El “capitalismo de amigotes» —basado en favores, lazos de sangre y protección gubernamental— es cimiento del sistema político y la alta empresa mexicana, plantea el autor. Involucra a las esposas, los hijos, compadres, prestanombres, obispos, depredadores sexuales y genios de los negocios. En Crímenes de cuello blanco, Morín muestra, con nombres y apellidos, quiénes integran esas redes de privilegio y los negocios en los que intervienen.
«Resulta que ser millonario es complejo: se tienen que cuidar de ex esposas, socios, del Fisco, del hijo idiota y de la gente que quiere su fortuna. Ven el mundo de manera distinta, desde su perspectiva no son cínicos. Ahora, esa esfera tiene mucho miedo de perder los beneficios acumulados», destaca el autor.
Ciudad de México, 7 de septiembre (SinEmbargo).- Edgar Morín Martínez, doctor en antropología de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM), recopila en Crímenes de cuello blanco una serie de casos que develan los pactos políticos y de impunidad a gran escala cometidos en el país.
Basado en favores, lazos de sangre y protección gubernamental, el “capitalismo de amigotes” es cimiento del sistema político y la alta empresa mexicana, plantea el autor. Morín muestra, con nombres y apellidos, quiénes integran esas redes de privilegio y los negocios en los que intervienen esos «ciudadanos respetados, pero no respetables».
En entrevista con Puntos y Comas, el escritor explica la psique del millonario, la mentalidad del dinero fácil y la naturalización del ilícito; cómo el dinero y el poder rompen todos los límites y cada vez hay más descaro en los delitos “no violentos”.
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—Cuando dices que ciertos delitos económicos tienden a pasar desapercibidos en la opinión pública pese a su gravedad, ¿crees que la población no se indigna ante estos hechos?
—Yo creo que ha habido un proceso los últimos años de cada vez más descaro, lo cual ha hecho que en estos últimos meses el asunto sea más ríspido y despierte más interés en la opinión pública. La edición del libro cerró en diciembre del año pasado, justo en este periodo de cambio de régimen o de alternancia; entonces entra en esta coyuntura, donde se vuelve muy importante el asunto de la corrupción y por supuesto este tipo de delitos que se comenten en una suerte de ”zona gris” del sistema. Ahí han estado desde hace tiempo, por lo menos desde los años 20, un catálogo de delitos: industria energética, telecomunicaciones, lo bursátil, la banca, los seguros, las campañas políticas.
La expansión de un ilícito tiene mucho que ver con el desarrollo del propio sistema capitalista. En México lo que encontramos es el “capitalismo de cuates, compinches o amigotes”. Creo que recientemente este interés es cada vez mayor y se debe en buena medida a los excesos del sexenio anterior. Casos como los conocidos “goberladrones”, la «Estafa Maestra», estas situaciones que fueron rompiendo cada vez los límites a los que estábamos acostumbrados.
Hay una naturalización del delito y esto entra en la mentalidad del dinero fácil. Frases como “perro no come perro”, “si no obras no hay sobras” y “el que no tranza no avanza”, van permeando en la mentalidad de la sociedad mexicana. Hay un escenario más complejo que ha provocado que ahora sí haya mucha luz sobre este tipo de ilícitos.
—En el libro mencionas que el origen de estas sofisticadas redes de corrupción se remonta a la Colonia, ¿dirías que las prácticas de la ilegalidad y pasar por encima de las normas es algo cultural? Hablando de la ciudadanía.
—No es cultural, eso lo decía el ex Presidente Peña Nieto. Lo que yo voy encontrando son algunas raíces que van a dar hasta el desarrollo de la Colonia, porque tiene que ver con la manera de organizar administrativamente un Gobierno. Por ejemplo, desde la Colonia tú podías comprar un puesto: ahí está la idea de no tener un puesto por tus capacidades, si no porque inviertes en él, y si inviertes, esperas una retribución. Esto al paso del tiempo va cobrando distintas formas. Podríamos hablar por ejemplo de una suerte de muy torcidos usos y costumbres, reglas no escritas del sistema político mexicano. En esas reglas no escritas, yo te puedo dar una concesión, o «de cuates» tú haces que no pague impuestos. Creo que ahora el discurso gubertamental pretende cuestionar esto.
—Slim ya habla de la 4T. ¿Obrador apoyará el “capitalismo de cuates” o creará su propia élite? ¿Cuál es el escenario?
—Ha hecho jugadas contra los empresarios. Por un lado hay un reacomodo de los poderes económicos. Eso no es nuevo, si nos vamos 30 años atrás, Salinas, que sería como su némesis, hizo lo mismo: reacomodó grupos, metió a la cárcel a un financiero, que además había aportado a su campaña.
En el caso del aeropuerto, hay jugadas políticas: el Presidente va colocando funcionarios en torno a la discusión del aeropuerto. Después, hace esta consulta del “pueblo sabio” y otras ocurrencias, pero al final el dice “yo mando”. La recomposición de fuerzas la podemos ver en su relación con el Consejo Mexicano de Negocios y cómo creó su propio grupo de asesores. Cómo también desde la campaña Obrador tuvo acercamiento con algunos empresarios y habló bien de ellos.
