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Hugh Glass y la verdadera historia de El Renacido

08/02/2016 - 9:00 am

El renacido, la última película de  Alejandro González Iñárritu cuenta la historia del legendario Hugh Glass: marinero, pirata, indio pawnee, aventurero, cazador, guía, trampero y cabrón vengativo. Un personaje del folcore  estadounidense cuya verdadera historia resulta tan increíble, o más, que su adaptación al cine.

Por: Francesc Miró

Ciudad de México, 8 de febrero (SinEmbargo/El Diario.es).– La película que más nominaciones acapara en los Oscar este año está basada en una leyenda del siglo XIX, arraigada en el imaginario americano de los estados del medio oeste. Digo leyenda porque algunos historiadores lo han considerado un personaje de ficción dado lo increíbles que resultan algunos episodios de la vida de Hugh Glass. Pero como ya sabemos, la realidad siempre supera la ficción. Y si la historia de El renacido sucedió en algún momento, fue más o menos así. Esta fue la vida de Hugh Glass, así que sí, este artículo puede contener spoilers.

DE PIRATA A INDIO PAWNEE 

Foto Facebook the Revenant Movie
Foto Facebook the Revenant Movie

Dónde nació y cómo fue la juventud de Hugh Glass es, aún hoy, un misterio no del todo esclarecido. Algunos historiadores apuntan a que pudo haber nacido en Pensilvania, alrededor del 1783, pero nadie asegura nada. De hecho, hay quién cree que Glass forjó su leyenda con buena mano y mejor elocuencia: tenía una habilidad portentosa para contar historias, así que pudo haberla usado para inventarse sus propias aventuras. Nadie se lo reprocha hoy, si fuera el caso.

Si no lo fuera, se podría considerar que los primeros escritos que hablaron sobre él fueron las memorias de George C. Yount, primer colono permanente de origen europeo en el valle de Napa y hombre de poderío en su tiempo. Yount conoció a Glass una noche de invierno y, a la luz de la lumbre, éste le contó que había sido marinero en un barco estadounidense pero que surcando las aguas del golfo de México, fue secuestrado por el famoso pirata francés Jean Lafitte. Éste le dijo, amablemente, que tenía dos opciones: o unirse a su banda o morir. Y claro: Hugh Glass se convirtió en pirata.

Durante un tiempo, Glass vivió como tal e hizo todo lo que un pirata hace. Pero aquella no era la vida que deseaba y no podía soportar las atrocidades que veía perpetrar a sus camaradas allá dónde iban. Él era un hombre de honor, o así lo definen historiadores como John Myers Myers, que en su libro The Saga of Hugh Glass: Pirate, Pawnee, and Mountain Man (1963), cuenta cómo Glass hizo amistad con otro marinero y cómo juntos empezaron a escaquearse, cuando no boicotear, las acciones de la banda. Al poco tiempo se les condenó como “no aptos” y fueron apresados por Lafitte a la espera de un “juicio pirata”.

Una noche, toda la banda del pirata abandonó su barco para celebrar en tierra un golpe, dejando a Glass y a su amigo solos en la embarcación. Para cuando volvieron, ambos habían escapado nadando dos millas hasta la costa de Luisiana y adentrándose en tierras dominadas por tribus indígenas, en guerra contra los invasores.

En su camino, de más de mil millas por territorio hostil, no se encontraron con ninguna tribu Comanche, Osage ni Kiowa que les arrancasen la cabellera gustosamente. Por el contrario, fueron a topar con indios pawnee, que no mataban a sus víctimas ni coleccionaban sus cabelleras, sino que los quemaban vivos en sacrificio a sus dioses. Según Myers Myers, Glass tuvo que ver cómo su compañero era quemado vivo y su supervivencia no fue otra cosa que una jugada macabra del destino: cuando estaban despojándole de sus ropas para ser sacrificado, Glass sacó de su pecho una pequeña bolsa (de contenido no del todo claro) de color bermellón, un color que los pawnee consideraban sinónimo de valentía. El hecho fascinó al jefe de la tribu, que no sólo le perdonó la vida sino que le aceptó como uno más. Y así Glass se convirtió en indio pawnee. Durante años el ex-marinero y pirata renegado vivió pacíficamente con la tribu que le había adoptado, llegándose a casar con una indígena, aunque nunca tuvo hijos con ella.

DE INDIO A GUÍA EXPERIMENTADO

Foto Facebook the Revenant Movie
Foto Facebook the Revenant Movie

Al cabo de unos años, Glass abandonó la pacífica aldea de su tribu en busca de fortuna. Su pasado como pirata, su experiencia como integrante de los pawnee y su conociminto profundo de la tierra y sus características le mantuvieron ocupado un tiempo como guía y cazador para comerciantes estadounidenses. Por aquél entonces, fue contratado por el general William H. Ashley y el mayor Andrew Henry (interpretado en la película de Iñárritu por Domhall Gleeson) en la Rocky Mountain Fur Company, una compañía expedicionaria que comerciaba con pólvora y otros materiales en los que la región era rica.

Aquella riqueza había sido patrimonio de la tribu indígena de los Arikara, comerciantes y agricultores de maíz, tabaco, pólvora, caballos y otros materiales que vivían allí mucho antes de que Ashley y Henry pisasen sus fronteras. Su situación estratégica, a orillas del río Misuri, les convirtió en la tribu más rica gracias al trueque entre indígenas. Y su situación no iba a cambiar por culpa de los recién llegados. Después de varios tira y afloja, los Arikara declararon la guerra abierta a los invasores y la Rocky Mountain Fur Company perdió, durante sucesivas escaramuzas, a casi todos sus hombres. Glass guió por las montañas y por senderos casi desconocidos a los hombres de Ashley, ayudando a hacer comprender a sus jefes que tenían que abandonar el río Misuri como fuente de comercio y guiando a sus hombres lejos de tribus hostiles.

