En 1997 se estrenó la ahora clásica película Juegos de placer (Boogie nights, por su título en inglés). En ella se ve cómo un joven, Dirk Diggler, ingresa en la industria de la pornografía, asciende en ella hasta la cima y luego, debido a una mala jugada del destino, cae hasta el fondo del desbarrancadero. El joven, proveniente de una familia disfuncional (una madre alcohólica y un padre indiferente) escapa de casa y cae en los brazos del director porno Jack Horner, quien lo lleva al estrellato, para luego dejarlo a la deriva. Esta película me recordó el escándalo desatado hace unos días por la polémica periodista Carmen Aristegui, quien abrió la cloaca de la dirigencia del PRI en el Distrito Federal. De la cloaca emergió Cuauhtémoc Gutiérrez de la Torre, ahora ex líder del PRI capitalino, y su presunta red de prostitución enmascarada como agencia de edecanas y modelos coordinada por Priscila Martínez González, alias La Enganchadora. Esta red de prostitución estaba presumiblemente al servicio del Rey de la Basura Jr. y, nadie lo dudaría, de más miembros del priismo nacional. Las similitudes con Juegos de placer, por tanto, son evidentes. Está ya perfectamente documentado cómo el PRI fue convirtiendo en una estrella dentro de su partido a Gutiérrez de la Torre, aun cuando conocían su origen y el origen de su propio padre, sólo por lo que éste representaba electoralmente. Lo encumbraron (a él y a sus oscuros negocios, porque es imposible que las bases priistas no los conocieran) y, de no ser porque salió todo esto a la luz pública y, sobre todo, por los recalcitrantes enemigos que se fue haciendo dentro de su propio partido, habría llegado a ser no sólo presidente del PRI capitalino sino, incluso, jefe de gobierno del Distrito Federal. Al final de Juegos de placer, el joven Diggler vuelve, completamente derrotado, a casa de Jack Honer suplicándole ayuda. Jack Honer tiene dos opciones: hacerlo volver por donde vino o abrazarlo y darle otra oportunidad. Opta por lo segundo, pero no se sabe muy bien si porque al fin ya era “parte de la familia” y compartía con él más de un vergonzante secreto o si, por el contrario, porque lo necesitaba otra vez para levantar el negocio, pues su nuevo actor no había cumplido las expectativas. Gutiérrez de la Torre está ahora en el mismo umbral de la puerta en la que suplicaba ayuda el fracasado Diggler. Quienes dirigen su película tiene dos opciones también: darle una oportunidad, si las circunstancias electorales así lo requieren, o, por el contrario, sepultarlo para siempre en el basurero de donde, según dicen, provino. Ya veremos.
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