Hubo un tiempo en que ver a Madonna presentarse en vivo suponía una provocación y una provocación a pensar. A pensar las categorías sexuales y genéricas o a pensar en el militarismo endémico a la sociedad estadounidense y a la tendencia de esta sociedad a hacer de todo una experiencia vertical y organizada, incluso la diversión. O a concebir la familia como algo triste y perturbadoramente redolente de la Naranja Mecánica de Anthony Burgess y luego de Stanley Kubrick.
Por Nicolás Alvarado