No es que haya “buenos” o “malos”: las empresas son entes amorales, su función es hacer dinero, obtener beneficios. Pero cuando hablas de concesiones del Estado, ahí es donde hay un problema.
—En el actual Gobierno, uno de los estandartes de Andrés Manuel López Obrador es arrancar la corrupción de raíz. Su intención de “limpiar las escaleras de arriba hacia abajo”, ¿a quiénes les molesta y cómo repercute en el clima político? ¿Crees que a largo plazo se cumpla este “mandamiento”?
—Habrá que “pagar por ver”. Es uno de los mayores retos que el actual Presidente ha asumido. Esto se complica porque los casos donde entra este “capitalismo de amigos” tienen que ver con concesiones de Gobierno, entonces hay áreas de los negocios que son extremadamente sensibles para la turbiedad, la opacidad.
Un mecanismo para contrarrestar esto es la transparencia y el desarrollo de la ciudadanización: ahora hay una gran lupa sobre todas las acciones del Gobierno. El resultado será positivo en tanto la ciudadanía desarrolle un escrutinio mucho más implacable. También en la medida en la que los periodistas sigan investigando temas de interés público, que obviamente a los políticos y a los empresarios no les gustan.
A los que obtienen beneficios con estas formas de capitalismo y quienes delinquen (evadir impuestos, cometer fraudes acreedores, falsificación de documentos, tráfico de información) no les va a gustar esto. Estos delitos son altamente sofisticados, por eso las unidades de inteligencia financiera son importantes, como también las filtraciones. El gran problema es que tenemos una ineptitud e incompetencia casi histórica del aparato de administración de justicia.
—El aparato penal y el “crimen de cuello blanco” se nutren entres sí. ¿Cómo funciona esta relación a grandes rasgos?
—Las leyes tienen componentes de clase, eso lo dijo Michel Foucault desde hace muchos años. Es el argumento de que “lo que estoy haciendo es válido porque es legal”, pero ¿quién hace que eso sea legal? El “capitalismo de amigotes”es hablar de redes de relaciones. La lucha por el poder y el dinero es uno de los ejes del libro, cómo se relaciona uno con otro.
Cuando te pones en los zapatos de “los amos del universo”, resulta que ser millonario es complejo: se tienen que cuidar de ex esposas, de socios, se tienen que cuidar del Fisco, del hijo idiota y de la gente que quiere su fortuna. Ven el mundo de manera distinta, desde su perspectiva no son cínicos. Los políticos tienen mucho miedo de perder los beneficios acumulados. Ahora están furiosos porque descubrieron que ya perdieron el poder.
Este capitalismo mete a las esposas, a los hijos, a los hijastros, a los compadres, los prestanombres, obispos, depredadores sexuales, genios de los negocios. También al sistema de justicia.
—El capitalismo de amigotes es algo global. ¿Cómo funciona este concepto en América Latina particularmente? ¿Cuál es la diferencia principal entre los “crímenes de cuello blanco” en países desarrollados y en países de AL?
—El derecho penal en América Latina privilegia el castigo al sujeto, no al ente institucional. En Europa el marco jurídico castiga a la empresa, no en lo penal, pero sí con multas. Para muchos gobiernos esa es una manera importante de obtener recursos; pensemos en las multas que le han puesto a Facebook, Google o empresas tecnológicas por prácticas opacas.
En algunos países se castiga institucionalmente, en América Latina es más el asunto de lo penal. El segundo punto: el sistema penal aquí es muy laxo. Las leyes están a modo, tienen componentes de clase. En las formas de delincuencia tradicional, quien es soplón, se le mata. Aquí en esta delincuencia, cuando los agarran, todos quieren cooperar y empiezan a hablar para tratar de negociar acuerdos.
Otra cosa importante: aquí, no se les quita el dinero; los marcos legales no permiten recuperar los recursos millonarios. El cuello blanco, como se hace desde una posición de poder, garantiza la impunidad.
—¿Cuando comenzaste a escribir este libro cuál fue tu inspiración principal para tratar estos temas?
—Cuando hice La Maña, un libro sobre el narcotráfico, sentí que quedaron sueltas piezas vinculadas a la dimensión económica. Tenía material y al seguir trabajando llegué a esta parte del “delito no violento”. Hubo un tiempo en que la delincuencia en México no era violenta y ahora hay una transformación.
Por otro lado, lo que detonó en mí fue leer las memorias de un guitarrista de rock, describe muy bien la personalidad de aristócratas, millonarios, herederos de fortunas… entonces me empezó a llamar mucho la atención cómo son este tipo de individuos. Empezar a ver cómo ese dinero y ese poder rompe todos los límites y empieza a llevarte a otras cosas. Es como otro mundo.
—Una de tus líneas de investigación son los jóvenes, ¿percibes en esta generación apatía y desencanto ante las fallas del Estado o notas un ímpetu de cambio y propuesta en la juventud?
Hay un segmento de la juventud que es muy politizado, muy informado. Pero también me da la impresión de que están bastante asqueados, y con razón. En ese sentido, los jóvenes son los menos responsables del desastre que les hemos heredado. Creo que el gran problema es la desinformación, todo superficial. Se abre la llave de la información y es tanta que la gente se pierde. Pero también hay cosas muy positivas: los malos comportamientos de los funcionarios ahí están exhibidos, por ejemplo.