DE GUÍA A CADÁVER INCAPAZ DE MORIR

Foto Facebook the Revenant Movie
Foto Captura De Pantalla

Tanto Myers Myers como el novelista Michael Punke, autor de The Revenant: A Novel of Revenge (2002), novela en la que se basa mayormente El renacido, fechan a principios de septiembre de 1823 la muerte y resurrección de Hugh Glass a manos de un oso pardo. De haber muerto entonces, habría abandonado este mundo con cuarenta años y más aventuras de las que ninguno de sus compañeros de viaje podía contar. Pero el destino, caprichoso de nuevo con la vida de Glass, le tenía preparados otros planes.

Así fue como una mañana se adelantó a su tropa para inspeccionar el terreno y, de paso, descubrir si en aquella zona había algo que cazar. La suerte quiso que caminase demasiado cerca de la madriguera en la que dos cachorros de oso pardo y su madre intentaban dormir. Asustada por la proximidad del humano, la osa se abalanzó sobre Glass enzarzándose en una batalla que las leyendas locales cuentan épica. Alertados por los gritos de nuestro héroe, los hombres de Henry fueron a su rescate pero para cuando llegaron, Glass había sufrido heridas gravísimas de las que, prácticamente, era imposible recuperarse.

A pesar de todo, Henry ordenó que se cargase el cuerpo de Glass mientras éste aún estuviese con vida y, durante dos largas y tediosas jornadas, los hombres lo llevaron a través de bosques y montañas. Pero la lentitud con la que la compañía marchaba ponía en peligro la vida de todos y, ante la obstinación por no morir, el comandante tuvo que improvisar: dos personas se quedarían con Glass hasta que éste falleciese y le darían un entierro cristiano. A cambio de ochenta dólares, claro.

Aquellos dos hombres fueron John Fitzgerald, a quién da vida Tom Hardy, y el integrante más joven de la compañía, James Bridger, interpretado por Will Poulter. Se cuenta que le velaron unos no poco peligrosos cinco días con el inminente peligro de ser atacados por los Arikara, sin apenas alimento que llevarse a la boca y el frío calándoles los huesos. Sin embargo, Glass seguía incapaz de morir. Fue entonces cuando los dos vigías acordaron dejar el cuerpo de Glass a su suerte y escapar para buscar al resto de la compañía o, al menos, no morir.

DE CADÁVER A LEYENDA

Foto Facebook the Revenant Movie
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Un muerto no necesita armas. Así que sin arma alguna, sin alimentos a mano y con el cuerpo terriblemente herido, Hugh Glass se las apañó para sobrevivir al abandono de sus compañeros e ir recuperándose de sus heridas. Se alimentó de insectos, serpientes y plantas comestibles e incluso se dice que comió restos de un búfalo que unos lobos no habían terminado de devorar. Y, con el tiempo, Glass pudo incorporarse, caminar y cazar. Había renacido y su único motivo para seguir viviendo era vengarse de los dos hombres que le habían abandonado.

Así se forjó una leyenda que cuenta que recorrió casi cuatrocientos kilómetros cojeando hasta dar con una aldea de la tribu de los Lakota, habitada por gentes con las que trabó amistad. De ellos consiguió una barca con la que descendió las aguas del Misuri en busca de Fort Kiowa, donde debían estar las dos personas que pagarían por haberlo dejado a su suerte.

La historia folclórica estadounidense termina con deuda de honor y recompensa por el agravio, como toda buena historia debería acabar. Glass encontró primero al más joven, pero le perdonó la vida. Entre lloros, saliva y flema, el bueno de Bridger le contó que todo había sido un plan de Fitzgerald, y que él se habría quedado a velarle, pero que nadie creía que fuera a sobrevivir. Pero allí estaba, y su venganza tenía ahora un solo destinatario.

DE LEYENDA A CADÁVER

Sin embargo, para cuando Glass encontró a Fitzgerald, éste formaba parte del ejército americano. Eso significaba que debía su vida a la causa. Así que, en compensación por no rebanarle el pescuezo y por el agravio que había sufrido, el ejército le dio la suma de trescientos dólares, con los que empezaró una nueva vida en Nuevo México. Pero ni allí estuvo bastante tiempo: después de dedicarse durante una temporada a la caza y al comercio, viajó hasta Taos, donde fue herido por una tribu Shoshone cuando intentaba regalar carne de castor a una joven. Cuando se recuperó de la herida regresó a la región de Yellowstone dónde siguió dedicándose a la caza.

Pero todas las leyendas tienen finales tristes, y a menudo, bastante mundanos. No hubo épica ni funeral para Hugh Glass. En la primavera de 1833, él y dos hombres más partieron a una expedición en busca de castores, la última. A pesar de los años, los Arikara aún estaban en guerra con el hombre blanco y fueron ellos quienes le dieron aquello que ni Jean Lafitte, ni los indios pawnee, ni un oso pardo supieron darle.

Días después, un hombre de la compañía de Ashley, la misma para la que Glass había trabajado años atrás, encontró los cadáveres de tres cazadores fusilados sobre la nieve. Ninguno de los tres tenía cabellera.

 

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