Diego Petersen Farah
07/09/2018 - 12:00 am
El loco de la Casa Blanca y el TLC
Las descripciones que hace el dos veces ganador del Pulitzer, Bob Woodward de la presidencia de Trump, de acuerdo con los adelantos que se han conocido de su libro Miedo: Trump en la Casa Blanca, son dignas de una película de Woody Allen, de Peter Sellers o peor aún, una de versión con pelo de Doctor Evil: asesores robándose documentos del escritorio del presidente para que no firme decretos que él mismo mando redactar y luego, por suerte, olvidó. Decisiones apresuradas y mal informadas sobre retiro de tropas de Corea o la orden, en un arranque de ira, de asesinar al líder sirio Al Assad, que el secretario de Defensa, James Mattis, ignoró y habría pedido a sus colaboradores que escucharon la conversación que hicieran los mismo. Escenas de manicomio, dice Woodward, que serían de comedia loca si no fuera porque nos afectan a todos, no solo a los estadunidenses.
Las descripciones que hace el dos veces ganador del Pulitzer, Bob Woodward de la presidencia de Trump, de acuerdo con los adelantos que se han conocido de su libro Miedo: Trump en la Casa Blanca, son dignas de una película de Woody Allen, de Peter Sellers o peor aún, una de versión con pelo de Doctor Evil: asesores robándose documentos del escritorio del presidente para que no firme decretos que él mismo mando redactar y luego, por suerte, olvidó. Decisiones apresuradas y mal informadas sobre retiro de tropas de Corea o la orden, en un arranque de ira, de asesinar al líder sirio Al Assad, que el secretario de Defensa, James Mattis, ignoró y habría pedido a sus colaboradores que escucharon la conversación que hicieran los mismo. Escenas de manicomio, dice Woodward, que serían de comedia loca si no fuera porque nos afectan a todos, no solo a los estadunidenses.
El libro de Woodward, que saldrá a la venta la próxima semana, describe la situación de la presidencia de Trump como una especie de golpe de estado administrativo, esto es, la burocracia de la Casa Blanca bloqueado por la vía de los hechos decisiones que consideran absurdas o que van en contra de la institucionalidad.
El telón de fondo son las elecciones legislativas de noviembre en Estados Unidos. El presidente Trump se juega ahí no solo el control del Congreso sino muy probablemente su reelección. Será una especie de referéndum a una administración no solo polémica sino surrealista. El nivel de aprobación del presidente está en 42 por ciento, siete puntos arriba que en diciembre pasado que fue el más bajo de los presidentes estadunidenses desde que se hacen mediciones. El crecimiento en la aprobación del presidente está ligado sin duda a buenos resultados en materia económica, pero sobre todo a un trabajo de contención de escándalos. Sin embargo, ambas cosas parecen estar sostenidas con alfileres. Las guerras comerciales emprendidas desde el salón oval podrían tener un efecto perverso en el crecimiento de la economía y los escándalos, principalmente los referentes a la injerencia rusa en las elecciones presidenciales y la compra de silencios durante la campaña siguen sin resolverse.
La encuesta más reciente, publicada esta misma semana por el Washington Post y la cadena ABC, da a los demócratas una intención de voto de 52 por ciento frente a 38 de los republicanos, lo que augura un Congreso dominado por la oposición. En este contexto la pregunta obligada es si fue una buena estrategia acelerar el acuerdo comercial en los plazos propuestos por el presidente estadounidense o México debió, como lo está haciendo Canadá, estirar la liga para tratar de brincar el periodo electoral. No lo sabremos hasta el final, lo que es probable es que eso tanto festejamos como un acuerdo cerrado no le esté tanto, pues ni Canadá ni el Congreso han dicho la última palabra.
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