«Jony» fue secuestrado durante 14 días por al banda de «Los Arturines», cuyos integrantes tienen menos de 25 y que operan en Veracruz. Durante su encierro, relató, le dieron de comer sólo tres veces para evitar que fuera al baño y escapara. Como profesor le era imposible pagar los 4 millones que exigían a su familia para liberarlo.
«Pide que te apoyen con una cooperación, cada alumno tuyo, 50 pesos, y sus papás, 50, y los alumnos de tus amigos y compañeros de clase y así se van juntando una buena feria, como medio millón», le decían sus plagiarios. Finalmente fue liberado: la familia de «Jony» vendió sus pertenencias y se endeudó y pagó una cifra que en «nada se acercaba» a lo exigido.
El último reporte del Secretariado Ejecutivo para el Sistema Nacional de Seguridad Pública ubica a Veracruz en el segundo lugar en secuestros, en el sur, se cometen al menos la mitad, Jony ya lo sabía.
Por Ignacio Carvajal
Veracruz/Ciudad de México, 8 de abril (Blog/Expediente).– “Jony” burlaba obstáculos en calles y callejones de un municipio del sur de Veracruz.
Faltaba poco para las 8:00 P.M. y Jony regresaba a casa después de tomar el café con amigos, maestros como él.
Cuando se aproximaba a su destino, sintió el golpe de la camioneta que lo proyectó varios metros y lo tiró de la moto. Del impacto, se le dislocó el hombro. El dolor no llegaba. Sentía la adrenalina por ver la cara de quien lo había topado y partírsela a golpes.
«De pronto sentí unas manos sobre mi espalda, “párate, jálale”, me ordenó. Como no podía conmigo, bajaron otros tres y me arrastraron mientras yo gritaba desesperadamente.
Jony no se lo imaginaba. Pensó mil cosas. Una confusión tal vez. Su última opción era el secuestro. ¿De dónde iba a sacar dinero la familia de Jony para un rescate?, se repetía
Jony en esos segundo que duró su “levantón”. Entre los cuatro sujetos no podían subirlo la camioneta, que arrancó su marcha golpeando las banquetas, así durante unas ocho cuadras, “yo iba con la mitad del cuerpo de fuera. No podían conmigo”.
Jony muestra hendiduras en el cráneo que asemejan la superficie promedio de las carreteras del sur de Veracruz. Son cachazos de pistola, “me daban y me daban para doblarme y no podían. Después de diez cachazos, dejé de contar”, dice.
“Como vieron que no podían ni con eso, me metieron la chicharra. Tres cabrones me la ponían, bien pegada, hasta que les dije ya, me doy, me esposaron y lo último que recuerdo es yo entrando, cargado por esos tipos, a una casa de interés social.
«Dentro me amarraron pies y manos, a parte esposas. Me colocaron un vendaje en los ojos y cerraron la puerta de un cuartito en donde me arrojaron. Hacía frío y olía horrible.
No me dijeron mucho. Sólo que era un secuestro y que me dejarían a mi “ángel guardián” para que me cuidara.
LA PRIMERA NOCHE
Jony estaba en manos de una banda de secuestradores, los temidos “Arturines”, lidereados por Ifgy Arturo Pérez Gómez, de 22 años, alias «Nacho» o «Dory». Originario de Jáltipan, lejos de seguir el camino del estudio y el talento que caracteriza a los pobladores de este lugar, como muchos, y muchas, Dory se volvió el terror de empresarios, comerciantes, maestros, y todo quien a quien le pudiera quitar algo a cambio de su libertad, vida o tranquilidad.
¿A los 22 años líder de una banda de secuestradores?, eso se pudo constatar con fuentes oficiales. ¿Cómo llegó al mando a tan corta edad?, “los que secuestraban antes, los más viejos, de la primera escuela, o están muertos o tras las rejas. Sólo quedaron los chamacos que se quedaron con las armas y las ganas de ser ellos los jefes”, cuenta un especialista en tema de secuestros en el sur, en anonimato.
Así, la mayoría de los integrantes de la banda de Dory eran menores de 25 años. La primera vez que agarraron a Dory, tenía un secuestrado. La detención estuvo a cargo de la
Unidad Especializada contra el Secuestro (UESC) y elementos de la Procuraduría General de la República (PGR). Pero el juez que recibió a Dory y a algunos de su banda, pensó que sus derechos habían sido violados y los puso en libertad de inmediato. Ni un mes había pasado de su primera detención y liberación y Dory y su banda regresaron a lo mismo. El secuestro, y el 21 de marzo pasado resultó preso de nuevo, otra vez con un secuestrado bajo su custodia. Ese día cayeron ocho de su banda.
La Fiscalía General del estado lo pescó con el resto de su banda, entre ella dos mujeres y un bebé de meses de nacido, se sabe, hijo de uno de los integrantes de esa organización criminal.
De nueva cuenta, Los Arturines están en la cárcel, y pasarán ahí un año mientras dura el proceso.
El último reporte del Secretariado Ejecutivo para el Sistema Nacional de Seguridad Pública ubica a Veracruz en el segundo lugar en secuestros, en el sur, se cometen al menos la mitad, Jony ya lo sabía.
«Desde que comenzó la violencia a desbordarse, y por lo mismo de mis clases, me puse a seguir el movimiento de Javier Sicilia, el poeta al que cobardemente le mataron un hijo y consolidó el movimiento por La Paz. Leo todo lo que escribe y conozco todas sus obras.
«En esos momentos de terror para mí, sus frases me ayudaron a superar el horror en el cual estaba.
