareas, resulta ridículo pensarlo en la noche, tras una larga jornada, frente a la mesa de su comedor sacando los pendientes del día. Pendientes que, bien vistos, no son prioritarios para el país (al menos no en lo individual), así que dejar su tiempo y energía para ellos se vuelve absurdo.
Si, por el contrario, no confía en quienes autorizan dichas solicitudes, la cosa se pone peor. Y ése es el reflejo de muchas cosas que suceden en su administración. Él es el presidente, debe aprender a delegar y, para ello, la confianza es un primer paso. Es probable que muchos lo vayan a defraudar, es cierto, pero bastará con sustituirlos cuando eso suceda. En verdad, la encargada de revisar los historiales académicos o quien redacta los contratos están haciendo bien su trabajo. Y, aunque es mucho más delicada la gobernanza de un país que la de una empresa o una universidad; es más grave equivocarse a la hora de entregar un título o de hacer un contrato millonario, que cuando se autoriza una pernocta de seis noches en lugar de cinco.
El tiempo es finito. Quien gobierna, debería ocuparlo sólo en lo más relevante. Para el resto, que se construyan equipos sólidos. Nadie está capacitado para hacerlo todo.
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