Jorge Alberto Gudiño Hernández
08/04/2017 - 12:00 am
Cien años de Rulfo
Comala es mucho más grande que cualquiera de los supuestos defensores de su nombre.
Este año se conmemora el centenario del nacimiento de Juan Rulfo. A diferencia de muchos otros autores —premios Nobel incluidos—, casi nunca se escucha una voz disonante respecto a su obra. No, al menos, en lo concerniente a sus dos libros fundamentales: “Pedro Páramo” y “El llano en llamas”. Es casi imposible hallar un texto crítico serio que encuentre a sus libros deficientes. Tal vez sea por la brevedad de su obra escrita pero el caso es que es impecable. No es difícil concluir, entonces, que muchas instituciones quieran sumarse a un homenaje más que justificado (aclaro: a mí no me entusiasman este tipo de eventos).
Los herederos de Juan Rulfo fueron los encargados de establecer la fundación que lleva su nombre. Una fundación que, se supone, estaría dedicada a la promoción de una obra que, en realidad, no requiere de mayores apoyos. Algo se ha trastocado en su camino pues parece que han preferido esgrimirse como censores. Ya hace algunos años obligaron a la FIL de Guadalajara a quitarle el nombre de Rulfo al premio más importante que otorgaban. Tal vez la razón (lo ignoro de hecho) es que la feria se aprovechaba de la fama del escritor. Así que el premio cambió de nombre, ahora es el FIL en lenguas romances. Y no ha habido menoscabo. Al menos no en estos años.
Hace unos meses la fundación envió una carta para pedirle al gobierno que no hubiera homenajes institucionales. Proponía, en cambio, que el dinero que se fuera a gastar en dichas celebraciones se utilizare para repartir becas o algo por el estilo. En esencia, el argumento sonaba tanto plausible como loable; sobre todo en un país que sabe de dispendios innecesarios. Pese a ello, también resultaba autoritaria la petición. A fin de cuentas, contar con los derechos intelectuales de la obra de Juan Rulfo no quiere decir ser dueños de su memoria.
Hace un par de días las cosas llegaron al extremo. Pese a haber acordado con la Coordinación de Difusión Cultural de la UNAM una serie de eventos en el marco de la Fiesta del Libro y de la Rosa que comienza en un par de semanas, comunicaron que se bajarían del barco. El pretexto, absurdo: en el marco de la festividad se presentará el libro más reciente de Cristina Rivera Garza, “Había mucha neblina o humo o no sé qué”. Es un libro híbrido que, cuando menos, puede leerse como un homenaje a Juan Rulfo aunque, claro está, su voz no ha sido autorizada por la mentada fundación.
A mí me parece bien que alguien quiera defender la imagen de su padre, de su madre, de su familia o de sus amigos cercanos. También, que existe un interés comercial para los herederos de un escritor. Es algo lógico a lo que no se tiene por qué renunciar. Lo que me resulta ridículo es que dichos herederos se arroguen el derecho de decidir quién puede y quién no decir determinadas cosas sobre una obra que, por fortuna, los trasciende. Tan es así, que imagino que al propio Rulfo le interesaban más las diferentes lecturas que podían tener diversas personas sobre su obra, que obligar a una interpretación única y anquilosada de sus palabras.
No quiero, ahora, caer en el sospechosismo barato. Así que no me sumare a quienes sostienen que todos los actos de la fundación responden a un interés económico (la FIL no les daba dinero por el uso del nombre, no se les pagará por los homenajes…). Prefiero pensar que es mera cerrazón a una intencionalidad que, pensándolo bien, no sería nada barata.
El alcance de la fundación es limitado. Quizá sean capaces de retirar el nombre de Rulfo de un premio pero no pueden impedir los homenajes venideros. Quizá tengan el poder para entablar demandas a diestra y siniestra pero son incapaces de boicotear las lecturas. Quizá puedan hacer ruido pero no pueden imponer sus interpretaciones. Dicho lo cual, aprovechemos el pretexto para releer a Rulfo. Su obra, en verdad, es maravillosa y trascenderá, sin duda, a la fundación que lleva su nombre y a sus herederos. Comala es mucho más grande que cualquiera de los supuestos defensores de su nombre.
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