Raúl Varela vio que los menores desarrollan un fuerte vínculo con los perros porque suelen ser pacientes y resisten los comportamientos de los pequeños.
SANTIAGO DE CHILE, 8 de mayo (AP).- Cuando Diego Rosales, un niño con autismo, tenía poco más de cuatro años y le estaban saliendo los dientes, un odontólogo, tres enfermeras y un enfermero trataron de mantenerlo quieto en el sillón para revisarlo. Fue imposible.
“Me muerde mucho, no lo puedo revisar”, le dijo el dentista a Verónica Narváez, su mamá.
Las visitas al dentista se volvieron un sufrimiento. “La última vez, (al) ver tantos enfermeros arriba de él como si fuera un monstruito, yo dije ‘No’”, contó Narváez a The Associated Press. En una ocasión en 2016, recordó, su hijo se fue a dormir y se movió por horas un diente hasta que se le cayó con tal de evitar ir al odontólogo.
Familiares de niños autistas dicen que llevarlos al odontólogo es un suplicio: les molesta la luz sobre el sillón, la vibración del taladro, que les invadan su espacio; no quieren abrir la boca y muerden.
En Chile, Raúl Varela, de 52 años y quien también tiene un hijo con autismo, comenzó a aplicar hace unos años una técnica inédita en el país y que ha dado resultados positivos para varias familias: el uso de perros de terapia que acompañan en todo momento a los pequeños durante sus visitas al dentista.
A Diego, que ahora tiene nueve años, le presentaron hace poco a “Zucca”, una labradora negra entrenada por Varela. Y las idas al dentista cambiaron.
Un día reciente, Diego llegó al consultorio donde ya lo esperaba “Zucca”, que se tendió sobre sus piernas todo el tiempo. El pequeño pareció no percatarse cuando lo anestesiaron y le sacaron un diente, el que al final recibió cual trofeo en una caja con forma de ratón.
Jennifer Puglisevich, una psicóloga de la Universidad de Chile, dijo a la AP que los niños diagnosticados con autismo se caracterizan por tener dificultades para comunicarse e interactuar.
Sin embargo, Varela vio que los menores desarrollan un fuerte vínculo con los perros -especialmente con las hembras- porque suelen ser pacientes y resisten los comportamientos disruptivos y a veces agresivos de los pequeños.
Hace una década, Varela compró a la “Negra”, una labradora de entonces 11 meses, para que estuviera con su hijo Raúl. Fue entrenada y adaptaron un arnés para unir a ambos y que ayudara a contener al pequeño cuando, por ejemplo, intentara salir de la casa.
Varela vio que “Rulo”, como le dicen a su hijo, empezó a tranquilizarse tras convivir con “Negra”, sobre todo después de que comenzaron a dormir juntos.
Entonces decidió dejar su trabajo de 30 años en Wal-Mart y se dedicó a estudiar hasta certificarse como entrenador de perros de terapia para niños autistas por la organización española Bocalán. Con el tiempo, Varela preparó a “Zucca” para acompañar a los niños al dentista.
“Zucca” ya estaba entrenada para estar con niños autistas, pero ir al dentista era algo distinto: debía soportar los gritos, el ruido del taladro y permanecer en el regazo de los menores aunque les tiraran el pelo, las orejas o la apretaran.
Sus hijos menores le ayudaron. Le pedía a uno de ellos que se tendiera en el suelo y ponía a “Zucca” sobre él, 10 minutos, 15, 20. Luego trasladó el ejercicio arriba de un sillón.
Creó la Corporación Junto a Ti, una organización sin fines de lucro, que hoy cuenta con seis entrenadores e igual número de labradoras preparadas para ir al dentista. Otras tres perras Golden Retriever están siendo entrenadas ahora como canes de terapia.
Sólo tiene hembras y cada una tiene asignada a un paciente. “Ellas generan un apego más natural, son menos dominantes y más suaves que los machos”, dijo.
Desde hace cuatro años la Corporación trabaja con una consulta dental que la Universidad de Los Andes tiene en la apartada comuna de San Bernardo. Es el único lugar en Chile donde trabajan con los perros de terapia para apoyar a los niños autistas en el odontólogo. Hasta ahora se han atendido a cerca de 50 niños.
La clínica sólo atiende un viernes al mes y las perras de la Corporación apoyan hasta seis niños por día. El lugar paga el equivalente a 67 dólares por el uso de cada perro, pero los costos para los pacientes depende de los ingresos familiares y hay una lista de espera de más de 300 niños de todo el país.
Andrea Ormeño, odontóloga y profesora del plantel en San Bernardo, dice que los perros hacen que los niños ingresen a la sala sin problema. “Son guiados por el mismo perro, entonces se sienten en compañía y en tranquilidad”.
El programa de asistencia con perros ha hecho que los niños sean atendidos en forma convencional y que no tengan que ser anestesiados por completo, lo cual puede costar hasta 1.500 dólares, dice Ormeño.
Últimamente, además de los pequeños con autismo, se atiende a niños con otras discapacidades como agenesia del cuerpo calloso, un defecto en la estructura que conecta los dos hemisferios del cerebro que ocasiona un retraso mental grave. Una de esas pacientes es Rayén Antinao.
Tiene 9 años y no habla, pero cuando hace poco vio a “Zucca” a la entrada de la consulta, empezó a emitir sonidos agudos que la madre y la doctora describieron como manifestaciones de alegría.
Ya en el sillón dental, dos doctoras revisaron a Rayén y mientras le limpiaban su dentadura y le explicaban a su madre cómo hacerlo en casa, la pequeña tomó las patas de “Zucca” que no dejó de moverle la cola. Durante todo el proceso la labradora no retiró sus extremidades del estómago de la niña, que siguió emitiendo sonidos de felicidad.
Diego ha vuelto al dentista y ahí está “Zucca”. La labradora acurruca su cabeza en los muslos del niño, que la mira con ojos brillantes, le acaricia la cabeza y le toma las extremidades delanteras. No puede hablarle porque está anestesiado.
A unos pasos de “Zucca” está “Mayra”, otra labradora negra que está terminando su entrenamiento acostumbrándose al ruido de la consulta dental, especialmente al del taladro.
La sesión concluyó, pero Diego continuó acariciando a “Zucca”. Dijo que su pelo era suave y parecía no querer apartarse de ella.
Atrás quedaron los dramas.
“Ahora él pregunta, ‘¿y cuándo vamos a ir al dentista, ¿y cuándo me van a ver los dientes’”, dijo Narváez, la mamá de Diego.