«Sabía que estaba pasando, que me cuidaban unos perros malditos en sus manos, el coraje me sostenía, pues mi cuerpo estaba quebrado», dice.
Jony no soportaba el dolor del hombro dislocado, los golpes en la cabeza y otras partes del cuerpo sangrantes.
«Me arrumbaron en el cuarto, no me dejaron bañarme, ni me dieron de comer, me llenaron de insultos y pasé la peor noche de mi vida, pidiendo a Dios por mi vida y por mi familia», recordó.
En medio de ese cuarto oscuro, relata mientras humedece los labios, conoció el terror por el cual han pasado cientos víctimas en Veracruz. Por fin conocía el lado más oscuro y sórdido del sur de Veracruz. Se encomendó al creador y pidió por su familia.
«Me preguntaba si me iban a ejecutar, si arrojarían mi cuerpo al monte, a la carretera, si pararía en una fosa clandestinas de esas que constantemente salen en las noticias», dice.
La primera noche no logró jamás pegar los párpados. El dolor del desgarre en el hombro lo mantenía al borde de la vesania. Las manos amarradas, ni si quiera podía rascarse comezón por la sangre escurriendo de la cabeza por el rostro.
ADEMÁS
NO LES DI LÁGRIMAS
Llegó el cuarto día del secuestro. No le habían dado de comer, apenas una pastilla para mitigar el dolor del hombro lastimado y con las cuales pasaba largas horas dormido.
«No te preocupes, una vez que tu familia pague, eso se te quitan con el jalón, hay que echarle ganas para que esto salga bien», le decía a Jony un sujeto, su cuidador, quien «decía que era su ángel guardián».
Un día llegó el jefe de la banda, era un niño, lo supe por lo delgado de su mano. Me saludó y con la mía la cubrí completamente. También al resto de sus cómplices.
«Amigo, necesitamos que esto se mueva, tu familia no se está movimiento, no te quieren, eres un pinche perro, al que su familia no quiere ni le importa. Hay que moverse», recordó que le decían.
Habló el «ángel guardián»:
«Mira, tú no debes nada, me caes bien, por favor, hay que acelerar esto, nosotros no queremos matarte, sólo buscamos dinero. Que paguen y ya».
«Me decían todo eso para doblarme, para que les rogara y les dijera ‘sí, sí, ya, le llamaré a mi familia para que paguen y logren su dinero pero por favor no me maten’, pero no, pinches perros, no les di ese gusto. Jamás».
Si me quieren matar -les dije- mátenme a la verga, de una vez. Pero les pido una cosa: dejen mi cuerpo en donde mi familia me pueda encontrar. No me hagan pedazos ni me lancen a una fosa. Quiero que me hagan mi velorio con todos sacramentos.
«No, como te vamos a matar, no es así, sólo queremos el dinero. Mira, eres maestro, manda mensaje que te apoyen con una cooperación, cada alumno tuyo, 50 pesos, y sus papás, 50, y los alumnos de tus amigos y compañeros de clase y así se van juntando una buena feria, como medio millón», volvían a decir.
LO LIBERARON
«A veces pensaban que por tanto golpe, me habían dejado loco. Me preguntaban mi nombre, que dónde me habían agarrado, y en qué día estábamos. Yo les respondía todo. Me dejaron el coco abollado de tanto cachazo, pero no estoy loco».
En esos 14 días, Jony apenas comió tres veces… al baño, «me mandaban esposado, gateando, a hacer en una cubeta».
Los secuestradores reducen la alimentación a las víctimas para evitar llevarlos constantemente a evacuar, «si haces algo, te mato hijo de la chingada, me decía el ‘Ángel guadían’ cuando, con una pistola en la cabeza, me llevaba a orinar».
«Una vez me dieron de comer huevo, luego restos de tacos y una mitad de una torta de jamón. No más. Tampoco yo les pedí mucho, quería matarlos, pinches perros. Me pidieron unos datos personales, pruebas de vida para mi familia, ellos ya estaban por pagar el rescate, no eran los 4 millones solicitados, en nada se acercaba, pero lo tomaron sin quejarse. Se vendieron cosas, la familia quedó endeudada, pero el dinero salió», recuerda.
«Te vamos a quitar las esposa, si haces una pendejada, te mato», le decían los captores a Jony cuando ya lo iban a subir a una camioneta para sacarlo de ese encierro.
«Salimos de Acayucan en un coche, me di cuenta, me llevaron por las comunidades y por allá le lanzaron a la maleza en una parcela. “Acá te quedas, puto, y si volteas o haces una pendejada, por ahí viene uno en un amito, que te va matar”, fue la última advertencia y se marcharon.
«Me dejaron descalzo, con una camisa hecha jirones, vi la luz, y comencé a correr hacia ella. Llegué a un pueblo, lo conocía. Me encontré a unos amigos, jugaban baraja, yo totalmente ido, un poco aturdido por la reacción. Me dieron un trago de coca y un cigarro. Los dejé y seguí caminando.
«‘Oye, yo te conozco’, me dijo una chica a quien respondí: ‘tú me conoces, pero yo a ti no’, me dijo que no tuviera miedo, me tomó de la mano y me metió en una casa. Era de una tía, ‘hijo, bendito Dios, estás vivo, ven-ven, llama a tu casa’. Eso hice, llamé a mi familia, y ahí si me quebré. Comencé a llorar y a dar gracia a Dios, saqué todo, ese odio se convirtió en lágrimas de agradecimiento. Estaba vivo, había sobrevivido al secuestro. El dolor del hombro ni si quiera los sentía. Jamás olvidaré la imagen de la señora cuando me abrazó y me besó. Me sentí renacido».